La reina Victoria de Reino Unido, como se le conoce, ejerció una gran influencia en la vida y las costumbres de Gran Bretaña. De entre ellas, las de cómo se manejaban frente a la muerte en la era victoriana son, tal vez, las más curiosas e interesantes. El siglo XIX británico ha sido especialmente abundante en excentricidades.
Así “vivían” la muerte en la Era Victoriana
Fue una reina muy popular y poderosa, pero en ninguna otra esfera se sintió más su influencia que en la muerte. Al morir en 1861 el príncipe Alberto, su marido, de fiebre tifoidea, Victoria cayó en una profunda depresión. Luego de 21 años de feliz matrimonio, para ella fue realmente devastador enfrentar la muerte del príncipe de Kent, y pasó el resto de su vida en luto semipermanente, con lo que se ganó el apodo de “viuda de Windsor”.
Esto hizo que se generara una especie de “moda” del luto, toda una serie de preceptos y protocolos para manejar la muerte en la era victoriana, desde estrictas normas para vestir –incluyendo tipos de tela y colores–, hasta el tiempo que se debía estar de luto, pasando por diversas supersticiones o códigos escrupulosos en cuanto a la “etiqueta” observada en los funerales.
Para que te des una idea, en aquella época, si querías ir a un funeral, debías ser invitado, formalmente y por escrito –salvo en el de aquellas personas que morían a causa de una enfermedad contagiosa, los deudos sólo publicaban una breve esquela en el periódico con la frase “funeral privado”, y ya la sociedad sabía–.
Si te invitaban al funeral, debías llegar una hora antes de que comenzara el servicio (ya sabes, la célebre puntualidad británica); los hombres debían quitarse el sombrero dentro de la casa, y no ponérselo mientras estuviesen allí; no se podía hablar en voz alta ni reír, y las entrevistas con la familia no eran bien vistas, por lo que no era adecuado ir y presentar los respetos y el pésame.
Tanto en la casa como en el “salón funerario”, el difunto se disponía de tal forma que pudiese ser visto desde todas partes, y en el camino al entierro había 6 hombres que cargarían el féretro, 3 a cada lado de la carroza. Los parientes cercanos siguen inmediatamente después al carro fúnebre, y a medida que va alejándose el parentesco van colocándose detrás en la marcha. Sin embargo, a las mujeres se les prohibía seguir los restos al cementerio; era una de las estrictas normas sociales.
Al morir una persona, se detenían los relojes en la habitación donde había fallecido (de lo contrario, tendrías mala suerte). Y si estabas embarazada no debías acudir al funeral. Asimismo, se cubrían todos los espejos de las casas, pues se creía que el espíritu del muerto quedaría atrapado en los cristales. También las cortinas de todas las ventanas se corrían en señal de dolor, y se colocaban crespones negros en las puertas de entrada.
Era de mala suerte acudir a un servicio funerario con algo nuevo, especialmente zapatos; si crecían flores sobre la tumba, significaba que el difunto había tenido una buena vida –desde el punto de vista moral–, y si crecía sólo hierba, pues…
Si por casualidad llovía sobre el cadáver, eso sólo podía significar que la persona fallecida iría directamente al cielo.
La muerte en la era victoriana afectaba mucho más a las mujeres que a los hombres, pues de ellas se esperaba que exteriorizaran el dolor y el pesar de la familia. La mejor manera para hacerlo era a través de la ropa, y del tiempo de luto. Como adivinarás, sobre la viuda recaía el más riguroso.
Si tu esposo moría, debías guardar al menos dos años y medio de luto cerrado (es decir, vestida de negro de pies a cabeza). Esta vestimenta incluía un corpiño y una falda. Las mujeres pobres podían hacer sus trajes de lana o algodón o teñir de negro sus trajes. Las de clase media tenían más elección: lana negra, algodón o, si su presupuesto lo permitía, seda; y las ricas podían vestir a la última moda siempre y cuando el color fuese negro.
Las telas eran opacas y sin adornos, excepto el crepé; una de las prendas más características femeninas era el largo velo de crepé negro, que llegaba hasta la cintura o las rodillas, y un bonete generalmente de crepé blanco.
Ni ricas ni pobres debían usar joyas o adornos, tan sólo azabache, y si dejabas tu casa era porque ibas a la iglesia o a visitar a familiares directos.
Luego de estos dos años, había un período en el que tu bonete lo podías adornar con flores o cintas, blancas o negras, y el velo se acortaba un poco, o incluso levantado sobre la cabeza; este tiempo duraba más o menos 6 meses, al cabo de los cuales podías eliminar los adornos de crepé, que se sustituían por seda y cinta negra y encaje, y tanto el velo como el bonete se dejaban de usar, si así lo deseaba la mujer. Duraba entre 3 y 6 meses.
Luego venía el período de medio luto, que podía durar 6 meses más (o el resto de tu vida): los colores aceptados eran el gris, el violeta, el blanco, el malva y el lila.
Pero si eras hombre sólo estabas obligado a tener un período de luto, que duraba de 6 meses a un año, y podías volver a casarte cuando quisieras. Tu vida seguía un ritmo normal, no tenías que faltar al trabajo y en tu ropa, de género oscuro, podías poner una banda de crepé negro en el brazo.
Solían hacer algo que quizá a nuestros ojos pueda parecer un poco macabro: las fotografías post-mortem, sobre todo de los niños, para tener un recuerdo del ser querido. Estas fotografías mostraban a los difuntos en diferentes escenarios, y se enviaban como agradecimiento a los asistentes o a quienes no pudieron asistir.
También era muy común guardar mechones de cabello de quien moría y elaborar joyas con ellos. Realmente tétrico.
La reina Victoria murió en 1901, y entró lo que se llamó período eduardiano, que de alguna manera continuó con muchas de las costumbres victorianas.
En cada sociedad el luto se vive y se ha vivido de manera distinta. Aunque hoy en día ya no existe la obligatoriedad en el vestir, aún quedan costumbres que deben observarse cuando una persona muere. ¿Cómo son en tu país?
Si este tema te gusta, seguro que será interesante saber qué guardó Mary Shelley luego de la muerte de su esposo.