Si escribes cada día, cada noche, y si no entiendes existencia sin ese instante de necesitada escritura, está claro que ya eres escritor. Ahora bien, es posible que sueñes con ser un auténtico Stephen King, un John Le Carré, o desbancar en fama y éxito a la propia J. K. Rowling.

Ahora bien, antes de ser un escritor de bestsellers, deben ser un buen artesano de las letras y encontrar placer en este humilde arte, y eso, es algo que seguramente ya sentías desde niño. En ocasiones la fama no les llega a quienes lo merecen, a quienes ofrecen auténtica y cuidada calidad a sus textos, sino a quienes disponen de esa agilidad, suerte e ingenio de poder ajustarse a las grandes masas, al gran público y a una buena editorial que le ofrezca, eso sí, una buena oportunidad.

Mientras te llega o no la fama, no dudes en comentarnos si te sientes identificado con estas dimensiones, y si hay alguna más que te defina.

1.Siempre fuiste un ávido lector

Tu infancia fue especial, muy especial. Es posible que te saltaras los grandes clásicos infantiles, y que en cuanto tu mente, ojos y corazón adquirieron el hábito de la lectura, te saltaras a Caperucita roja para ir directamente a Julio Verne. A ti, no te iban los cuentos con dibujos, preferías los libros habitados por océanos de letras e islas de aventuras.

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Siempre fuiste un ávido lector, y ahora, eres un lector selecto que sabe nutrirse de buenos libros, que descubres, que indagas en nuevos títulos y autores no tan conocidos. No te dejas llevar tanto por los «más vendidos».

2. Los primeros cuentos y esos proyectos de novela que no terminaste

Aún no tenías 7 años y tus manos ya estaban acostumbradas a hilar frases, párrafos, historias, sueños y locuras varias. Tus cuentos estaban llenos de una fantasía casi hilarante que dejaban con la boca abierta a tus padres y profesores. De ahí, que muchos te dijeran aquello de ¿pero de dónde sacas tanta imaginación?

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A medida que crecías tus cuentos se salpicaban de muchos de esos libros que leías, de las películas que disfrutabas, ahí donde introducir algún personaje especial con el que te identificabas. Más tarde, te aventuraste al género de la novela, soñando con enviar alguna a un concurso.

No obstante, y a medida que la avanzabas descubrías que algo fallaba. Que algo no encajaba. Desarrollaste tu autoexigencia, y por ello, dispones a día de hoy decenas de títulos empezados y muy pocos finalizados.

3. Dime tu opinión…¡Pero sé sincero/a!

A día de hoy dispones de tus propios críticos habituales, esos en los que confiar y que sabes, que siempre te ofrecerán una valoración objetiva sin que la amistad, y el aprecio enturbie la opinión. Sabes que escribes por placer personal, porque te gusta y lo necesitas, sin embargo, siempre llega un momento en que necesitas una valoración externa de lo que has creado.

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Hay quien dice que siempre se escribe para «alguien en concreto», no obstante, eso es algo que solo sabes tú y que no revelarás a nadie. El momento en que te devuelven tu novela original, inspeccionas con ansiedad el rostro de ese amigo, intentando leer en su expresión qué le ha parecido…

4. Esos fugaces instantes de inspiración…

La inspiración es como un relámpago, surge de pronto y de ahí, que necesites siempre tu «cuaderno de ideas». Vas en el metro, en el autobús escuchando música y de pronto, aparece una sensación, una imagen, un escenario, una frase...¡Y tienes que apuntarlo!

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En ocasiones, las mejores ideas aparecen cuando estás en el baño, en la ducha o justo al amanecer, cuando tienes que levantarte. El cerebro está mucho más despejado y las musas irrumpen en tu mente sin previo aviso.

5. Escribir de noche, escribir con música

Hay quien necesita silencio absoluto para poder encajar sus ideas y transformarlas en un relato, en una novela, pero a ti, te inspira más escribir con música mientras tecleas nerviosamente con tu ordenador. Todo fluye y todo surge como por arte de magia.

Y la noche, es casi siempre el mejor momento, ella quien te arropa en su calma y su misterio, en esas noches de Delirium tremens donde han surgido tus mejores obras, esas que aún no habrás enseñado a nadie porque eres muy exigente y la has revisado ya como 150 veces.

6. Vives vidas parelelas

Ser escritor requiere vivir la mayor parte del día, en otro mundo. Es enfundarse en personajes propios que viven existencias ajenas a la tuya. Muchos te dirán que pareces algo paranoico, que tu mirada se queda suspendida en el vacío, que te ríes sin razón aparente…

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Lo que ocurre, es que tu cerebro de escritor está suspendido en muchos universos, ahí donde siempre debes mantener el equilibrio para dar lo mejor de ti, enriquecerte, y conseguir algo que otros no entienden: que tu vida sea más intensa.