Hay noticias en los periódicos que parecen imposibles. Algunas parecen pensadas por un guionista para un programa de cámara oculta, pero como siempre, la realidad supera la ficción. En Supercuriosos nos hicimos eco del caso del sacerdote que atracaba bancos acompañado de su ama de llaves y esta vez queremos hablaros del de los rabinos narcotraficantes sin quererlo.
El caso de los rabinos narcotraficantes sin quererlo
El caso empieza en Amsterdam. Allí un judío canadiense llamado Sean Erez montó un floreciente negocio de pastillas de éxtasis. Pensando en ampliar su negocio, contactó con un conocido suyo, un judío ortodoxo de 18 años llamado Shimon Levita. El joven pertenecía al grupo judío jasidista (hasidista). Y el narcotraficante pensó que un grupo de judíos ultraortodoxos, de los que rezan tres veces al día, llevan levita negra, enormes barbas y sombreros gigantescos, nunca serían parados, cacheados y sus equipajes revisados en la aduana del aeropuerto.
Shimon explicó a sus correligionarios de que iban a traer diamantes de Holanda. Los convenció diciendo que los judíos que huyeron de Europa traían consigo esas piedras y que no había ningún mal en volver a hacerlo. Eran un grupo de 12 jasidistas los que iban a hacer de correos y a cada uno se le pagó entre 1500 y 2000 dólares.
El negocio fue redondo; el coste de las pastillas era de 2 dólares y en EE.UU. se vendían por 25 $. En cada viaje llevaban cerca de 45.000 pastillas en sus maletas y el tráfico duró casi seis meses. Finalmente la policía holandesa destapó el negocio y poco a poco fue deteniendo a los «transportistas» que no salían de su asombro al comprobar que no llevaban diamantes, sino éxtasis. Se habían convertido en narcotraficantes sin quererlo.
La justicia americana condenó a los jasidistas a penas que fueron desde la libertad condicional a los 70 meses de prisión. El juez del caso explicó que le había costado condenarlos por tráfico ya que los jasidistas estaban realmente angustiados por lo que habían hecho. Ellos de verdad pensaban que traían diamantes y que no hacían daño a nadie. Incluso se negaban a viajar en sábado ya que ese día su religión les impide trabajar. Jamás pensaron que se convertirían en «rabinos narcotraficantes».
La frontera entre lo que está mal y lo que está bien a veces es muy tenue. En el caso del sacerdote y su ama de llaves, ella pensaba que su patrono era un nuevo Robin Hood. No le importaba atracar porque creía que el dinero iba a ser para los pobres. Los rabinos jamás hubieran traficado con drogas, pero para ellos era muy diferente traer diamantes de Holanda. Para ellos se trataba de una transacción comercial en la que únicamente se engañaba al fisco americano. Para ellos esto era un «pecadillo» sin importancia.
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