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La paradoja de Buchenwald
En abril de 1945, hace setenta años, tropas norteamericanas liberaron el campo de concentración de Buchenwald, el mayor de su tipo en territorio alemán, y donde sufrieron cárcel y a menudo muerte –uno de cada cinco– más de 250.000 seres humanos: judíos, presos políticos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová y disidentes de diferentes tipos (incluidos prisioneros de la guerra civil española).
La paradoja consiste en que si había descendientes de japoneses entre los soldados estadounidenses era muy probable que su familia hubiera sido internada en alguno de los campos de concentración creados por el gobierno de ese país, de 1942 a 1944, para aislar y vigilar a los estadounidenses de origen asiático.
La otra ironía en torno a Buchenwald es que su historia no concluyó con la liberación de 1945, pues los rusos siguieron dándole uso hasta 1950, para albergar a funcionarios y militares nazis de alto rango y potenciales enemigos políticos.
Objetivos parecidos para resultados diferentes
Claro, el objetivo y las consecuencias de los campos estadounidenses, que llegaron a albergar a más de 120.000 ciudadanos de ascendencia nipona, no pueden compararse con los de los alemanes: en el caso de los primeros la intención, sin duda completamente desacertada, fue prevenir acciones de sabotaje o colaboración con el enemigo, aunque fue muy claro el carácter racista de la medida, pues fueron pocos los descendientes de italianos o alemanes que recibieron un trato similar- En cambio, los alemanes han pasado a la historia como sinónimo de infamia y de maldad casi absolutas, pues eventualmente su objetivo era exterminar a los detenidos, y los niveles de deshumanización rara vez han vuelto a repetirse.
Los alemanes implementaron más de 15.000 campos de concentración en su país y en los territorios ocupados. Generalmente estaba destinados a trabajos forzados, aunque también estaban los empleados casi de forma exclusiva para el exterminio, como Auschwitz o Belzec (ambos en Polonia), y el número de víctimas se ha estimado en más de 6 millones de personas, principalmente judíos, aunque también murieron gitanos, homosexuales, comunistas y disidentes políticos.
No pueden olvidarse los campos de prisioneros de guerra rusos, en los que el desprecio y los malos tratos llevaron a la muerte a unos 3 millones de soldados rusos.
Otros campos, otros crímenes
Ingleses y rusos compiten por el dudoso mérito de haber iniciado la práctica de concentrar civiles en campos de prisioneros con el objeto de debilitar la resistencia a invasiones u ocupaciones, o con el propósito de destruir una comunidad étnica, política o religiosa.
Los rusos habrían creado los primeros campos en Polonia, en el siglo XVIII, y los ingleses en Suráfrica, durante la segunda guerra de los Bóer, a fines del XIX.
También hay posibles antecedentes de estas prácticas en la guerra de independencia de Cuba y en la presencia militar estadounidense en Filipinas poco antes de su independencia.
Otros campos, otros nombres
Pero esta práctica abominable no concluyó con la Segunda Guerra Mundial, sólo cambió de nombre. Hasta mediados de los años sesenta del siglo pasado fue común en los países socialistas –bajo influencia rusa o china– la implementación de campos de trabajos forzados adonde eran enviados delincuentes, opositores y disidentes.
En la Unión Soviética estos campos fueron conocidos como Gulags, y entre 1930 y 1960 por ellos pasaron alrededor de 14 millones de personas, muriendo más de un millón.
No es una práctica que dejamos atrás con el segundo milenio, pues actualmente es posible que existan campos de este tipo en Corea del Norte, y está presente como manera de quebrar disidencias o diferencias culturales y religiosas, cada vez que se instaura un régimen totalitario, o se promueve una nueva guerra.
Pero definitivamente, el siglo XX, entre otras muchas cosas, será recordado como el siglo de los campos de concentración, algo terrible para la humanidad. ¿Qué piensas tú?