Estamos en Turquía, muy cerca de Adiyaman. Fue en 1881, cuando Nelmut Von Moltke re-descubrió, casi por casualidad, un increíble santuario que hacía tiempo había caído en el más completo de los olvidos. Von Moltke era un general que se encontraba de misión militar por los imponentes montes Ankar; un hombre que no esperaba encontrarse con aquel altiplano armenio imponente. Aquel era un lugar que yacía envuelto en ruinas y polvo ancestral, ahí donde la luz del horizonte le trajo, de pronto, el perfil de unos rostros sobresaliendo desde el suelo.

Sólo la gente de aquella zona sabía aún de la existencia de los dioses decapitados. Los mismos que, en un tiempo no muy lejano, llegaron a simbolizar a esos dioses que reinaron en nuestro mundo. Dioses griegos, armenios y persas, regentes ahora de un escenario desolado donde nosotros, los orgullosos mortales, hace tiempo que dejamos de creer en ellos.

La montaña de los dioses olvidados

Estar en Nemrut Dağ ante estos dioses de piedra, impresiona a cualquiera, sea cual sea su origen, su lengua o su religión. Estas estatuas tienen una altura de entre 3 y 5 metros, y como ya sabes, yacen en el suelo, como esparcidas tras una violenta batalla campal entre seres atávicos de otros mundos. De algo casi incomprensible para el hombre.

¿Pero quiénes son estos dioses, a quienes representan? Son Hércules, Antíoco I, Zeus, la diosa Fortuna, Apolo, Mitra, Helios, Hermes y Alejandro Magno. Originalmente estas figuras se hallaban sentadas en sus tronos reales flanqueando elegantemente esta montañas, tal y como el propio rey Antíoco I Theos de Comagene, las mandó levantar en el año 62 a. C.

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Se trata en realidad de un templo funerario, ahí donde estos dioses griegos, persas y macedonios flanqueaban la cima de la montaña pudiendo alcanzar los 10 metros de altura. También pueden encontrarse las cabezas de imponentes leones y águilas, todos ellos se encontraban, como decimos, sentados en la cima con sus nombres inscritos a sus pies para que los hombres los identificaran y los veneraran. 

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Se dice que el rey Antíoco I de Theos era algo megalómano. Según él mismo decía, su origen era casi divino, procedía de una familia de hombres imponentes y de dioses que siempre buscaron su protección. Decía que por sus venas corría la sangre de Mitrídates y de Darío el Grande, además de Alejandro Magno. Esperaba que el día en que llegara su final, sus restos mortales fueran sepultados en Nemrut Dağ, alcanzando así la cima de su propio reino al estar al lado de los dioses y los hombres más importantes que habían regido el mundo. Un sueño de epopeyas e inmortalidad para un pequeño rey que pretendía ser el adalid de su propia religión, al dejar en este mausoleo inscripciones como “Yo, Antíoco, he mandado erigir esta mausoleo para mi mayor gloria y para gloria de los dioses».

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Recreación de cómo pudo ser originalmente el monte Nemrut con las estatuas sedentes, en sus tronos

Pero, ¿qué ocurrió finalmente? ¿Por qué las cabezas de estos dioses yacen ahora por el suelo, separadas de sus cuerpos? Fue el tiempo, la naturaleza y el ataque de muchos iconoclastas quienes acabaron con el reinado de estas deidades y con el desafío orgulloso de un rey nada humilde. Los terremotos hicieron, posiblemente, que las cabezas acabaran cayendo montaña abajo. Más tarde, otras personas destruyeron muchos de los rasgos faciales de Alejandro Magno, de Apolo, de la diosa fortuna…

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Y tampoco debemos olvidar al viento implacable de estos altiplanos turcos. Ahí donde el susurro del tiempo va erosionando poco a poco y de modo implacable, todas estas fortificaciones, todos estos testimonios del orgullo del hombre. Almas livianas que erigen de vez en cuando grandezas como la de Nemrut Dağ y que, sin lugar a dudas, te invitamos a conocer.

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