¿Alguna vez os habéis preguntado de dónde han salido ciertas frases, esos refranes que parecen ir de perlas para cualquier situación?
Aquí en Supercurioso nos lo hemos preguntado, y como nos encanta buscar e investigar hasta en la sopa, os traemos una pequeña explicación de algunos dichos muy curiosos de la lengua castellana.
Aquí hay gato encerrado
¿A que no adivináis cuál es el gato? Antiguamente se usaban unas bolsas o talegos para guardar dinero, hechos con piel de gato.
El Siglo de Oro español está repleto de estas referencias y tan generalizada fue la expresión que muchos de los autores importantes de la época la usaron con frecuencia, como Lope, Cervantes o Quevedo.
Y cuando se decía “hay gato encerrado”, es porque alguien ocultaba algo, generalmente dinero.
En nuestros días quizás no se sepa que gato es esta bolsa, pero con certeza el común de la gente asocia esta frase con algo secreto.
Meterse en camisa de once varas
Pues esta frase es un poco antigua, nada menos que de la Edad Media, cuando se acostumbraba dar en adopción a los hijos que no se podían mantener. Estos pobres muchas veces llegaban a casas y a familias que no siempre eran idóneas y la mayoría de las veces el arreglo no resultaba bueno.
Por lo general era un eclesiástico quien hacía la adopción, para nombrar a esa persona como su sucesora.
El ritual era el siguiente: al muchacho lo metía por la manga de una muy amplia camisa y salía por la abertura del cuello, simbolizando un segundo parto, un nacimiento a una nueva vida. Era tan amplia la camisa que por eso es la exagerada medida de once varas. Para darnos una idea, una vara equivalía a 8,35 centímetros.
Obviamente, quien se metía en esta camisa se metía en una casa ajena.
Era una costumbre muy difundida en toda Europa, y el significado de la frase ahora alude a meterse en asuntos que no nos competen, o que no conocemos, o que nos sobrepasan.
¿Y cómo se despiden los franceses?
A mediados del siglo XVIII, los nobles y burgueses franceses consideraban de muy mala educación hacerse notar cuando decidían marcharse de una fiesta, o de una ópera.
De forma discreta salían sin decir adiós y a esta costumbre la nombraron “sans adieu”: no se despedían de nadie, ni siquiera de los anfitriones, que hubiesen considerado la despedida poco menos que una afrenta a las buenas maneras de la época.
Sin embargo, como todas las modas son cíclicas, ésta quedó en desuso, volviendo a la norma de despedirse al momento de marchar. Con el tiempo, se fijó la expresión “despedirse a la francesa” para señalar a la gente maleducada que no dice adiós cuando deja una fiesta o una reunión, desapareciendo como por arte de magia.
Pongamos los puntos sobre las íes
Para que no haya dudas: el origen viene de la antigua caligrafía, de los caracteres góticos del siglo XVI que evolucionaron a los modernos.
Antiguamente, cuando se usaban estos tipos góticos de letra, si se escribían dos “i” seguidas era muy fácil confundirlas con una “u”. Para que esto no sucediera, comenzaron a colocar a las «i» unas pequeñas tildes con las que era sencillo distinguirlas.
Estas tildes se convirtieron con el pasar del tiempo en simples puntos y se escriben desde entonces como la conocemos hoy, con un punto encima.
La expresión en sus comienzos aludía a ser excesivamente meticuloso, de forma extrema. Pero luego el sentido se amplió y quedó con el que hoy le damos, de concretar algo, puntualizar, ser lo más claro posible.
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