Niños muy inteligentes o superdotados, así se les califica a esos “mini humanos” astutos, precoces, tiernos pero intrigantes, que poseen un coeficiente intelectual igual o superior a 130.
A sus escasos años de vida ya cuentan con un amplio bagaje de conocimientos, pues sus memorias son sorprendentes. Algunos aprenden a hablar antes de cumplir dos años… otros son capaces de leer a la perfección mientras que los demás niños de edad parecida apenas empiezan a explorar el abecedario.
Ante esto, pareciera que los ojos del mundo se posaran con especial atención en su existencia, como si en estas criaturas recayera la responsabilidad de lograr cosas extraordinarias en la Tierra. “¿Él o ella conseguirá la cura a enfermedades terminales?” “¡Seguro dentro de unos años nos presentarán grandes inventos!”. Las expectativas son enormes… tan enormes como los retos que viven a diario a causa de este don.
Niños MUY inteligentes, ¿pero poco felices?
No todos los niños muy inteligentes son poco felices, pero tampoco sería correcto afirmar que la mayoría de ellos lo son. Debemos tomar en cuenta que la condición de “superdotado” a veces viene acompañada de un perfil emocional y conductual que resulta incomprensible para el resto, y absolutamente inevitable para ellos. Por lo que el aislamiento e incluso el rechazo son algunos efectos colaterales.
Los niños muy inteligentes ven el mundo con una óptica diferente a la de sus pares en edad. Tanto es así que nos hacen pensar que se tratan de almas viejas depositadas en cuerpos infantiles. Pues suelen interesarse -sin necesidad de vivir en países en conflicto- en temas más realistas e intrincados, como la guerra, la miseria, la muerte, la vida misma, la injusticia, la verdad, religiones, el mundo… son existencialistas por naturaleza. De ahí a que les llamen precoces.
Reflexionan con tanta intensidad y sensibilidad que llegan a vulnerarse el ánimo, hasta el punto de padecer de depresiones profundas. Más aún cuando sus intereses, en conjugación con sus capacidades cognitivas, les complican congeniar con la mayoría de los niños que se inclinan más hacia todo aquello que evoque la inocencia de la niñez, como juegos de aventuras e ideas sobre lo mágico y fantástico.
El contraste es notable, ellos lo perciben claramente y se aíslan al pensar «no soy como el resto de los niños, soy diferente», o también es posible que sean excluidos por considerárselos “bichos raros” o “sabelotodo”. No es un secreto que desde pequeños nos acompañan los prejuicios.
En cualquiera de los casos, el camino es solitario para estos pequeños si no se les motiva a desarrollar sus habilidades sociales y si no se les orienta en cuanto a la canalización de pensamientos perjudiciales.
Esta misma tendencia a ser reflexivos los convierte en personas críticas, sobre todo con ellos mismos. De acuerdo a Edward Amend, coautor del libro Una Guía para Padres de Hijos Superdotados, los niños muy inteligentes tienden a pensar que su alto coeficiente intelectual es todo lo que les compone, que no hay otro aspecto especial en ellos más que este “don”. Por tanto se preocupan con demasía en llenar las expectativas de otros, de modo que se convierten en perfeccionistas crónicos en aras de minimizar el riesgo a fracasar.
El temor a fallar es casi fóbico, así que también se adhieren a una serie de inhibiciones al racionalizar erróneamente que es mejor “no hacer”, pues si «hacen» y se equivocan, los tomarían por menos astutos. Como resultado se transforman en niños ansiosos, tristes y reprimidos.
En estas circunstancias, Amend recomienda que los padres deben alentarlos a salir, a aventurarse a nuevas experiencias para que, poco a poco, se desprendan de este miedo. Por ser tan lógicos, él suele decirles a sus pacientes que romper con la rutina, abrirse a la novedad, les ayudará a ampliar su inteligencia innata. A ellos les tranquiliza escuchar que hasta los niños más inteligentes fracasan a menudo, y esto no les resta inteligencia.
No con todo lo expuesto se sugiere que los niños muy inteligentes estén condenados a la infelicidad, que no sean capaces de socializar y vivir una infancia tan ligera como el resto de los chicos, pero sí que necesitan una dosis extra de atención y comprensión para que este don no se convierta en una camisa de fuerza.
Vivir bajo el sello de “superdotado” acarrea mucho estrés en estos pequeños, por lo mismo, los padres deben evitar imponerles metas demasiado grandes, pues ¿para qué agregarles más presión de la que ya de por sí ellos se imponen?. Está claro que poseen una inteligencia extraordinaria, una madurez y raciocinio ajeno a su edad, no por ello hay que olvidar que son niños y que deben tratarse como tal.
Es preciso saber escucharlos, apoyarlos a que sigan alimentando sus espíritus curiosos…darles un pequeño empujón para que no se aíslen y se animen a compartir con otros chicos. Asimismo, tener paciencia, ser cautos y observadores en la crianza de estos niños. Pero nunca está de más visitar a especialistas para contar con una guía sólida que ayude a orientar en su tránsito por la vida a estos pequeños de mentes sumamente inquietas, ya que cada caso es diferente.
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