Las piezas musicales interpretadas por Mariya Yúdina eran tan majestuosas, que fueron capaces de conmover hasta las lágrimas al dictador Josef Stalin. Un hombre que parecía imperturbable a todo lo que pudiese tocarle la fibra sensible a cualquier otro ser humano.

Con su rebeldía casi suicida rechazó y desafió al líder comunista, pero se ganó su admiración al compás de un piano. Mariya Yúdina logró lo que nadie había podido hacer en la Unión Soviética sin que fuese condenada a morir en un gulag, gracias al poder de la música.

Mariya Yúdina, la desafiante pianista favorita de Stalin

Mariya Yúdina era una pianista de origen ruso, nacida el 28 de agosto de 1899, famosa por sus impecables interpretaciones de las composiciones de Johann Sebastian Bach y del pianista Ludwig van Beethoven. Sentía debilidad por la música contemporánea, además era una ferviente devota del cristianismo pese a haber pertenecido a una familia judía.

Forjó su carrera musical en el Conservatorio de San Petersburgo, donde estudió y se dedicó a impartir clases de piano hasta 1930. Yúdina se negaba a arrodillarse ante las imposiciones del comunismo soviético. Los criticaba categóricamente sin temer las consecuencias. Tampoco ocultaba sus creencias religiosas en un Estado ateo que perseguía a los creyentes para castigarlos de maneras innombrables. Todo esto le costó el trabajo como docente y la dejó habitando las frías calles de la ciudad rusa por varios años.

Mariya Yúdina. La historia de la pianista favorita de Stalin que lo retó
Mariya Yúdina

Pero la convicción de Mariya Yúdina de hacer frente al régimen soviético era inquebrantable. En los recitales de piano aprovechaba la atención de su público para dejar clara su posición contra la dictadura de Stalin. Por estas actuaciones fue sancionada y se le prohibió realizar conciertos por cinco años. Nada de esto detendría a Yúdina, una pianista excepcional que poco le importó arriesgar su vida y vivir la miseria, con tal de servir de muro de contención ante las atrocidades ejecutadas por la Unión Soviética, como pocos se atrevieron a hacerlo.

Su tenacidad quedó reafirmada el día en que Stalin conoció su música durante una transmisión en directo en la radio. El líder soviético quedó cautivado por su interpretación del Concierto para piano nº 23 de Mozart, así que pidió que se le diera la copia de aquella presentación radial que no había sido grabada. Pero, ¿cómo negarle esta orden al líder soviético? Una comisión buscó con urgencia a los miembros de la pequeña orquesta que acompañó a Yúdina, y a ella misma, para grabar el concierto que debía ser entregado a Josef Stalin cuanto antes.

Stalin no podía contener la emoción al escuchar una y otra vez a quien se convirtió en su pianista predilecta, había ‘algo’ en sus canciones le hacía brotar las lágrimas. Para recompensarla, ordenó que se le enviaran 20 mil rublos, junto a una carta donde expresaba su admiración.

En respuesta al gesto del hombre que tanto repudió, la pianista replicó:

“Te agradezco, Joseph Vissarionovich, Tu ayuda. Rezaré por ti día y noche. Le pediré al Señor que perdone tus grandes pecados delante del pueblo y de la tierra. Le di el dinero a la iglesia ortodoxa a la que asisto para que realicen oraciones perpetuas para salvar tu alma.”

Enviarle semejante escrito a uno de los hombres más despiadados de la historia era sellar su propia sentencia de muerte, pero no se podía esperar menos de Yúdina.

Dando por certera su ejecución, se despidió de familiares y amigos. Sin embargo Stalin, responsable de causar la muerte de millones de personas, no tenía voluntad de desaparecer a la mujer cuya música le acompañó hasta el final de sus días. Matar a Yúdina era matar aquello que despertó todas estas emociones inexplicables en él, completamente ajenas a su naturaleza. Así, nada malo le ocurrió a Yúdina. Quizás su música fuera de las pocas cosas que realmente llegó al corazón del temido líder comunista.

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