La lepra, una enfermedad milenaria, de hecho una de las enfermedades más antiguas que se conoce, aún hoy en día continúa segregando a las personas. Y aunque no lo creas, existen en algunas partes los hospitales especiales para los leprosos, los últimos leprosarios. ¿Te interesa saber más?
Los últimos leprosarios del siglo XX
Cuando pensamos en esta enfermedad, casi nos trasladamos automáticamente a los tiempos bíblicos, a esos pasajes en que Jesús caminaba y los leprosos se le acercaban implorándole sanación. Pero mucho más atrás ya se tenía registro de esta enfermedad, en China, Egipto y la India, desde por lo menos 600 a.C.
Y es que a la lepra no se le conocía el origen, no sabían por qué daba, y eso promovió unas leyes terribles y muy severas para excluir a quienes la padecían; su aspecto repulsivo era el colofón del repudio social, pues hasta hace menos de 200 años se pensaba que era un castigo divino, y en algunas partes del mundo creían que sufrir lepra era la consecuencia de los pecados de tus padres y abuelos, sin hablar de los vicios que, según la usanza del tiempo, pudieses tener: lascivia, herejía…
La lepra es un padecimiento infeccioso crónico que afecta principalmente la piel, los nervios periféricos, la mucosa de las vías respiratorias altas y los ojos, y antiguamente se creía incurable. Se contagia por fluidos nasales y orales de los enfermos, y como los síntomas tardan en aparecer –el período de incubación es de más o menos 5 años, y los síntomas pueden presentarse hasta 20 años después–, ya cuando tenías las lesiones era cuando te diagnosticaban la enfermedad y se imponía el aislamiento. El cuerpo despedía olores nauseabundos y a todas luces era como si te pudrieras en vida.
El absoluto desconocimiento de esta enfermedad, aunado a las deformidades físicas, generaron un verdadero miedo dentro de la sociedad, y lo que se hacía era alejarlos, confinarlos en lugares remotos, condenarlos de por vida al ostracismo. En la Edad Media se convirtió en un auténtico problema de salud pública, y frente al avance incontenible se idearon espacios especiales, hospitales llamados leprosarios, leprocomios o lazaretos, y en el siglo XII había ya más de 30.000 regados por toda Europa. Estos leprosarios solían ubicarse en islas, o en pueblos bastante alejados de los centros urbanos para evitar el contacto con los enfermos. Para este fin, los obligaban a portar unas pequeñas tablas (llamadas “tablillas de san Lázaro”, el santo de los leprosos y mendicantes, de allí el término de lazaretos) que debían golpear para avisar a los demás de su paso. Quienes sufrían de lepra debían confinarse a estos lugares, y prácticamente vivir presos el resto de sus vidas.
A primera vista podría pensarse que en estas instalaciones los leprosos tendrían tratamientos adecuados, pero la verdad es que la intención era esconderlos, apartarlos de la vista social. Durante siglos ése fue el comportamiento hacia los pobres enfermos de lepra hasta bien entrado el siglo XX, a pesar de que en 1874 el médico noruego Gerhard Armauer Hansen descubriese que la enfermedad existía por una bacteria, la Mycobacterium leprae, y a raíz de eso comenzó a llamarse bacilo de Hansen, y a la lepra mal de Hansen. La gran importancia de este descubrimiento fue que terminó con la idea histórica de la incurabilidad de la lepra, aunque el estigma social siguió siendo el mismo.
Sin embargo, y a pesar de conocerse ya su origen, en diversos países continuaron con la práctica de los leprosarios, incluso hasta pleno siglo XX, como en Argentina, China, Brasil, Egipto, España, India, Japón, Nepal, Rumania, Vietnam, República Dominicana, Liberia, Somalia, Tanzania, Chile o Indonesia. En varios de estos países, los últimos leprosarios aún funcionan.
- En Europa occidental, el último leprosario se encuentra en España, en la provincia de Alicante: el Sanatorio de Fontilles o San Francisco de Borja, abierto en 1909, y actualmente centro de investigación de la lepra, aunque todavía alberga a por lo menos 50 enfermos residentes y otros 150 de tratamiento ambulatorio.
- En Argentina, el Hospital Sommer aún funciona, y es una especie de pueblo con su iglesia, casas, escuelas y cementerio que hasta el 2011 albergaba a 800 personas. Hay pacientes ya curados que continúan viviendo allí, pues han pasado la mayor parte de su vida en el hospital. Del mismo modo que un preso a cadena perpetua que de pronto se ve libre, los enfermos de Sommer no saben vivir de otra manera ni en otro lugar. Éste es uno de los últimos leprosarios más notables.
- La Isla de Providencia, al norte de Venezuela, funcionó hasta 1984, y vivían allí el personal médico y varios cientos de enfermos de lepra.
En este año, ya la vacuna que había logrado el médico venezolano Jacinto Convit funcionaba, y se le aplicó a estos enfermos con total éxito.
- En la Isla de Pascua también funcionó un leprosario, de donde muchos huyeron a causa de las terribles condiciones en que se encontraba y de los execrables comportamientos que allí se escenificaron: castigos físicos, golpes, violaciones, malos diagnósticos de lepra…
- En Colombia, el lazareto Agua de Dios también cerró bien entrado el siglo XX.
Hasta tal punto eran discriminados que incluso se acuñaban monedas especiales para ellos; así, en Venezuela, Panamá, Brasil, Costa Rica o Colombia, distribuían estas monedas (más bien fichas) en los distintos leprosarios.
Hoy en día ya se conocen curas pero aún la enfermedad persiste. Jamás en los términos de pandemia, pero no hemos logrado erradicarla de nuestra especie. Lee sobre otra enfermedad estigmatizante y cómo se propagó, el sida.