Muchos de nosotros conocemos las Workhouses o Asilos de pobres ingleses por las novelas, especialmente las de la era victoriana. ¿Quién no recuerda a Oliver Twist, escudilla en mano, pidiendo más alimento? Esta escena ocurría en una Workhouse infantil. Los niños trabajaban para pagar su manutención lo mismo que los adultos y las condiciones de vida en esas instituciones eran tan horribles que muchos preferían morir libres en las calles que ingresar en una de ellas. Acompáñanos a descubrir algunos datos sobre las terribles «Workhouses» o Asilos de pobres de Inglaterra.
Las «Workhouses» o Asilos de pobres de Inglaterra. Una terrible realidad que desconocíamos
Las workhouses nacieron como una institución de caridad que pretendía proporcionar techo y alimento a los más desfavorecidos de la sociedad, especialmente lisiados, ancianos, niños y mujeres, a cambio de su trabajo.
Desde 1388 en Inglaterra (un país con muchísimas curiosidades) existía una «ley de pobres» para ayudar a los indigentes, pero a partir de 1815 con el fin de las guerras napoleónicas, la incipiente mecanización del campo y las industrias y las malas cosechas, una gran parte de la población quedó sin medios de subsistencia y en 1834 se dictó una «Nueva Ley de Pobres». En ella se establecía que el que no ingresara en una «Workhouse» no tenía derecho a la asistencia pública. Para conseguir que realmente acudieran a los asilos las personas que estaban en la más absoluta miseria, las condiciones de vida en esas instituciones eran durísimas. Aunque los asilos de pobres existían desde hacía siglos y cada parroquia mantenía uno, esto cambió a mediados del siglo XIX. Se crearon las workhouses modernas.
La mentalidad victoriana no admitía «vagos» y a los internos se los ponía a trabajar de inmediato. Muchas veces esas ocupaciones eran absurdas y no proporcionaban ningún rédito. Las ocupaciones solían ser picar piedra, trabajar la estopa, machacar huesos para producir fertilizantes y otros trabajos que nadie quería realizar. Los niños, en ocasiones, eran alquilados a empresarios como mano de obra barata, con la justificación del aprendizaje de un oficio. El único beneficio que realmente tenían los internos es que los niños recibían una mínima educación y tenían asistencia médica, por lo demás, la mayoría prefería no ingresar en una de esas casas.
Las workhouses eran prácticamente prisiones. Sólo existía una puerta con un portero que vigilaba continuamente y, aunque los internos eran libres de abandonar la institución, no lo hacían si habían ingresado con niños ya que, automáticamente, si ellos se iban, sus hijos también. A los usuarios se los dividía en grupos: ancianos e inválidos, niños, mujeres que podían trabajar y hombres capaces.
Al llegar a las casas era obligatorio el baño y la desinfección y vestir el uniforme del asilo. Incluso en algunos de ellos se obligaba a vestir un uniforme según el motivo de ingreso, las embarazadas vestían de rojo y las ex-prostitutas de amarillo. Religiosidad, terribles castigos corporales, humillaciones y hambre, conseguían el propósito que las workhouses perseguían: no ingresaba nadie que no estuviera desesperado. Con los años, esos terribles asilos fueron cambiando y las workhouses sustituidas por otras instituciones más humanas.
Las últimas workhouses debían haber desaparecido en 1930, al dictarse una nueva ley, pero realmente siguieron existiendo hasta 1948 en que se clausuraron o transformaron las últimas.
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