Según denuncian las organizaciones humanitarias, a día de hoy, son cerca de 70 millones las niñas que son obligadas a casarse en contra de su voluntad, y cuando aún no han alcanzado la mayoría de edad. El drama es múltiple y alcanza dimensiones que apenas podemos imaginar.

No solo se les impide poder disfrutar de una infancia y una adolescencia normal, con preocupaciones de niñas, donde sus vidas, se convierten en simples mercancías con las que negociar. Muchas de estas criaturas de entre 8 y 15 años mueren cada día o bien a manos de sus maridos, o escapando mediante el suicidio de una realidad difícil de concebir.

Es un drama silencioso. No podemos dar datos exactos del número de niñas que cada año eligen el suicidio como vía de escape a una sociedad primitiva que no las respeta, o de cuántas son heridas, vejadas, o atacadas con ácido para destrozar sus rostros.

Son sociedades para las cuales, la mujer carece de voz y aún menos de respeto. Hablemos hoy de ellas, de las «niñas-esposa», pongamos un grito a sus demandas y esperemos que algún día ya no tengamos que hablar de estas historias.

El caso de Rawan,  la niña yemení

El caso de Rawan apareció en la prensa a finales del 2013. Estamos en el Yemen, en una zona tribal llamada Hardh. Dentro del mundo árabe es habitual que se establezcan matrimonios de conveniencia que negocian los cabeza de familia, ahí donde los pactos son sagrados y donde las mujeres no tienen voz ni voto.

Rawan tenía 8 años cuando fue entregada a un hombre yemení de 40 años. Se celebró la boda una mañana, y al día siguiente, la pequeña amaneció ya sin vida y sin que los médicos pudieran hacer nada por ella. Las lesiones ocasionadas por la noche de boda fueron tan brutales e inconcebibles, que no logró superar un hecho que nunca tenía por qué haber vivido.

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Se pidió un castigo ejemplar para su marido e incluso numerosas organizaciones por los derechos humanos clamaron la necesidad de castigar también a los familiares de Radwa, pero a día de hoy, nada de eso ha ocurrido. En el 2009 se estableció una ley en la que ninguna mujer podría casarse si no tenía como mínimo 17 años, pero, como vemos, es algo que nunca se ha cumplido.

Las niñas en Afganistán

Una niña deja su infancia en el momento en que se sacrifica un pequeño cabritillo en su honor para simbolizar así, el tránsito a la edad adulta en su boda. No importa que tenga 9 años. Las muchachas siguen siendo entregadas a hombres que quintuplican su edad esperando que sean buenas esposas y futuras madres.

La infancia pierde su sacralidad y se convierte en un bien ganancial, en una transacción económica. Y Afganistán es desde siempre una prueba clásica de ello. Para darte un ejemplo de lo que sucede en este país, podemos hablarte de Kunduz, una joven que con apenas 18 años, aprovechó un instante en que su marido no estaba en casa para coger un fusil y quitarse la vida. No podía soportar vivir más tiempo con aquella persona a la que había sido vendida cuando aún era una niña.

La muerte en ocasiones es una liberación eficaz, pero lamentablemente no todas las niñas logran conseguirlo. Muchas, quedan lesionadas por sus múltiples intentos, por buscar en la muerte el descanso a sus heridas del alma, ésas que nadie ha puesto medios para remediar. Algunas eligen las armas de fuego, las estufas de keroseno o cuchillos, con los cuales abrirse las venas.

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Es la única opción factible, puesto que si alguna de ellas intenta fugarse, el castigo puede ser lamentable. No sólo el marido y los propios familiares de la muchacha la castigarán con una paliza, sino que quedarán presas en la cárcel, repudiadas entonces de por vida. Un drama que la fotógrafa Stephanie Sinclaire nos ha mostrado a través de su obra, la cual, le ha valido un Pullitzer. Mediante sus imágenes, conocemos por ejemplo el caso de Marzia, una muchacha que a sus 15 años decidió prenderse fuego. ¿La razón? No se atrevía a decirle a su marido que había roto el televisor sin querer.

La muerte era mucho mejor que los golpes que seguramente recibiría… Pero Marzia no pudo morir, no logró su objetivo, las quemaduras no eran lo bastante graves para darle un descanso, lo peor vino después, al volver del hospital. Las patadas y puñetazos de su marido y familiares le han dejado más marcas de por vida. Aunque las peores, son las que no se ven, aquellas que ni el tiempo logrará borrar jamás.

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Según las organizaciones humanitarias, una niña es vendida en el mundo cada 3 segundos. Ojalá que algún día, este drama, casi siempre silencioso, termine para siempre y no nos veamos en la obligación moral de informarte de estas cosas. Así lo esperamos, no hay duda. Mientras, te invitamos a conocer otro drama igual de cruel: la ablación fememina, la negación de la mujer.