Piensa en la efectividad de las armas que los humanos hemos inventado y usado a través de la historia para matar más y mejor: estas tecnologías se distinguen por infligir el mayor daño posible al enemigo, y si bien las extrañas armas antiguas que te presentamos no tienen el mismo alcance que nuestros misiles nucleares y nuestros drones, cumplían a cabalidad su función: matar a la mayor cantidad posible de gente, y que sufriera.
6 extrañas armas de la Antigüedad. Aterradoras
1. Las “bombas de serpientes” de Aníbal, 186 a.C.
En 186 a.C. el rey Prusias I de Bitinia, en guerra con el rey Eumenes II de Pérgamo, aceptó al general cartaginés Aníbal a su servicio. La flota de Prusias era pequeña, superada con facilidad por los barcos de Pérgamo, por lo que Aníbal tuvo que ingeniárselas para conseguir la victoria.
Su plan fue colocar en macetas de barro un gran número de serpientes venenosas distribuidas en sus naves, e indicó a sus capitanes que enfocaran el ataque a la nave del rey Eumenes y dejaran que las víboras hicieran el resto.
Si bien no funcionó del todo, pues Eumenes se vio obligado a huir, cuando la flota de Pérgamo se abalanzó sobre la de Bitinia, los marinos de Aníbal lanzaron las macetas llenas de serpientes sobre ellos y éstos, al verse rodeados de semejantes armas “vivas” emprendieron una rápida retirada.
2. Bolas de fuego en el sitio de Bala Hisar, Pakistán, 327 a.C.
En 1995 un grupo de arqueólogos encontró una pequeña bola carbonizada en una zanja fuera del sitio arqueológico Bala Hisar, en Pakistán.
Tan rara bola despertó, como es lógico, la curiosidad, y comenzaron los análisis químicos. En primer lugar, la zanja había sido parte del sistema de defensa durante el asedio de Alejandro Magno a la fortaleza, en el 327 a.C. En segundo lugar, los análisis indicaron que la bola era un objeto de factura humana, compuesto de resinas inflamables de varios árboles de pino y de barita, un mineral pesado no metálico. Los arqueólogos piensan que estas bolas se incendiaban y se arrojaban desde las murallas sobre el ejército enemigo, lo cual indicaría un origen mucho más temprano de estas bolas de fuego.
3. Gas lacrimógeno de polvo de piedra caliza, China, año 178
El emperador Ling de la dinastía Han, debido a su comportamiento corrupto, vida disipada y pésimo liderazgo, se veía envuelto en levantamientos regulares de campesinos, a los que necesitaba, sin embargo.
Una de estas revueltas sucedió en Guiyang (actual Hunan), en 178, y fue aplastada gracias al polvo de cal que las tropas Han repartieron.
De acuerdo con las fuentes, el gobernador de la prefectura Lingling, Yang Hsuan, equipó docenas de carros con fuelles y polvo de cal. A medida que avanzaban los carros, lanzaban también el polvo corrosivo a los rebeldes. El polvo hacía que se ahogaran y cegaran, y mientras tanto, con los campesinos dispersos y en caos, los arqueros de Yang pudieron someterlos fácilmente, y la rebelión sofocada.
4. Gas de azufre, Dura-Europos, año 256
Los romanos tuvieron que defender la ciudad de Dura-Europos (en la actual Siria) del asedio del imperio persa; éstos excavaron túneles debajo de la ciudad para llegar a sus murallas. Los romanos también cavaron un túnel con la esperanza de interceptarlos, pero los persas los escucharon mientras hacían los trabajos, así que idearon un plan muy astuto.
Cuando los romanos rompieron el túnel persa bajo la Torre 19 de la pared occidental de la ciudad, los sasánidas encendieron un fuego y arrojaron azufre y betún. Es bastante razonable pensar que usarían un fuelle para expandir el fuego con el azufre, o quizá tomaron ventaja de la chimenea que se creó cuando los romanos cavaron el túnel para interceptarlos. Sea lo que sea, funcionó, pues los romanos respiraron el aire envenenado hasta morir, pues el dióxido de azufre se convierte en ácido sulfuroso en los pulmones.
Esto se corrobora con los restos óseos de 19 romanos y un persa encontrados en el túnel pérsico durante excavaciones en 1930, además de un tarro con residuos de brea y cristales de azufre amarillo.
5. Gas de plumas de pollo quemadas, Ambracia, 189 a.C.
Las tropas del cónsul romano Marco Fulvio Nobilior sitiaron la ciudad griega de Ambracia en el año 189 a.C., pero sus defensores demostraron una gran inventiva para luchar contra los arietes romanos, por lo que Marco Fulvio decidió pasar por debajo de la pared. Los sitiados se dieron cuenta, a pesar de que Marco se esmeró en ocultarse, y comenzaron a cavar sus propios túneles hasta que ambos grupos se encontraron bajo la ciudad.
Al comienzo la batalla fue convencional, con lanzas, pero cuando éstas fueron repelidas por los escudos, los griegos se volvieron más astutos. Idearon un arma muy original: una especie de tarro cuyo ancho era el mismo que el del túnel, con un embudo de hierro inserto en la parte inferior. Llenaron este “tarro” con plumas de pollo, encendieron fuego junto a la boca de la jarra y lo cubrieron con una tapa de hierro llena de agujeros. Lo colocaron cerca de la posición de los romanos en el túnel y a continuación unieron un par de fuelles al orificio del embudo y vigorosamente expulsaron el fuego de las plumas. El volumen de humo fue muy grande y en extremo acre debido a las plumas, y todo eso llegó al enemigo. Lo que sucede cuando se queman plumas de pollo es que la cisteína contenida en ellas libera compuestos muy tóxicos de azufre. Sin embargo la estrategia no fue suficiente para derrotar a los romanos. La ciudad terminó rindiéndose.
6. El gas sulfuroso de Platea, 429 a.C.
Esto sucedió durante la Guerra del Peloponeso, cuando el rey Arquídamo II de Esparta intentó desplegar el poder gasífero y mortal del azufre, aunque no tenía las mejores condiciones. No había túneles, por lo que los gases tendrían que formarse al aire libre, dependiendo del viento. No sólo era más trabajo, sino que sin duda se necesitaría mucho más que un pequeño frasco.
Los espartanos estuvieron 70 días realizando un gran montículo de tierra con la intención inicial de romper las paredes de la ciudad, pero los plateos no se quedaron de brazos cruzados. A medida que la pared de los espartanos iba creciendo, ellos igualaban su altura pero sigilosamente iban cavando la tierra de la parte inferior del montículo. Arquídamo vio la inutilidad de la tarea y decidió cambiar la estrategia. Puso a sus tropas a rellenar el espacio entre las paredes de los montículos y las de la ciudad con haces de broza y madera, y cuando todo estuvo lleno, comenzó a lanzarlos también a la propia ciudad, y luego incendió todo con un compuesto de azufre y aditivos de brea. Ante este fuego inmenso que se originó, Tucídides escribió: “la consecuencia fue un incendio mayor que cualquiera haya visto nunca, producido por la acción humana”, tan sólo comparable a un incendio forestal.
Sin embargo, la suerte no estaba con Arquídamo, pues el viento no sopló el gas mortífero hacia la ciudad y una tormenta apagó el gran fuego.
Como ves, ya desde la antigüedad sabemos cómo matar muy bien a nuestros semejantes. Lee también Grandes batallas de la historia: la batalla de Maratón.