Afortunadamente los métodos educativos, tanto por parte de las familias como en las escuelas, han dado un giro radical. Donde habían «zapatillas», «correas» o «palmetas» hoy encontramos métodos pedagógicos modernos alejados del castigo físico, pero no siempre fue así como lo demuestra la máquina de zurrar niños que se instaló en New Jersey. ¡Alucinante!

La máquina de zurrar niños de New Jersey

La idea de la máquina de zurrar niños surgió del alcalde de Bridgeton, una ciudad del estado de New Jersey en EE.UU. El hombre, llamado Arthur C. Whitaker, fue alcalde de la población durante varios años a principios del siglo XX. Como alcalde quería acabar con la pequeña delincuencia juvenil aplicando un correctivo disuasorio y para ello creó una brigada especial. La brigada tenía como misión aplicar una «zurra» a los jóvenes delincuentes para que no reincidiesen. Los azotes no se aplicaban a mano, sino con una máquina automatizada que se instaló en el ayuntamiento.

La máquina de zurrar niños que se instaló en New Jersey. ¡Alucinante!

Los infractores eran juzgados y si eran considerados culpables, habitualmente eran condenados a ser «zurrados» ya que el alcalde Whitaker consideraba que era mejor aplicar este tipo de correctivo antes que enviar a los chicos a un reformatorio. La «brigada» aplicaba el castigo cuando le era transmitida la condena y podían regular en la máquina tanto la duración como la intensidad de la zurra. Ésto dependía de la pena impuesta que variaba según el tipo de acto delictivo cometido.

Al parecer, la máquina estuvo en servicio durante 7 años, los que el Sr. Whitaker fue el alcalde de Bridgeton, y «pasaron» por ella más de 100 chicos y también algunas chicas. El instrumento gozó de tanta popularidad en la ciudad que algunos padres voluntariamente llevaban a sus hijos al ayuntamiento para que fueran castigados por la máquina. Lamentablemente no existen imágenes de este famoso artilugio.

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Whitaker no fue el primero en pensar en una máquina para aplicar un castigo corporal. El filósofo utilitarista Jeremy Bentham (1748-1832) se planteó la injusticia que suponía, en la aplicación de sentencias que implicaran castigo corporal, la intervención de un ser humano: el verdugo. Éste podía estar más o menos cansado, sentir simpatía o antipatía por el reo e incluso podía dejarse comprar por falta de honradez lo que derivaría en una injusticia, ya que la dureza del castigo podría variar de un delincuente a otro por el mismo delito. Por este motivo tan «curioso» decidió que lo mejor sería idear una máquina que aplicase el castigo de una manera uniforme y justa. Incluso la describió con todo detalle: «…debería poner en movimiento ciertas varillas elásticas de caña o de ballena, el número y tamaño de las cuales podría ser determinada por la ley… la fuerza y ​​la rapidez con la que se deben aplicar, podría ser prescrito por el juez…Así, todo lo que es arbitrario podría ser eliminado.»

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Desde el siglo XIX  y principios del XX abundaron los dibujos, habitualmente en tono cómico, de máquinas para «zurrar» ya fuera individual o colectivamente, que hicieron reír y volar la imaginación de los lectores de tiempos pasados. Hoy en día, afortunadamente, a nadie se le ocurriría pensar en una máquina para aplicar un castigo físico, ya fuera para infantes o para reos adultos.

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