Es posible que sea una de las escenas más conocidas de la cultura occidental: la de un hombre envuelto en una sábana blanca que avanza por un espacio con mucho mármol y que de pronto, al pie de unas escalinatas, es atacado a puñaladas por un grupo de hombres también vestidos con sábanas blancas (puedes decirles togas).
Y poco antes de morir la víctima, sorprendida al reconocer a su hijo adoptivo entre los agresores, exclama: “¡¿Tú también, Bruto?!”, o “¡Bruto, ¿tú aquí?!”, dependiendo de la traducción, o el doblaje, porque lo que en realidad recuerdas es una escena cinematográfica inspirada en la clásica y extraordinaria obra de William Shakespeare, Julio César.
La muerte de Julio César no fue exactamente como te contaron
El escenario del crimen
Los hechos narrados ocurrieron el año 44 a.C. en la poderosa ciudad de Roma, sede de una república que venía tambaleándose debido a sucesivas crisis políticas desde hacía casi un siglo y que aparentemente había logrado cierta estabilidad y prosperidad con el triunfo de Julio César en la última guerra civil y su nombramiento como dictador vitalicio.
La víctima
Cayo Julio César (100-44 a.C.), aunque no pueda compararse con otros grandes hombres de la antigüedad, como Pericles o Alejandro Magno, fue un político y militar destacado, miembro de una antigua familia romana, que se consideraba descendiente del último rey que tuvo la ciudad antes de declararse república, y que luego de derrotar a sus enemigos hizo que el senado romano lo nombrase dictador a perpetuidad.
Usó parte de su fortuna para ganarse al pueblo, y era muy querido por éste y por los legionarios.
Los asesinos
El creciente poder adquirido por César hizo pensar a muchos miembros del senado romano que el dictador lo iba a destruir. Al derrotar a sus adversarios, César fue magnánimo y perdonó a casi todos, entre ellos al hijo de su amante, Servilia, Marco Junio Bruto, permitiéndoles incluso volver a incorporarse al senado.
De esta banda de desagradecidos saldrían los 60 conspiradores, guiados por Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto, quienes decidieron aprovechar que ya César no se hacía acompañar por su guardia hispana, buscaron el modo de distraer y alejar de la escena a Marco Antonio, aliado y amigo del cónsul.
El homicidio y sus secuelas
El 15 de marzo los conspiradores interceptaron a Julio César cuando se dirigía al Foro, lo rodearon y comenzaron a apuñalarlo. Y aquí es donde la historia se aparta de la literatura: Julio César forcejeó con los asesinos y con un estilo, un puñal delgado y redondeado, logró herir al menos a dos de sus agresores, entre ellos a Bruto.
Sin embargo, no pudo resistir el ataque y finalmente se cubrió la cabeza con la toga para morir así con algo de dignidad, y expiró junto al busto de Pompeyo, uno de los enemigos que derrotó y persiguió hasta Egipto, donde precisamente le entregaron su cabeza.
Si el objetivo era salvar la república, el asesinato de Julio César tuvo el efecto contrario, pues provocó una nueva guerra civil, la muerte de todos los que participaron en el magnicidio y eventualmente, el nombramiento de un hijo adoptivo de Julio César, Octavio Augusto, como el primer emperador de la historia de Roma.
Y para cerrar con algo de humor y otro dato verdadero, parafraseamos una vieja canción mexicana: el día que lo mataron Julio César estaba de suerte, de veintitrés puñaladas sólo una era de muerte…
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