Sin duda, nuestra personalidad depende de muchas cosas, no sólo de lo que nos pasa o de nuestra educación. También depende de la genética que prefiramos unas cosas antes que otras. Hay quien es feliz en medio del bullicio, rodeado de gente, y hay quien adora la soledad.
Aparte de los gustos de cada uno, todos nos colocamos en alguna parte de ese amplio espectro entre la extroversión y la introversión, muchos nos identificaremos con una opción o con la otra, o con alguna tercera que esté en algún lugar entre esos dos extremos. Lo que descubrió un equipo de investigadores de la Universidad de Ámsterdam es que esto tal vez tenga que ver con el modo en que nuestro cerebro responde a las recompensas.
¿Cómo son las personas extrovertidas?
Este término lo popularizó el psicoanalista suizo Carl Gustav Jung a comienzos del siglo XX, y se refiere, grosso modo, a aquellas personas que se sienten ansiosas al estar a solas y buscan recargarse de energía a través del contacto con otros.
Según datos estadísticos, dos tercios de la población son extrovertidos, y por ello tal vez se le ha prestado más atención a los introvertidos y a las formas más eficaces de que se desenvuelvan en la sociedad.
Sin embargo, el estudio holandés se encontró con algunas cosas interesantes, entre ellas que el cerebro de los unos y de los otros es distinto.
Pero antes, en los 60, ya el psicólogo Hans Eysenck propuso una definición inicial: que los extrovertidos se caracterizan por tener un nivel crónicamente bajo de excitación. Fisiológicamente, la excitación es el grado en que nuestros cuerpos y mentes están alerta, listos para responder a cualquier estímulo.
Claro que esto varía durante el día (al despertarse, por ejemplo), o por las circunstancias (no es lo mismo estar atascado en una cola que en una sala de conferencias, sin aire acondicionado, a las tres de la tarde y sin comer…). La teoría de Eysenck apuntaba a que los extrovertidos tienen un nivel ligeramente más bajo de excitación, lo que los hace “trabajar” más para llegar a lo que otros consideran normal o atractivo cuando no hacen nada. Por eso necesitan compañía, nuevas experiencias, riesgos, para sentirse bien.
Los introvertidos, por el contrario, pueden sentirse estimulados por situaciones mucho más tranquilas o que otros considerarían medianamente interesantes, sienten más ansiedad con gente alrededor; por ello buscan actividades solitarias, entornos predecibles y conversaciones sosegadas sobre temas que les importan.
De qué se trata la investigación
En 2005 Michael Cohen, quien dirigió el estudio de la Universidad de Ámsterdam, probó la teoría de que el cerebro de los extrovertidos responde de distinta manera, y de que de alguna forma tenía que ver con la dopamina, sustancia química que juega un papel crucial en los circuitos cerebrales que controlan la recompensa, el aprendizaje y las respuestas a la novedad.
Siendo así, entonces, ¿los extrovertidos diferirían en lo activos que pueden ser sus sistemas de dopamina?
Para saberlo, se les pidió a un grupo de voluntarios (entre introvertidos y extrovertidos) que realizaran unas tareas de juegos mientras sus cerebros eran escaneados, y que antes completaran un perfil de personalidad, incluyendo un análisis genético con un hisopo de boca.
Al analizar los datos de imágenes, se dieron cuenta de cómo la actividad cerebral había diferido entre ambos grupos. Al ganar apuestas en las tareas de juegos, el conjunto de extrovertidos mostró una respuesta mucho más fuerte en dos regiones cerebrales cruciales: en la amígdala y en el núcleo accumbens; la amígdala es necesaria para el procesamiento de los estímulos emocionales, y el núcleo accumbens es clave en los circuitos de recompensa del cerebro y parte del sistema de dopamina. Esto vendría a confirmar la idea de que el cerebro de un extrovertido procesa de muy distinta forma las recompensas.
Pero cuando analizaron los perfiles genéticos de los participantes, encontraron algo más, otra diferencia en la actividad cerebral relacionada con la recompensa: aquellos voluntarios que presentaban el gen conocido para aumentar la capacidad de respuesta del sistema de la dopamina, también mostraron mayor actividad cuando ganaban un juego de azar: los cerebros extrovertidos responden con más fuerza cuando ganan, y por ello hay tendencia a disfrutar más de los deportes de aventura, conocer gente nueva o de eventos sociales.
Parte de esta diferencia es genética, es el resultado de la forma en que nuestros genes moldean y desarrollan el cerebro.
Otros resultados confirman que la función de la dopamina es clave, y así, por ejemplo, los genes que controlan esta hormona pueden predecir diferencias de personalidad en cuanto a la cantidad de personas que disfrutan de lo desconocido y buscan activamente cosas nuevas. También muestran la manera distinta en la que las personas extrovertidas aprenden, pues tienen una alta sensibilidad a las recompensas debido a sus sistemas reactivos de dopamina.
Lo que nos deja en claro este estudio es que lo que preferimos se lo debemos a nuestro cerebro, a la forma en que responde al mundo, pero sobre todo que somos diferentes y en tanto apreciemos esa diferencia podremos entender a quienes no comparten nuestros gustos.
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