Es habitual que cuando hablamos de expedición en un contexto histórico lo primero que se nos venga a la cabeza sean las campañas con un objetivo conquistador. Nombres como Carlomagno, que consiguió crear un auténtico imperio con sus expediciones; Napoleón Bonaparte, que empleaba sus estrategias en los juegos de naipes para materializar sus conquistas; o Cristóbal Colón, que terminó en América debido a un error, son los primeros en salir a colación cuando mencionamos la palabra «expedición».
Sin embargo, no todas las expediciones tenían el objetivo de aumentar el poder de un territorio, sino que la historia nos ofrece ejemplos de campañas que buscaban todo lo contrario: ayudar de manera desinteresada a otros pueblos y culturas. La Expedición Balmis es un claro ejemplo de ello.
De A Coruña a América para luchar contra la viruela
El artífice que hizo posible esta epopeya histórica fue el alicantino Francisco Xabier De Balmis. Para muchos este nombre no les dice nada pero es a este cirujano militar a quien le debemos la traducción del primer volumen sobre vacunaciones publicado en España, el Tratado histórico y práctico de la vacuna y varios trabajos sobre el tratamiento de la sífilis, entre otras muchas más aportaciones científicas.
A finales del siglo XVIII, Europa se vio asolada por un brote de enfermedades epidémicas que se extendieron por el viejo continente como la pólvora. De todas ellas, la viruela fue la que más vidas se cobró, con una tasa de mortalidad de cerca de 400.000 personas al año. El preocupante ascenso de estas cifras año tras año provocó que se empezara a investigar y a probar diferentes tratamientos experimentales como solución. Uno de ellos tuvo éxito. El británico Edward Jenner descubrió que el ser humano podía ser inmune al virus de la viruela si se contagiaba, paradójicamente, del virus de la viruela bovina. De esta forma, inoculando este virus en el ser humano se conseguía la cura contra una de las enfermedades más virulentas de la época. Pero una vez encontrada la solución, surgía un nuevo problema: ¿Cómo transportar la vacuna hasta el Nuevo Mundo sin que ésta perdiera su eficacia? Y es que recordemos que los transportes en aquella época no eran ni por asomo como en la actualidad y llegar en barco hasta América podía llevar meses.
Es en este punto de la historia donde entra en juego el doctor Balmis. Por orden del rey Carlos IV, quien consideró de vital importancia enviar la vacuna a las colonias españolas de ultramar, el médico alicantino sería el encargado de capitanear una expedición sanitaria, la primera de la historia de carácter internacional, para hacer llegar la cura contra la viruela al Nuevo Mundo, a dónde los primeros colonos españoles la habían llevado en 1518. El monarca, movido quizás por un sentimiento personal de compasión al haber padecido su hija esta enfermedad, apoyó con fondos públicos esta campaña con fines filantrópicos.
Los fondos económicos ya estaban conseguidos, por lo que el transporte hasta el continente descubierto por Colón casi 3 siglos atrás estaba asegurado. Pero la pregunta sobre cómo transportar la vacuna seguía estando en el aire. Los británicos ya habían intentado transportar la vacuna a través de vacas, pero no había dado resultado. Balmis consiguió salvar este problema: la vacuna debía ser transportada por seres humanos.
Tras varios experimentos, Balmis descubrió que los individuos de corta edad eran los mejores «recipientes» en los que transportar la vacuna, ya que en ellos tenía una respuesta más rápida. De esta forma, se les realizaba una incisión en el hombro por la que se pasaba una lanceta con el fluido y, tras aproximadamente 10 días, aparecían unos granos denominados vacuníferos en cuyo interior se encontraba el valioso líquido de la vacuna. Estos granos se secaban con rapidez, por lo que había que ir inoculando el virus en los sujetos en reiteradas ocasiones, y siempre de dos en dos para asegurar que la cadena no se rompiera.
Un total de 22 niños, de entre 3 y 9 años, fueron reclutados en el orfanato Casa de Expósitos de A Coruña con la misión de ser los portadores in vivo de la vacuna contra la viruela. Y así fue como la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna partió el 30 de noviembre de 1803 del puerto de A Coruña rumbo a América en una misión que marcó un hito en el mundo de la medicina pero que también suscitó un gran rechazo por lo dudoso de su ética. Además de con el doctor Balmis, los pequeños también viajaron en compañía de la enfermera Isabel Zendal, que fue la encargada de cuidar de ellos durante la travesía inicial de A Coruña a Puerto Rico.
Durante el largo viaje, dos de ellos fallecieron y un tercero lo haría antes de llegar a México. Antes de partir del puerto gallego, a todos ellos se les prometió que volverían a casa sanos y salvos. Ninguno regresó a Galicia. Se dice que muchos de aquellos héroes a la fuerza fueron acogidos por familias del lugar, mientras que otros regresaron a un orfanato, eso sí, en suelo extranjero.
Balmis continuó con su expedición durante 3 años más, tiempo en el que fue reclutando a más niños para convertirlos en los portadores de una vacuna que llegó a lugares como Acapulco, Manila o Macao. La campaña terminó el 14 de agosto de 1806, cuando el doctor arribó al puerto de Lisboa, aunque ésta no fue su última expedición, ya que antes de su muerte en 1819 Balmis regresó a China al mando de otra investigación científica.
De aquellos 22 héroes, que sin saberlo ayudaron a evitar la muerte de miles de personas a manos de la enfermedad que más vidas se ha cobrado en la historia, solo queda el recuerdo. En A Coruña una placa colocada frente a la Domus homenajea a aquellos que marcaron un antes y un después en la historia de la medicina.