Conocemos muchas historias de los campos de concentración nazis, donde ocurrieron las enormes desgracias del genocidio de la II Guerra Mundial. Pero hubo un campo específico, Mauthausen, adonde enviaron a la gran mayoría de los republicanos españoles, y por eso, entre muchos nombres, se le conoce también como el Campo de los Españoles.
Una historia trágica y heroica, conmovedora y arriesgada, que da cuenta de un episodio que poco se conoce fuera de las fronteras españolas.
Mauthausen, el llamado Campo de los Españoles
En agosto de 1938, luego de la anexión de Austria al III Reich, se comenzó la construcción de un campo de concentración en Mauthausen, un pueblito cerca de la ciudad austriaca de Linz; para ello enviaron un contingente de 300 prisioneros que provenían de Dachau, un campo alemán.
Mauthausen fue escogido porque era una región muy poco poblada y era próximo a la red de transportes de Linz. Si bien era controlado por el Estado, se fundó como una empresa privada para explotar las canteras de granito que rodeaban la zona, aunque era custodiado por las SS. La compañía propietaria era la DEST, acrónimo de Deutsche Erd-und Steinwerke GmbH, que compró las canteras –cuyo granito había servido para pavimentar las calles de Viena– para la construcción del III Reich, de la mano del arquitecto Albert Speer. Obviamente, se necesitaban ingentes cantidades de granito.
En un principio, sirvió de prisión a delincuentes comunes, prostitutas y “criminales incorregibles”, y así lo describía el decreto oficial: “culpables de acusaciones realmente graves, incorregibles, asociales y convictos por causas criminales, es decir, gente en custodia preventiva, con pocas probabilidades de ser reeducada”. Por ello, aquí el maltrato fue especialmente encarnizado, bajo las condiciones más duras –lo que le valió la clasificación de campo de categoría III, de la cual Mauthausen fue el único exponente–, donde los prisioneros morían frecuentemente por extenuación y hambre.
Para ir a las canteras había que subir y bajar una enorme escalinata de 186 peldaños, que los prisioneros llamaron “escalera de la muerte” porque debían transportar bloques de piedra de 20 kilos; el recorrido lo hacían 10 o 12 veces diarias.
A mediados de 1939, Mauthausen se transformó en un campo de trabajo forzado a donde iban a parar prisioneros políticos o enemigos ideológicos del Reich. Y es aquí donde el protagonismo español hace su entrada.
Gracias a la sangrienta guerra civil que sacudió a España de 1936 a 1939, y con la victoria de Francisco Franco y los nacionales sobre la República, alrededor de 500.000 republicanos catalanes comienzan su éxodo a Francia. En este país, al comenzar la II Guerra, muchos de ellos fueron incorporados al ejército francés para luchar contra Hitler, y cuando la Wehrmacht ocupó Francia, fueron capturados por Alemania. Eso sucedió en 1940, Franco era aliado de Alemania, y por eso el gobierno español negoció con el alemán el tratamiento para con aquellos prisioneros («rojos», republicanos, comunistas, socialistas, anarquistas). El argumento, tajante: “Ésos ya no son españoles”. Desde ese momento, los españoles prisioneros en stalags (campos para prisioneros de guerra) serían llevados a Mauthausen, y ostentaron en sus uniformes un triángulo azul, símbolo de los apátridas, con una S de “spanier” en el centro.
Las condiciones en Mauthausen eran infames. La mano de obra esclava, proveniente de los prisioneros, permitió que la creciente industria bélica, necesaria para la guerra, creara fábricas importantes en este campo, siendo las más destacadas las relacionadas con armas secretas (las V-Waffen, “con V de Vergeltung”, revancha), o de desarrollo de combustibles para los misiles V2, o de ensamblaje para aviones de combate. Pero, además, la urgente necesidad alemana de enviar más soldados al frente hizo que echaran mano de los prisioneros para los trabajos forzados.
Cuando los presos ya no daban más, los lanzaban al vacío desde las canteras, o los transferían al campo central donde morían de hambre, o los incineraban en un crematorio, instalado en el cercano castillo de Hartheim junto a una cámara de gas construida en 1940. A finales de 1941 comenzaron a llegar los prisioneros rusos, pero ya los españoles eran veteranos en Mauthausen. Gracias a ellos es que fue conocido entre los otros deportados como Campo de los Españoles, pues una gran mayoría de republicanos fueron recluidos aquí. Un sobreviviente francés afirmó: “cada piedra de Mauthausen representa la vida de un español”, pues fueron albañiles de España los que construyeron el campo.
Casi todos, 7.532, llegaron a partir del armisticio francés, entre 1941 y 1942, y de ellos murieron aproximadamente 4.816. Poco a poco, los españoles fueron haciendo labores especializadas, como albañilería, administración, sastrería, peluquería, como intérpretes o fotógrafos, y eso les permitió más probabilidades de supervivencia, acceder a información secreta y, lo más heroico, organizarse clandestinamente para ayudar a los otros presos.
Como se desempeñaban como encargados de comedor, de duchas o de enfermería, robaban comida y medicamentos que salvaron miles de vidas. Uno en especial, Joan Tarragó, junto a otro de apellido Picot, decidió robar libros de los convoyes que iban llegando, y así fundó una biblioteca clandestina, escondida en el barracón Nº 13. Recogieron libros de Victor Hugo, Stendhal, Gorki, Dostoievski o Emile Zola, pues estaban convencidos de que leer ayudaría a soportar la iniquidad del campo. Tuvieron razón, pues muchos de los sobrevivientes señalaron los libros como su tabla de salvación.
El Campo de los Españoles fue liberado el 5 de mayo de 1945 por el ejército norteamericano, y cuando los aliados entraron una enorme pancarta hecha con sábanas y escrita en castellano, los recibió: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras”, y las insignias nazis habían sido sustituidas por las banderas republicanas españolas.
La resistencia española en Mauthausen fue crucial, y en 2003 Llibert Tarragó, el hijo de Joan, fundó la asociación Triángulo Azul en memoria de todos los republicanos que murieron en el campo de los españoles, y reúne documentos históricos sobre la deportación de miles de ellos.
Te dejamos con un pequeño vídeo sobre un español que sobrevivió a Mauthausen, Antonio Torres, el “clarinetista”.
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