¿Y si he caído yo también en eso que llaman una relación de pareja tóxica? La verdad es que resulta curioso como sabemos identificar este tipo de personalidad en amigos en incluso en familiares como padres o madres y, sin embargo, en nosotros mismos la cosa no es tan evidente. Andamos como si en nuestros ojos y corazón tuviéramos una venda.

¿Por qué ocurre esto? Básicamente porque estamos enamorados. Y el amor, en especial en las primeras fases, nos ciega. Hay pasión, obsesión y una alta atracción. No es hasta que vamos percibiendo esos pequeños detalles cotidianos, cuando nos damos cuenta de que «algo falla». Y más aún, que nosotros mismos no nos sentimos nada bien.

¡Cuidado! ¿Y si has caído en una relación de pareja tóxica? Descúbrelo

Es común que se focalice muchas veces en la figura de los hombres la idea de que son ellos esos «agentes tóxicos y manipuladores». No es verdad. Este tipo de personalidad recae por igual en hombres y mujeres. Así pues, todos nosotros podemos vivir en alguna ocasión una relación de estas características. Y no importa el género, ni nuestros estudios, ni nuestra edad… A todos nos puede pasar.

¿Qué te parece si empezamos dando unas pequeñas pistas para reconocerlos?

Te conviertes en un satélite dando vueltas alrededor de un planeta

Tú, dejas de ser tú. Cada día pierdes un pedacito más de tu identidad para ofrecérselo a la otra persona. Y lo hacemos porque los amamos, pero también porque él o ella así lo quiere.

Las necesidades de la otra persona siempre tienen prioridad. Sus chantajes son tan sutiles que siempre acabamos cediendo y, cuando lo hacemos, algo en nosotros se va rompiendo: la autoestima, la integridad.

amor toxico (Copy)

Al principio lo hacemos con libre voluntad, nos agrada hacer feliz a la otra persona y cedemos. Más tarde nos damos cuenta de que si decimos un «no» el equilibrio se rompe, así que, por miedo a perder al ser querido, acabamos guardando nuestra opinión para que la relación se mantenga.

Nos damos cuenta que más que amor… es obsesión

Las relaciones tóxicas no permiten espacios personales. Es un todo o nada. Y ello implica que la fijación con la otra persona sea absoluta, que la obsesión sea tan extrema que lejos de ofrecernos felicidad, lo que sentimos es sufrimiento.

toxicos-960x623 (Copy)

El amor se convierte muchas veces en «posesión». No se permite el crecimiento personal de la otra persona ni el nuestro, nos focalizamos tanto el uno en el otro que la toxicidad puede ser extrema. Sobre todo porque se traduce en desconfianza, y la desconfianza en celos.

Y cuidado, hay personas que llegan a confundir los celos como una muestra directa de cuánto nos aman.

El control te quita energía, libertad y el placer de ser tú mismo/a

Es algo gradual que vamos descubriendo poco a poco. Al principio la otra persona nos es cautivadora y perfecta. La atracción es inmensa.

amores toxicos (Copy)

No obstante, día a día vamos percibiendo que cada cosa que sucede, directa o indirectamente, tiene que ver con él o ella:

  • No debo llegar tarde o se enfadará.
  • Mejor no le digo esto porque no le va a gustar o no lo verá bien.
  • Casi que quedo con mis amigos otro día porque si no llego pronto a casa no lo verá bien.
  • Mejor declino esta oferta de trabajo porque ello implica estar menos en casa.
  • Casi que dejo este curso para el año que viene…
  • Me pongo este tipo de ropa porque sé que le gusta más, aunque echo de menos el estilo que tenía antes…

Al principio lo hacemos sin darnos cuenta, porque nuestra relación lo es todo. No obstante, llega un día en que descubrimos con asombro que lo que mantenemos no es una relación, sino unas cadenas al cuello y en nuestro corazón.

No lo permitas, no dejes que la pasión te ciegue, abre tus ojos, protege tu corazón y entiende que el amor también es libertad y crecimiento personal. Su tú eres feliz podrás hacer felices a los demás. Si sientes sufrimiento, cada día dejarás de ser tú, y eso es algo que nunca valdrá la pena. No pagues un precio tan alto.

Y recuerda, si te ha parecido interesante este artículo descubre también el síndrome de Anna Karenina.