La prostitución en la Edad Media, así como en todas las épocas históricas, gozó de una cierta anuencia social, de la que tal vez te sorprendas dadas las numerosas restricciones morales y sexuales que imperaban. Acompáñanos en este interesante paseo.
¿Cómo era la prostitución en la Edad Media?
La Edad Media es un período histórico comprendido entre los siglos V y XV, y ubicado sólo en Europa –no se puede hablar, por tanto, del “medioevo árabe” o “medioevo chino”, porque es un concepto aplicado exclusivamente a la realidad europea–. En este lapso que abarcó nada menos que 1.000 años hubo de todo, y ha sido comúnmente calificado como el “tiempo oscuro” de nuestra civilización debido a muchos factores, pero sobre todo por el dominio que tuvo la Iglesia en todos los ámbitos de la vida, tal y como te hemos explicado en artículos anteriores (El sexo en la época medieval y Las relaciones íntimas en el medioevo).
Pero, en contra de lo esperado, la prostitución en la Edad Media fue tolerada y hasta regulada, pues era considerada como un “mal necesario” para evitar la sodomía, la masturbación y las violaciones o seducción de mujeres. San Agustín comenta al respecto: “Si se eliminara la prostitución de la sociedad, se desestabilizaría todo debido a los deseos carnales”. Interesante reflexión en torno a una actividad asumida como pecaminosa.
Después de que la prostitución organizada decayera en el imperio romano, muchas de las prostitutas se convirtieron en esclavas; sin embargo, con las grandes campañas religiosas en contra de la esclavitud y la incipiente mercantilización de la economía, la prostitución en la Edad Media volvió a ser un negocio rentable.
Restringida principalmente a las zonas extramuros de las ciudades, se crearon casas especiales para albergar el “servicio” de estas mujeres –prostíbulos o burdeles–, y así, en toda Europa, podías encontrar ciertas calles adonde los hombres solteros podían ir a “desahogar” sus instintos masculinos; en muchas oportunidades, estas calles contenían en sus nombres la palabra rosa, ya que se utilizaba ampliamente el eufemismo de “arrancar una rosa” para el acto de contratar a una prostituta. Estas zonas a menudo se convirtieron también en los bajos fondos urbanos, donde convivían criminales e indeseables.
El problema era que no sólo los hombres solteros acudían a los prostíbulos, eran todos los hombres de la sociedad, desde nobles hasta campesinos, pasando por príncipes, clérigos, artesanos, escritores y labriegos. En vista de aquel desorden, los gobiernos de aquellas ciudades medievales decidieron tomar cartas en el asunto, y como no pudieron nunca expulsar exitosamente a las prostitutas, hicieron algo creativo: fundaron prostíbulos municipales, donde las mujeres eran protegidas de ser golpeadas, tenían periódicamente una revisión médica y un límite de hombres para atender en un día, todo a cambio de un porcentaje de las ganancias. Frecuentemente, estos prostíbulos municipales se conectaban con los baños públicos.
Esta tolerancia social, sin embargo, tenía sus restricciones, pues una mujer que trabajase en un burdel debía ir por la calle claramente identificada (cada lugar decidía, pero siempre llevaba un distintivo: en Milán era un manto negro, en Florencia guantes y campanas en el sombrero…) para no confundirse nunca con una “decente”. Tales fueron las exigencias de la Iglesia, que también insistió siempre en el rescate de estas mujeres; tanto es así que se construyeron numerosos albergues para aquellas que decidieran dejar el hábito de la prostitución.
Un dato a tomar en cuenta es que las jóvenes que se dedicaban a la “profesión más antigua” no eran forzadas de ninguna forma a ser prostitutas, antes bien lo hacían por decisión propia, aunque no fuera lo ideal para ellas: lo hacían principalmente por razones económicas, ya que la prostitución sustituía al matrimonio, y por ende, representaba una vía de independencia.
Los burdeles municipales continuaron hasta el siglo XVI, hasta que finalmente desaparecieron por la presión religiosa y los conflictos con la Reforma luterana. Claro que el oficio no desapareció, se transformó de acuerdo a los tiempos.
Para que te informes más sobre el tema, lee Las «casas de mancebía», la prostitución en la era victoriana, en el siglo XIX francés y la prostitución sagrada.