Max Schreck y su figura siniestra dejaron una impronta única e inolvidable en el mundo del celuloide. Su «Nosferatu» sigue aterrándonos a día de hoy de un modo inexplicable. Seguramente por su silueta espectral y por su expresión a medio camino entre lo sobrenatural y lo atávico. Por esas manos de dedos huesudos y, sobre todo, por la maestría de un director: Friedrich Wilhelm Murnau, que en 1922 nos trajo una pieza cinematográfica única del expresionismo alemán, que  entremezcló diversos y oscuros aspectos que merece la pena recordar.

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«Nosferatu» la historia de un singular rodaje

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«Nosferatu: Eine Simphonie des Grauens» fue rodada en 1922 bajo la estela de lo sobrenatural en muchos de sus matices. Para empezar, fue producida por la logia ocultista «Fraternitas Saturni». Tal vez por ello y por la carga impactante de su protagonista, se ha mantenido con tanta fuerza a lo largo del tiempo, sirviendo como inspiración a varias películas posteriores como «La sombra del vampiro» de E. Elias Merhige (2000). En esta última se ahondó un poco más en esos extraños detalles que edificaron la leyenda del Nosferatu de Murnau y, en especial, en ese peculiar actor llamado Max Schreck.

El argumento de la película era sencillo pero eficaz.  En ella conocemos al Conde Orlok, un ser inhumano y espectral que trae la peste y la muerte allá donde va. En especial a la ciudad de Bremen, donde se desarrolla la historia. El Conde es un vampiro. Un vampiro con expresión de roedor y zarpas en las manos, cuya fuerza e impacto logra atravesar la pantalla. El guión compartía un evidente parecido con la historia original del Drácula de Bram Stocker: Thomas Hutter trabaja en una compañía inmobiliaria en Alemania. Este hombre debe abandonar su plácida vida y a su mujer para viajar a los Cárpatos y cerrar la venta de una propiedad de Wisborg con el siniestro Conde Orlock.

Al llegar al poblado donde vive el conde, el joven abogado es testigo del pavor de todos los vecinos. Algo que comprueba en persona cuando tiene ante él a esa criatura, a ese ser siniestro que llega a chuparle la sangre cunando, casualmente, se corta un dedo. En esencia, el argumento se asemejaba en muchos aspectos a la novela original. Algo que ocasionó graves problemas legales y una demanda por parte de la viuda de Bram Stocker, que, obviamente, ganó.

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¿Cuál fue el resultado? El tribunal ordenó que se destruyeran todas las cintas de Nosferatu. Afortunadamente se guardaron unas cinco copias que fueron distribuidas por todo el mundo y guardadas hasta que la viuda de Stocker falleciera. Con el tiempo se hicieron más copias que se proyectaban con mala calidad, pero que permitieron que la leyenda fuese creciendo y creciendo hasta que en 1984, durante el Festival de Berlín, se pudo reconstruir la versión más fiel de ‘Nosferatu, una sinfonía del horror’.

Quién la veía por primera vez, ya fuera a lo largo de los años 30 – con esas copias escondidas – o a través del montaje final de los años 80, quedaba impactado de inmediato por la oscuridad del la cinta. Por las sombras y por esos escenarios naturales, que en cierto modo se alejaban del expresionismo alemán más clásico.

El Nosferatu de Murnau era diferente: más vívido, más físico y con planos inspirados en pinturas románticas. Aunque lo más destacable era aquel vampiro que, simplemente, parecía salirse de la pantalla por su realismo. Pero… ¿quién era en realidad Max Schreck?

Max Schreck, el auténtico Nosferatu

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Se sabe muy poco de Max Schreck. Para empezar, desconocemos incluso su nombre real, puesto que su apellido, curiosamente, significa «terror». Demasiado singular y casual para alguien que, según se decía, era un amante de lo oscuro y, en especial, del vampirismo. Se sabe que tenía una extensa experiencia en el campo teatral y que había trabajado en la famosa compañía de Max Reinhar. Tenía fama en el mundo de la escena por dos razones: por su expresividad y por ser un hombre incómodo para muchos. Max Schreck, simplemente, daba miedo.

Tal vez por ello lo quiso Murnau en su película, porque vio en el peculiar Max Schreck al siniestro conde Orlock y a un auténtico vampiro capaz de dotar a su película del realismo que necesitaba. De hecho, existe una leyenda muy extendida que asegura que Murnau permitió a su actor morder de verdad a la protagonista en la escena final. Las malas lenguas llegaron a decir que la muchacha era una drogodependiente y que Max Schreck la mordió hasta causarle la muerte, pero nada de esto es verídico ni se demostró en su momento. Sólo nos quedan las sombras, la oscuridad de una película que sigue produciéndonos un temor inexplicable y la imagen de un actor que supo encarnar como nadie el papel del vampiro más real y sibilino, la del inquietante Max Schreck.

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