Élisabeth Vigée-Le Brun debutó con su último autorretrato en el prestigioso Salón de París y con su obra escandalizó la sociedad parisina en 1787. Descubre porqué.

Élisabeth Vigée-Le Brun y su hermosa obra revolucionadora

Élisabeth Louise Vigée-Le Brun pintó un autorretrato donde luce una expresión con sus labios separados en una sonrisa recatada; acunando a su hija pequeña, irradiando intimidad materna. Ambas están vestidas con vestidos de gasa blanca que tiernamente sugieren una identidad compartida.

Élisabeth Vigée Le Brun, autorretrato con su hija
Autorretrato de Élisabeth Vigée Le Brun con su hija

Debutó esa obra en el prestigioso Salón París, que el público quedó conmocionado porque el cuadro ignoraba las reglas establecidas sobre la representación facial, de acuerdo con el historiador Colin Jones, profesor de la Universidad Queen Mary de Londres.

La idea de la sonrisa con dientes no era exactamente nueva, pero ver a madame Vigée-Le Brun realmente identificada con este gesto fue como desechar el libro de reglas del arte occidental. 

Un periodista contemporáneo escribió que la sonrisa abierta de Vigée-Le Brun fue «una afectación que artistas, conocedores y gente de buen gusto condenaron unánimente». Sin embargo, este efecto fue característico de su carrera, pues a ella le gustaba desafiar las convenciones.

Vigée-Le Brun nació en 1755 en el seno de una humilde familia parisina. Demostró tener un don para el dibujo y la pintura desde una edad temprana, aunque no le permitieron recibir formación formal por ser mujer. Para compensar este aspecto, empezó a trabajar en el taller de un pintor de historia, recibió clases de pintura al óleo y visitó las galerías más importantes de la ciudad.

Élisabeth Vigée Le Brun, autorretrato
Élisabeth Vigée Le Brun, autorretrato

Para 1783, había reclamado uno de los cuatro asientos reservados para mujeres en la Academia, gracias a la intervención directa de la Reina María Antonieta, su modelo más famosa, y el Rey Luis XVI.

Su vertiginoso y revolucionario ascenso a la fama fue posible gracias al mundo rápidamente cambiante que la rodeaba. Vigée-Le Brun retrataba a sus modelos de forma glamorosamente naturales y naturalmente glamorosas.

Este don para la transformación, así como las creencias más radicales de Vigée-Le Brun, se exhibieron durante el Primer Salón del artista, en 1783. Alejándose del estilo cortesano estructurado, su obra María Antonieta con un vestido de Chemise (1783) muestra a la reina con un vestido de muselina holgado, cabello sin adornos, sosteniendo una rosa. Vigée-Le Brun, realista autoproclamada, pretendía reimaginar la realeza, de acuerdo con las aspiraciones modernas e individualistas hacia la autenticidad, la transparencia y la virtud natural.

Élisabeth Vigée-Le Brun, la pintora que escandalizó París en el siglo XVIII
Retrato de María Antonieta por Élisabeth Vigée-Le Brun

Para Vigée-Le Brun y, de hecho, para la propia María Antonieta, la pintura respetaba las ideas popularizadas por el filósofo de la Ilustración Jean-Jacques Rousseau, ideas sobre las cuales se construiría la Revolución Francesa de 1789.

Sin embargo, para los contemporáneos que vieron sus creaciones en el Salón este estilo era frívolo, poco elegante e inapropiado para una reina.

Los críticos también ridiculizaron a Vigée-Le Brun por su presencia en el Salón de 1783. El boletín Mémoires Secrets especuló que no pintaba sus propias imágenes o que por lo menos no las terminaba. También llegaron a decir que un artista que estaba enamorado de ella (M. Ménageot) la ayudaba.

Para muchos, era imposible creer que una mujer podría mostrar sus logros profesionales tan públicamente en el prestigioso Salón, pero Élisabeth Vigée-Le Brun no sólo lo hizo, sino que pudo enlazar su obra con ideas más progresistas que las de los propios filósofos que la inspiraban.

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Imágenes: Wikimedia Commons