El 18 de abril de 1955 se apagó en Princeton, Nueva Jersey, Estados Unidos, la que podría considerarse como la mente más brillante del siglo XX; el profesor Albert Einstein (Alemania, 1879) falleció como consecuencia de la ruptura de un aneurisma de aorta, pero no podemos decir que con su muerte su cuerpo haya descansado en paz, al menos no todo él, pues ese día su cerebro inició una aventura particular. Una aventura de la que te hablamos en otro artículo de Supercurioso.

¿Puede el cerebro de Einstein explicar su genialidad?

¿Había algo en este órgano que pudiese explicar la inteligencia extraordinaria de un hombre que nos hizo cambiar nuestra concepción del universo?

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Intentar responder a esta pregunta llevó a una historia extravagante y accidentada del cerebro de Einstein, que comenzó con su extracción ilegal del cuerpo por parte del patólogo Thomas Harvey, que lo fotografió y luego realizó 240 cortes para enviar trozos a científicos y especialistas que pudieran determinar si podían verse las señales del “genio”.

Argumentos a favor

Durante 60 años tanto las fotografías como las muestras han sido analizadas desde diversos ángulos y generado varias teorías. Veamos algunas: en 1985 la neuróloga Marian Diamond, de la Universidad de California, declaró que el cerebro de Einstein tenía células adicionales llamadas “células gliales”, que apoyan las neuronas “pensantes” del lóbulo parietal izquierdo, donde se supone se encuentran las habilidades para las relaciones espaciales y las matemáticas.

En 1992 otro investigador, de Osaka (Japón), apoyó esta teoría y sugirió que estas células gliales adicionales podrían ser la causa de una supuesta dislexia del físico.

Otra neurocientífica, Sandra Witelson, informó que los pliegues y surcos del lóbulo parietal del físico tenían una configuración que sugería un desarrollo más temprano que lo usual.

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Otro estudio, realizado en 2013 por el antropólogo Dean Falk, de la Universidad Estatal de Florida, comparó las fotografías del cerebro tomadas por Harvey con otros 85 cerebros, detectando así algunas particularidades, como el que hubiese circunvoluciones adicionales en los lóbulos frontal y parietal, que reciben información visual y espacial, y que hizo preguntarse a los investigadores si esto explicaría la capacidad de Einstein para “ver” la curvatura del espacio.

Argumentos en contra

Otros científicos, desde la década de los 50, consideran que estas aseveraciones son pura charlatanería y que para empezar, el manejo del cerebro por parte de Harvey, al rebanarlo como lo hizo, no fue el más adecuado y afectó muchas conclusiones posteriores.

El profesor de neurología de la Universidad de Pace, Terence Hines, ha refutado nueve teorías en torno a la relación del cerebro de Einstein y su genio.

“Si usted comienza con la idea preconcebida de que va a analizar el cerebro de alguien muy inteligente, terminará consiguiendo algo que confirme ese sesgo”.

Señaló, por ejemplo, que en los esquizofrénicos es común detectar una mayor densidad neuronal, y que no hay pruebas de que Einstein fuera disléxico. Y en torno a las circunvoluciones cerebrales, Hines afirma que no hay pruebas de que esto determine mayor o menor inteligencia.

¿Conclusiones?

Otros investigadores y académicos comparten el escepticismo de Hines y algunos, como la neuropatóloga Ann McKee, de la Universidad de Boston, han hecho una observación que podría considerarse como concluyente: que no se puede evaluar un cerebro sólo por su estructura física, habría que considerar también las relaciones bioquímicas y eléctricas, el modo como se activan las diversas áreas, y esto no puede hacerse con un cerebro muerto. El ejemplo que utilizó no pudo ser más gráfico: sería como tratar de entender el comercio y  las actividades que se realizan en Manhattan exclusivamente a través del estudio de sus edificios. Para estudiar un cerebro genial hay que hacerlo cuando está en plena actividad, es decir, con vida.

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Y tú, ¿qué opinas? ¿Crees que la actividad de la mente puede evidenciarse físicamente en el cerebro? Lee sobre un hallazgo increíble, el descubrimiento de un cerebro de 2.600 años.