Occidente ha sentido una gran fascinación por la figura de las Geishas japonesas. Esas damas delicadas que se dedicaban y dedican a entretener en reuniones sociales y cuyas vidas y actividades, más allá de las evidentes, quedaban en el misterio y hermetismo de la sociedad japonesa que no deseaba hablar de ello. Acompáñanos a conocer cómo era la Vida de una geisha y descubre más sobre ellas y cómo era su existencia.
¿Sabías que en su inicio eran hombres y sus tareas eran muy semejantes, salvando las distancias, a las de los bufones de las cortes europeas medievales? No te pierdas los sorprendentes aspectos de la existencia de estas mujeres del País del Sol Naciente que tanto fascinan.
La Vida de una geisha
Kioto es tradicionalmente la ciudad de las gheisas y donde aún en la actualidad puedes encontrarlas. La institución de las geishas tuvo su máximo esplendor entre los siglos XVII y XIX y a partir del XVIII pasó a ser prácticamente femenina aunque en sus inicios fuera masculina. Gheisa significa literalmente «persona que practica el arte«. Una geisha es una profesional cuyo cometido, tras largos años de estudio y entrenamiento, consiste en entretener y acompañar en reuniones y fiestas con las artes tradicionales japonesas como son el canto, la danza, la conversación, etc. En esta ocasión nos centraremos en la vida de una geisha y dejaremos de lado la historia de la institución
Infancia y vida de una geisha
Aunque en la actualidad las jóvenes que quieren ser geishas lo hacen de forma voluntaria y comienzan su entrenamiento superada la adolescencia, en siglos pretéritos, era muy común que iniciaran su aprendizaje en la niñez. En muchas ocasiones, las futuras geishas provenían de familias pobres que vendían a sus hijas a casas de geishas.
La primera etapa de su entrenamiento se conocía como «shikomi» y en ella simplemente realizaban tareas de limpieza y debían obedecer y realizar todo aquello que les fuera encomendado, para poco a poco ser introducidas en varias artes tradicionales. Las aprendices eran prácticamente criadas de las geishas más experimentadas y debían observarlas y adaptarse. Solía hacerse una ceremonia en la que se emparejaba una aprendiza con una onee-san que sería su guía y mentora durante varios años, formándola para que se convirtiera en una geisha famosa y respetada, como una «hermana mayor».
Pasado un corto tiempo, se daba el primer paso en el camino para ser geisha: de minarai se pasaba a maiko júnior. Esto suponía un cambio en el maquillaje y las jóvenes pasaban de pintarse solo el labio inferior a los dos. Sobre los 20 años se convertían en geishas veteranas en una ceremonia llamada Erikae que significa «cambio de cuello» ya que en ella el kimono pasaba de tener el cuello de rojo a blanco y se consideraba finalizada por completo la etapa de aprendizaje.
Vida de una geisha en una Okiya
La casa en las que vivían las geishas era una Okiya y se encontraban en unos barrios especiales llamados «hanamachi» o «ciudad de las flores». En las okiyas no entraba casi ningún hombre y funcionaban como una familia. A la cabeza estaba la madre o «okasan» y la seguían las hermanas mayores y las aprendices. La okiya a la que pertenecía la geisha tenía derecho a una gran parte de sus ganancias que se quedaba para pagar la deuda de la chica por la educación, la ropa, la manutención e incluso por la compra de la propia joven en su niñez. En las okiya se realizaba la ceremonia de San San ku do en la que se formalizaba la relación fraternal entre una geisha y su aprendiza y a menudo la postulante cambiaba su nombre tomando uno con una raíz parecida a la de su mentora.
Las okiyas se transmitían como una herencia y la okasan designaba a su propia hija natural como heredera, si la tenía, o a una geisha de especiales cualidades.
El Danna o protector en la vida de una geisha
Si una geisha deseaba aumentar sus beneficios o incluso independizarse, tenía la necesidad de un protector, un «danna». Este hombre le entregaba regalos y se unía a ella en una ceremonia similar al «san san ku do» que se realizaba tanto en los matrimonios regulados socialmente como cuando la chica se había vinculado con su «hermana mayor». Aunque no se hablaba de ello, se suponía que la geisha mantenía relaciones sexuales con su protector. El danna no solía elegirlo la propia joven, sino que era la okiya la que lo escogía por su riqueza y su prestigio social.
La prostitución y la vida de una geisha
Si la geisha mantenía relaciones con otros hombres, además de con su danna, era siempre de manera discreta ya que no era la función para la que se había educado y si se sabía sería considerado un «mal comportamiento», perjudicando la reputación de su okiya.
Aunque las limitaciones a las actividades de las geishas variaron según las épocas y se sabe que en el período Edo se subastaba la virginidad de las futuras geishas al llegar a los 14 años, en ningún caso geisha y prostituta son sinónimos. Las prostitutas o cortesanas japonesas eran las «oiran» y debido a que vestían en ocasiones de manera similar podía suscitar confusión en los occidentales. En general, los diferentes gobiernos prohibieron estrictamente a las geishas comerciar con el sexo para proteger el negocio de las oiran.
El final de la vida de una geisha
Para poner fin a su carrera de geisha, estas mujeres organizaban una ceremonia de despedida conocida como Hiki-Iwai en la servían arroz hervido a su okasan (madre) y su onee-san (hermana mayor).
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