Vivir en la Edad Media… una época llena de sobresaltos y, sí, de muchos, muchos peligros. Aunque los historiadores han tendido a llamarla “edad oscura”, hoy sabemos que también estuvo signada por cosas maravillosas, como la existencia de universidades a las que podían asistir mujeres como profesoras o estudiantes, de libros exquisitos y bibliotecas extraordinarias, e incluso se pudo redactar la Carta Magna, en 1215, que daría origen a nuestra concepción moderna de democracia. Sin embargo, al habitante de aquellos tiempos lo acechaban numerosos riesgos y penalidades por los que podía morir.
Vivir en la Edad Media, peligroso y conflictivo
Como sabrás, la salud y los remedios a las enfermedades eran muy precarios, así como las normas de higiene. Enfermedades como la tuberculosis hacían estragos entre la población, sin importar riqueza o clase social; cualquier tosecita podía desembocar en bronquitis, cuyos desenlaces solían ser fatales.
Entre los males de vivir en la Edad Media se podían contar los relacionados con el crecimiento, es decir, la desnutrición campeaba, y los niños eran los más afectados; la tasa de mortalidad infantil era notablemente alta debido a múltiples factores –por ejemplo, malnutrición de la madre, infecciones, hambre…– y la esperanza de vida no sobrepasaba los 50 años, más allá de que algunas personas, como Leonor de Aquitania o Hildegarda de Bingen, lograran llegar a los 80.
La guerra era uno de los motivos por el que era fácil que te mataran, no sólo si pertenecías a uno de los ejércitos en conflicto, sino también si eras un simple habitante de un poblado. La “Guerra de los Cien Años” entre los reinos de Inglaterra y Francia (1337-1453) asoló Europa, pues los ejércitos de ambos bandos no sólo peleaban, sino que entraban a las ciudades y se dedicaban al bandidaje: violaban a las mujeres, robaban las cosechas de los campesinos y los bienes de los castillos, sin hacer mucho caso del “código de caballeros”.
Era muy corriente que quemaran todo a su paso, y con el tiempo se crearon bandas de mercenarios –al estilo actual– que se enriquecían devastando cuanta población se encontraban. Muy a menudo también los reyes hacían uso de estas bandas como ejércitos.
Además de las guerras locales, la dificultad de vivir en la Edad Media tenía mucho que ver con el clima; la gran mayoría vivía en poblamientos rurales más que en los urbanos, lo que significaba que la vida y el trabajo dependía de la tierra: el mal tiempo podía llevar a problemas para sembrar pero también al fracaso completo de una cosecha, cosa que se traducía en hambre. Eso explicaría la cantidad de santos dedicados a la protección de las siembras –san Servais, que protegía de las heladas, san Clemente contra el viento, san Elías contra la lluvia y la sequía, o la Virgen María, que podía proteger de todo, especialmente de las tormentas y relámpagos– y a las supersticiones relacionadas con la brujería, que achacaban los males agrícolas a mujeres acusadas de hechiceras, que supuestamente controlaban el clima o mataban al ganado.
Y si querías viajar, te enfrentabas a muchos peligros: un lugar limpio y seguro era difícil de encontrar, y a menudo los viajeros medievales debían dormir a la intemperie (si lo hacías en invierno podías morir congelado), corriendo el riesgo de ser robados.
Por eso, era usual que se viajase en grupos, aunque los peligros persistían. Por ejemplo, si lograbas hospedarte en algún monasterio o posada, no había ninguna garantía de consumir alimentos en buen estado, y era común que alguien se intoxicase, con el consecuente malestar y posible muerte si no recibías atención médica adecuada. Era eso o pasar hambre.
Podías ser atrapado en un conflicto local y verte envuelto en problemas, y si no conocías la lengua de la región –aunque hablases latín fluido–, tu vida se podía convertir en un desastre. Para evitar algunos de estos peligros, se comenzaron a usar barcos, que viajaban más rápido pero también eran más caros, aunque los riesgos marítimos eran considerables.
Por otro lado, para las mujeres era altamente peligroso parir; el proceso del parto para muchas significó la muerte, pues tras largos días de labor algunas morían extenuadas –la salud no era muy buena debido a las constantes hambrunas, producto de las guerras y la pérdida de cosechas–. Las parteras eran las encargadas de los nacimientos, y no tenían preparación formal, sino la obtenida con la experiencia; sin embargo, muchas mujeres y recién nacidos morían por infecciones posnatales comunes, sobre todo por cuestiones de higiene.
En muchos sentidos fue devastador vivir en la Edad Media, especialmente en el siglo XIV, pues la Peste Negra se convirtió en una de las mayores pandemias de la historia, arrastrando consigo a un cuarto de la población europea (y asiática). En muchas ciudades murieron hasta la mitad de los conciudadanos, sin que se supiese cómo controlar el contagio.
Eso produjo en el ánimo de la época una extraña indiferencia hacia la muerte y paradójicamente un ansia de penitencia, pues se creía que la especie humana y sus vicios eran los culpables de aquella horrible mortandad. Fueron comunes entonces movimientos religiosos extremos, como los flagelantes o los Hermanos del Espíritu Libre, que acusaban al clero y a la nobleza de excesos y lujos. Aunque fueron excomulgados y tratados de herejes, en Francia y Flandes calaron bien.
Resultaba muy peligroso vivir en la Edad Media, aunque si estudiamos otros períodos históricos quizá nos daríamos cuenta de que cada época tiene sus propios riesgos. Como la nuestra, amenazada por el peligro nuclear, ¿tú qué crees?
Te invitamos a leer otros artículos nuestros: lo que podría ocurrirte si fueras un peregrino medieval, cómo hacían las mujeres en el medioevo para no embarazarse y algunas leyendas del Camino de Santiago.