En 1492 un español natural de Lebrija (Sevilla), Elio Antonio de Nebrija, publicó la primera Gramática española, acompañada por un Diccionario latino-español, seguida dos años después por un Vocabulario español-latino, iniciando así una tradición y una disciplina que posteriormente sería tomada por un cuerpo colegiado, la Real Academia de la Lengua Española (a partir de 1726, con el Diccionario de Autoridades), pero que ocasionalmente ha sido asumido también por hombres y mujeres excepcionalmente talentosos y enamorados del idioma: la aventura de elaborar un diccionario de la lengua castellana.
El diccionario de la lengua castellana con nombre de mujer
María Moliner nació en 1900 en Paniza, Zaragoza, hija de un médico rural y parte de una familia de cuatro hermanos. Se formó como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón y se licenció en Historia en 1921 en la Universidad de Zaragoza. Al año siguiente se incorporó al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y al sistema de bibliotecas públicas de España donde realizó una intensa labor, especialmente durante el período de la República y hasta su jubilación en 1970.
Pero una vida está conformada por más de una historia, por más de una trama, y la que nos interesa en este caso se inicia en 1952, cuando María recibió un regalo de su hijo Fernando, el Learner’s Dictionary of Current English, de A.S. Hornby, que la terminó de impulsar a elaborar un diccionario que fuese más práctico que el de la Real Academia Española (el DRAE), un diccionario de la lengua castellana que no fuera un cementerio de palabras en desuso, que escribiría en su tiempo libre y que haría en “2 añitos”.
Fueron catorce años y una labor tan intensa por parte de María Moliner que llevó a decir a uno de sus hijos, cuando le preguntaron cuántos hermanos eran: “Dos varones, una hembra y el diccionario”.
En 1981, año de la muerte de la autora, el premio Nobel Gabriel García Márquez describió de esta manera el Diccionario de uso del español, popularmente conocido como el “María Moliner”:
“tiene dos tomos de casi 3.000 páginas, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y –a mi juicio– más de dos veces mejor”.
Moliner se anticipó a la RAE en la incorporación de la Ch en la C y de la Ll en la L, incorporó sinónimos, frases hechas, etimologías y términos de uso frecuente que todavía no habían sido aceptados en el DRAE. Entre escritores, docentes, correctores y editores, su diccionario de la lengua castellana es considerado una herramienta sumamente útil y práctica.
Por esta labor extraordinaria, María Moliner debió haberse convertido en 1972 en la primera mujer en ocupar un sillón en la Real Academia Española de la Lengua, pero criterios machistas y académicos (no era considerada filóloga, sino historiadora), lo impidieron. Fue en 1978 cuando se incorporó la primera mujer a la academia (Carmen Conde), y que ella saludó sin ninguna clase de rencor.
Curiosamente, al ser rechazada por la academia, se convirtió en uno de los iconos del feminismo español, aunque seguramente ella preferirá ser recordada como la autora de un maravilloso diccionario de la lengua castellana, con nombre de mujer.
Y para que veas lo apasionante que puede ser nuestro idioma, lee las palabras más raras del diccionario, las que nos dejó 2015 y otros términos aceptados, como papichulo, amigovio o basurita.