Tito Libio decía que los jinetes galos solían llevar cabezas colgadas en sus caballos para impresionar al enemigo. Por su parte, el historiador griego Diodoro de Sicilia comentaba en sus tratados que los celtas eran un pueblo salvaje acostumbrado a cortar el cuello de sus enemigos para clavarlos en lanzas, y cargarlos a lomos de sus caballos.
Ahora bien, este tipo de datos pueden ser comunes a muchas culturas de esta época. Desde el momento en que la cabeza se asocia al poder, y al impacto visual del la propia muerte impresa en un rostro, era común que se llevara a cabo esta práctica como mecanismo de poder y desafío.
No obstante, para los celtas este detalle, el de cercenar cabezas, presentaba una ligera vuelta de tuerca: se alzaba como rito de paso, y una costumbre cuando uno presentía la cercanía de la propia muerte.
Te explicamos por qué.
La cabeza era la «casa del alma» para los celtas
Existe una deliciosa leyenda de origen galés donde se nos cuenta la historia de Bran «El divino». Sus gestas encontraron el fin en una dura batalla con cientos de enemigos que acabaron dándole muerte. En su último aliento, pudo pedir un determinante deseo a sus compañeros: que le cortaran la cabeza. ¿La razón? No deseaba que su alma pasara a formar parte del enemigo como trofeo en una lanza.
Si un muchacho celta deseaba adquirir el rango de adulto y de guerrero entre su pueblo, debía llevar a cabo una proeza: cazar un hombre y cortarle la cabeza. Obviamente, la víctima no debía ser un vecino al azar, cada pueblo contaba con sus propios enemigos, así que nunca faltaban víctimas disponibles para cumplir tal violento acto de paso.
No obstante, estos ritos no serían ritos de paso si no existiera la sangre, y ese acto en el que todo adolescente debía entrar en el mundo de la madurez mediante estrategia y cierta dosis de salvajismo. La finalidad en este caso era múltiple: volver a casa con una cabeza colgando del lomo de un caballo suponía varias cosas:
- El fin de su instrucción militar.
- Conseguir todos los derechos del mundo adulto como poder casarse.
- Y además, conseguir la inmortalidad, porque cortar una cabeza era arrebatar almas, y en consecuencia, confería al perdía al héroe (o asesino) ese aliento de fuerza divino.
Otro dato interesante a tener en cuenta, es que tal y como se explica en la leyenda de Bran El divino, todo guerrero celta que veía la cercanía de la llegada de su muerte, pedía que le cortaran la cabeza. Y no lo hacían para evitar la agonía, sino para conservar su alma en su tierra y con los suyos, no con el enemigo.
Lo que se hacía entonces era separar la cabeza del cuerpo y llevarla hasta la casa familiar del guerrero. Los familiares, los hijos y la esposa sabían que el alma de su ser querido seguía existiendo en ese miembro amputado, así que la finalidad era pues conservarla y honrarla.
Se producía al embalsamamiento, y a la decoración de la misma a través de hojas fundidas en oro y metales preciosos. La cabeza ocupaba entonces una posición destacada en el hogar familiar, y se tenía siempre presente a la persona, recordándola, adorándola. Algo que sin lugar a dudas, nunca hubiera hecho el enemigo, al limitarse a clavarlas en estacas o árboles, para que los elementos y las alimañas las corrompieran poco a poco.
Si eres fan de las historias de Asterix y Obelix, recordarás sin duda su costumbre de recoger los cascos de los romanos después de las batallas. Era un modo «suave y camuflado» de disimular esa práctica original de cortar cabezas.
Y ahora dinos, ¿Existe en la cultura de tu país alguna historia similar inscrita en esas antiguas tradiciones tan interesantes de nuestro pasado? No dudes en dejarnos tus comentarios y en recordar nuestro artículo sobre las cabezas Mokomakai de Nueva Zelanda.