En ocasiones, los comportamientos dotados por una alta brillantez intelectual en un área determinada, como puede ser la matemática, la espacial o la musical, no van de la mano de ese otro ámbito igual de importante: la Inteligencia Emocional.

El síndrome de Savant o savantismo, también conocido como el síndrome del genio, tiene como particularidad el que veamos personas que destacan en una especialidad casi de forma asombrosa. Hay quien le basta con pasearse una hora por una ciudad, para poder llevar ese escenario a un plano reflejando hasta el más mínimo detalle.

Otros, por su parte, son capaces de realizar asombrosos cálculos matemáticos tan precisos donde apenas existe el error. Ahora bien, la mayoría de ellos son pacientes con un trastorno de espectro autista, u otro problema del desarrollo que en muchas ocasiones, no les permite hacer una vida como el resto de personas. Son muy especiales, su realidad, es distinta…

Hoy en Supercurioso, te invitamos a conocer un poco más del síndrome de Savant.

El savantismo: genios sin inteligencia emocional

Es muy posible que recuerdes a Raymond, el personaje que Dustin Hoffman representó en el cine de forma tan brillante en «Rain Man». Aquí, se inspiraron en realidad en un hombre llamado Kim Peek, una persona que vino al mundo con un problema cerebral: una macrocefalia.

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Este problema orgánico gestado ya durante su desarrollo, le causó graves problemas a nivel social y personal, sin embargo, y a pesar de estar dentro del espectro autista, Kim destacaba por varias áreas realmente excepcionales:

  • Podía memorizar libros enteros en una sola lectura. Llegó a memorizar más de 12.000 en toda su vida.
  • A pesar de no poder caminar hasta pasados los 4 años, era todo un prodigio de las matemáticas. Su mente era como una calculadora.
  • No era autónomo, no podía cuidar de sí mismo pero su cerebro era como un auténtico ordenador lleno de datos precisos y realmente amplios.

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La mayoría de personas diagnosticadas con el síndrome de Savant, entran en el espectro autista menos profundo, o son Asperger. No son buenos gestionando emociones, controlando la rabia o  la frustración, o percibiendo incluso sentimientos ajenos. Suelen actuar imitando lo que hacen otros, pudiendo, a pesar de dichos problemas orgánicos o del desarrollo, llevar una vida normal en su mayoría.

Ahora bien, a pesar de ser brillantes en alguna área: matemáticas, sentido musical, memoria visual o dibujo, su cociente intelectual no es especialmente alto. No obstante, ya conoces sin duda lo ambiguo de este índice, y la problemática que suele ocasionar tan a menudo. A día de hoy existen libros y estudios muy interesantes sobre el síndrome de Savant como  el escrito por Darold Treffert «Gente extraordinaria: entendiendo el síndrome savant».

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En este libro se nos explica por ejemplo una idea mantenida por muchos especialistas: este síndrome estaría propiciado en realidad por un problema en el hemisferio izquierdo del cerebro. Muchos pacientes diagnosticados con este síndrome presentan alguna disfunción en esta área cerebral, e incluso personas que han sufrido un accidente traumático en este lado del cerebro, demuestran de pronto alguna virtud excepcional.

Para muchos neurólogos una lesión en el hemisferio izquierdo destapa en ocasiones procesos asombrosos. Lo que ocurre es que generalmente, las personas cuando leemos, vemos o aprendemos algo solemos «editar», es decir, nos quedamos con una información muy limitada que interpretamos, olvidando o desechando el resto de forma automática.

El cerebro de un Savant no edita. Si lee algo lo recuerda todo como si fuera «una fotocopia», no añade información accesoria. Cuando observa un paisaje, actúa guardando cada píxel como si fuera una fotografía… Ahora bien, en muchos casos, esta facultad intelectual tan asombrosa, implica que perdamos la capacidad de entender ciertas emociones, de relacionarnos mejor, de ser empáticos…

Como ves, las maravillas ocultas en el cerebro, nunca dejan de asombrarnos.