¿Alguna vez te has preguntado por qué, al parecer, a todos (o a la gran mayoría de las personas) nos encantan los dulces y/o el sabor del azúcar en general? Hay científicos y estudiosos que parecen haber encontrado una razón y tiene mucho sentido. ¿Quieres conocerla? ¡Te lo contamos!

El sabor del azúcar: ¿Es evolutiva la razón por la que se nos antoja tanto?

Podemos decir que es gracias a nuestros antepasados que nos gusta tanto el sabor del azúcar. ¿Y eso por qué? Resulta que hace millones y millones de años, los simios sobrevivieron en su entorno con una dieta basada en la fruta rica en azúcar. Estos animales preferían la fruta más madura porque tenía un contenido de azúcar más alto que la fruta más verde y, por lo tanto, les suministraba más energía. De allí nació este anhelo por lo dulce.

Queda claro que los seres humanos prehistóricos también tenían preocupaciones muy diferentes de las que tenemos hoy en día. En aquel entonces, su objetivo final era sobrevivir en las situaciones más duras, por lo que usaban el sabor de azúcar como una indicación de que ese alimento en particular era alto en calorías y les daría más energía, grasa y en muchas ocasiones calor.

Así es cómo el hombre prehistórico desarrolló un gusto por el sabor del azúcar, porque le ayudó perceptiblemente en su supervivencia en un momento histórico en el que la comida era escasa y las oportunidades de ingerirla bastante reducidas.

La razón evolutiva por la que amamos el sabor del azúcar

También es cierto que el azúcar se encuentra en diversos grados en casi todos los alimentos. Incluso la carne contiene cierta cantidad de sacarosa. Cuanto mayor sea la concentración de azúcar en un trozo de carne, más jugosa será. La dulzura se convirtió, así, en un indicador que ayudó al hombre prehistórico a distinguir entre la carne buena, jugosa en calorías y la carne mala, desagradable y poco saludable.

En la historia, nuestros ancestros pasaron por períodos de inanición, donde aprendieron que el azúcar era asimilado por el cuerpo y le proporcionaba más energía, y el cuerpo aprendió rápidamente a convertirla en grasa. Esta adaptación fue un mecanismo de supervivencia que daba el siguiente mensaje: come fructosa y disminuye con ello la probabilidad de morir de hambre.

Hoy en día, algunos científicos sostienen que el sabor dulce es adictivo. De hecho, el azúcar estimula la dopamina, hormona que ayuda a «sentirse bien». Esta respuesta eufórica tiene sentido desde una perspectiva evolutiva, ya que nuestros antepasados ​​cazadores y recolectores predispuestos a «engancharse» al azúcar probablemente tenían una mejor oportunidad de supervivencia si la consumían. En otras palabras, todo lo que hacía que las personas tuvieran más probabilidades de comer azúcar también los haría más propensos a sobrevivir ya transmitir sus genes.

Todos los retos alimentarios que enfrentaron nuestros antepasados ​​prehistóricos significan que biológicamente nos hemos entrenado para anhelar dulces. El problema hoy es que los seres humanos tienen demasiado de la materia dulce disponible a ellos, y a diferencia de aquella que proporciona la madre naturaleza, tienden a ingerir modificados que aportan muy poco, o nada, al estilo de vida del hombre moderno y su salud.

Allí está, ya lo sabes, ese amor tuyo por los dulces lo heredaste de nuestros antepasados.

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