¡Cómo ha cambiado la vida! Hoy día, guiñar un ojo, enseñar las rodillas o presentarnos a una persona del sexo opuesto son actos que no tienen nada de indecorosos, por regla general, pero hubo un tiempo en el que estos simples gestos era toda una declaración de intenciones.

Y no tenemos que irnos muy atrás en la historia. Nos remontamos a la época victoriana en el Reino Unido, que transcurrió entre finales del siglo XIX y principios del XX. En Supercurioso te contamos cómo era el flirteo cuando las redes sociales, el whatsapp o las discotecas aún no existían.

Ni se mira, ni se toca

¿Te imaginas que para que un chico se presente a una chica deba primero contar con el permiso de ella? Esto es lo que pasaba en la época victoriana, según describe un libro de 1881 sobre modales y protocolo acerca del arte del coqueteo para jóvenes.

Nada del espontáneo “Hola, soy Mengano. ¿Qué tal?”. A finales del siglo XIX, el hombre tenía casi que mandar un burofax a la dama. Eso sí, una vez recibía la aceptación de la mujer para conocerla, ya podía invitarla a salir cuando quisiera. Si sus intenciones incluían planes de boda, las citas eran continuas, pero si, en cambio, el caballero no tenía el propósito de llevarla ante el altar no debía salir en exclusiva con esa señorita.

Pareja de enamorados

¿Y cómo tenía que comportarse ella? Mientras que él no debía confundirla sobre sus intenciones con invitaciones reiteradas, la dama tampoco podía mostrar ni demasiado interés –no fueran a confundirla con una mujer de baja moral-, ni demasiado poco –y desanimar a su admirador-. Vamos, el típico tira y afloja que no pasa de moda llevado al extremo.

Ahora bien, los años sí que han traído novedades en cuestión de contacto físico. No estaba bien visto que los jóvenes victorianos, por ejemplo, cogieran la mano a su “amiga” hasta que ella se la ofrecía. Y ya de besos ni qué decir: quedaban relegados a familiares y amigos muy, muy íntimos. Seguro que a estos donjuanes les hubiera venido bien leer este enlace sobre cómo saber que alguien quiere besarte.

Díselo con flores

Aunque las pautas de conducta en esta época eran muy estrictas y poco expresivas, especialmente en las mujeres, el amor es el amor y de algún modo había que dejar caer el interés que sentían. ¿Cómo? ¡Con flores!

Nomeolvides

Las damiselas británicas crearon toda una ciencia en torno a las flores, generando un lenguaje secreto para mostrar sus sentimientos sin armar un escándalo social. Así, un girasol significaba un “pienso en ti constantemente”; un narciso mostraba un amor desinteresado; y un nomeolvides expresaba amor verdadero.

El simbolismo del abanico

Por si las flores no eran suficientes, las chicas victorianas también desarrollaron un código con los abanicos con el que dejaban claro con un simple giro de muñeca si estaban interesadas o no en el candidato.

abanico

Si la joven cerraba el abanico y lo acercaba a su mejilla derecha es que estaba interesada, pero si lo llevaba hacia la izquierda significaba todo lo contrario. ¿Y si giraba el abanico con la mano derecha? Esto, en lenguaje victoriano, era “estoy enamorada de otro”. Ojo, porque la cosa se calienta: sujetar el abanico delante de la cara con la mano izquierda quería decir “te deseo”.

Y si este complicado juego de señas entre vivos te parece curioso, no dudes en leer también este artículo sobre las fotografías post-mortem que se pusieron de moda en la época victoriana. Eso sí, antes de que pierdas todo el romanticismo, cuéntanos cuáles son tus técnicas de flirteo.