Practicar cesáreas es algo que ya los romanos hacían, aunque con una supervivencia prácticamente nula de la madre. De hecho, la Lex Caesarea indicaba que debía hacerse esta operación a la mujer embarazada que hubiese muerto en los últimos meses de su embarazo, con la finalidad de salvar la vida del niño.
Pero a partir de 1950 practicar cesáreas se ha convertido en algo sumamente cotidiano, que tal vez haya influido de alguna manera en nuestra evolución.
¿De verdad practicar cesáreas ha afectado la «evolución» de nuestra especie?
“Parirás con dolor”, fue el castigo que Dios le impuso a Eva al expulsarla del paraíso, y así ha sido desde el comienzo de los tiempos, sobre todo desde que “Eva” pudo caminar sobre sus dos piernas y dejó de hacerlo a cuatro patas; caminar erguida fue perfecto para comenzar a correr y mantener el equilibrio, pero también se le estrechó progresivamente la pelvis, lo cual afectó el parto y generó una condición llamada “desproporción fotopélvica”, que los humanos somos más propensos a sufrir que otros primates.
¿Qué quiere decir esto? Que la cabeza de un bebé humano está diseñada para pasar apenas por el conducto pélvico de la madre, y si su cabecita es más bien grande, y las caderas maternas estrechas, la cosa puede complicarse, como de hecho ha sucedido.
El parto natural, así, se convirtió en una selección natural, y antes de practicar cesáreas con éxito, los bebés y las madres morían si se presentaba esta desproporción –o cualquier otro tipo de situación riesgosa–. De allí surgió el “dilema obstétrico”: a quién salvar, al niño o a la madre. Con las cesáreas este dilema existe cada vez menos, pues se salvan ambas vidas. Y las caderas maternas siguen estrechas, y los bebés más grandes.
Según Philipp Mitteröcker, un biólogo evolutivo de la Universidad de Viena, practicar cesáreas cambió la tasa natal de supervivencia, y cuando se cambian las presiones de selección es cuando evolucionamos. Con las cesáreas, la desproporción fotopélvica ha aumentado aproximadamente un 3.66% en las últimas décadas, lo cual para él es un posible indicador de un cambio evolutivo, ya que a pesar de que las mujeres tienen caderas estrechas, los nacimientos son exitosos, incluso con bebés “cabezones”. ¿Y cuál es la ventaja de una cabeza más grande? Cerebros más grandes, mayor capacidad de pensamiento, mayor inteligencia; claro que no hay evidencias irrefutables de lo que dice, “es sólo una predicción, no se ha demostrado empíricamente todavía”.
En parte es porque los datos sobre la práctica de las cesáreas son confusos; no podría saberse, sin un estudio más acucioso, cuántas de las cesáreas practicadas en el mundo son por desproporción fotopélvica o por cualquier otro motivo. Para Mitteröcker, las cesáreas importantes para la evolución son sólo las realmente necesarias, las que salvan vidas.
Sin embargo, existen algunas pistas indicadoras de que en realidad estamos experimentando una posible transformación evolutiva: al parecer, nuestros cráneos son más grandes que los de las personas de hace 150 años, y el peso promedio al nacer también es superior. Claro que todo esto puede ser resultado de una mejor alimentación y mayores cuidados sanitarios. En todo caso, “la selección de bebés de mayor tamaño está limitada por la capacidad metabólica de la madre”, ya que terminar con éxito un embarazo de bebés muy grandes es, sin duda, un duro trabajo para la mujer.
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