Si de regiones con costumbres curiosas y ancestrales se trata, el enigmático Japón lidera la lista. Entre las costumbres y curiosidades de Japón encontramos una que destaca por su extrañeza y simbolismo: la automomificación. Si bien es cierto que cuando hablamos de momias solemos pensar en el Antiguo Egipto (¿a quién no le viene a la mente la tumba de Tutankamón?), el país nipón también presenta una gran tradición en esta área. En Supercurioso queremos presentarte el extrañísimo y aterrador caso del Sokushinbutsu, la práctica ejecutada por monjes japoneses que se automomificaron en vida.
Sokushinbutsu, la tenebrosa práctica de automomificarse en vida
Cada pueblo cuenta con un cúmulo de tradiciones y costumbres, y los japoneses destacan por algunas realmente extravagantes. La práctica del Sokushinbutsu o automomificación en vida fue común hace largo tiempo en la prefectura de Yamagata. Aunque ya en desuso, sus particularidades son tan asombrosas que sigue despertando la curiosidad y el estupor de todo el que la conoce.
En algunos templos de esta región de Japón están expuestas, en un lugar de honor, las momias de unos monjes. Su conservación es perfecta. Sujetan rosarios de oración entre los dedos y van vestidas con antiguas túnicas. Fue en la década de los sesenta cuando un grupo de investigadores, avisados de la existencia de estas extraordinarias momias, llegaron a estudiarlas. Encontraron seis ejemplares, en cinco templos diferentes. Pero lo extraordinario llegó después.
Cuando iniciaron el estudio, descubrieron que las momias de Yamagata tenían una diferencia con el resto de los cadáveres momificados que había sido estudiados en Japón o en otras partes del mundo. Mientras en las momias comunes, uno de los primeros pasos era extraer los órganos internos para evitar la descomposición rápida, en estas momias los órganos estaban e intactos, e incluso algunos de ellos habían empezado a secarse antes de la muerte. Los investigadores concluyeron que estos monjes se habían momificado a sí mismos, en un escabroso ritual de suicidio conocido como Sokushinbutsu, que significa “conseguir la budeidad en vida”.
Un ritual marcado por la fe
La automomificación tenía una profunda relación con las creencias religiosas del budismo. Estos monjes concebían su muerte como un acto de redención. A través del sufrimiento extremo lograrían alcanzar el Tushita, una Tierra Pura en la que, a través del ejercicio de la meditación, llegarían a un grado de iluminación. El deseo de lograr este nivel de elevación espiritual, estaba marcado por una condición: los cuerpos de los monjes no debían desaparecer ni ser consumidos por la tierra. Tenían que ser preservados por medio del Sokushinbutsu, la automomificación en vida. Pero, ¿Cómo se ejecutaba este aterrador proceso? ¡Veamos!
Las fases del Sokushinbutsu
El Sokushinbutsu es uno de los rituales más aterradores de los que se tiene conocimiento en la historia de la humanidad. Se trata de un larguísimo proceso que una persona elegía transitar para convertirse en una momia en vida, ya que sólo al final de esta impactante misión, su protagonista moría. Las frases de la automomificación son tres. Cada una de ellas se extendía a lo largo de mil largos días, lo que supondría un total de unos 9 años para conseguir convertirse en una momia por voluntad propia. ¿Y quieres saber qué es lo peor? El individuo pasa la mayor parte de estos años ¡vivo! Veamos cómo eran estas fases.
1. La primera fase de la automomificación
La primera fase del aterrador Sokushinbutsu era el cambio estricto en la dieta, prácticamente en un 100%. Los monjes que decidían atravesar este proceso, debían excluir por completo de su alimentación todos los cereales y granos. Lo único que debían comer eran, básicamente, frutos secos, fruta y semillas. Al contrario de lo que puedas pensar, este cambio alimenticio no se acompañaba de inmovilidad, sino que se requería además de mantener una rutina de ejercicios y tareas físicas muy exigentes.
En estos tres primeros años del Sokushinbutsu, el cuerpo de los monjes experimentaba una tremenda pérdida de peso y de grasa corporal. El sentido de esto era que sus organismos eliminaran el máximo de agua y calor, ya que ambos aceleran la descomposición de los tejidos una vez muerta la persona. La grasa, como sabrás, tiene mucha agua en su composición, lo cual favorece la aparición de calor y, por tanto, la aparición de bacterias, cuando se trata de descomposición.
Otro de los requisitos de esta fase de la automomificación era que los monjes bebieran con frecuencia un té preparado con la corteza de un árbol, el urushi. Éste contiene un agente químico muy tóxico, que permanece en el organismo incluso después de la muerte. Con este brebaje, los monjes sufrían de vómitos constantes, lo que propiciaba la eliminación de fluidos corporales.
2. La segunda fase de la automomificación
Luego de cumplir los primeros mil días del Sokushinbutsu, los monjes entraban en una segunda fase, en la que se modificaban de nuevo las características de su dieta. Ahora pasaban a comer solo cortezas de árbol y raíces, en una cantidad cada vez más pequeña. También se sumaba el cambio de las rutinas físicas. Las arduas tareas eran cambiadas por la más absoluta inactividad. Se dedicaban todo el día a la meditación.
Esta dieta, sumada a la inactividad, les hacía perder muchísimo músculo y grasa corporal. ¿Por qué? De este modo evitaban gran parte de las posibilidades de que, al morir, insectos y bacterias se reprodujeran en su cuerpo. No queremos ni imaginar los débiles que debían estar los monjes que decidían seguir este ritual, pero, aun así, debían seguir modificando su cuerpo.
En esta fase del Sokushinbutsu sumaban el consumo de la savia del árbol de la laca (Toxicodendron vernicifluum) y hacían un té especial con ella. También se trataba de una sustancia sumamente tóxica. Para que te hagas una idea: esta savia se usa como barniz de muebles. Sus efectos son vómitos continuos, incontinencia urinaria y sudoración extrema. ¿Para qué todo este calvario? Si anteriormente te hemos hablado de cómo afectan el agua y los insectos en el proceso de descomposición, comprenderás que quienes deseaban automomificarse buscasen una forma de deshidratarse y matar insectos, y esta savia lo conseguía. Les dejaba «secos» y era tan nociva que mataba a cualquier criatura que quisiera anidar en ellos, una vez fallecidos.
3. La tercera fase de la automomificación
Y al fin llegamos a la última y más aterradora de las fases del Sokushinbutsu. Después de estar absolutamente débil y deshidratado, el monje que participaba en la automomificación se introducía en una estrecha caja de madera, especial para ese fin. Se sentaba en posición de loto para dar inicio a su meditación final. La caja se cerraba, y solo se mantenía un resquicio con una caña de bambú, para que el monje pudiese respirar. Como único equipaje llevaba algunas raíces de alimento y una pequeña campana.
La instrucción era que el monje sonara la campana una vez por día, para anunciar que seguía vivo. Cuando la campana dejaba de sonar, la comunidad procedía a retirar la caña de bambú y sellar la caja. Pasados mil días más, la caja era abierta, para comprobar si el monje había logrado alcanzar el Sokushinbutsu. Si era así, el cuerpo momificado era colocado en un templo y adorado como un buda viviente. Si, en cambio, el cuerpo se había deteriorado, se procedía a enterrar al monje, rindiéndole honores.
¿Imaginabas que el proceso de automomificación funcionaba así? De hecho, ¿Creías que era posible hacerlo? Sin duda que un ritual tan aterrador como increíble. Si quieres descubrir más acerca de este increíble país, te sugerimos que no te pierdas esta recopilación de lugares que ver en Japón.