Jimmy Page, Van Halen, Keith Richards, Santana, Slash, Chuck Berry… la lista de candidatos al mejor guitarrista de la historia es larga, pero ninguno de ellos tiene una historia como la de Robert Johnson, el guitarrista que vendió su alma al diablo para ser el mejor de todos los tiempos… y que lo consiguió, según sus dicen los afortunados que lo vieron actuar.

 

La historia del guitarrista que vendió su alma al diablo

Nacido en 1911 en el Mississipi de la segregación racial, fruto de una relación esporádica, el 11º hermano de una familia negra nunca lo tuvo fácil. Su amor por el arpa y la armónica lo llevaron a saltarse las clases, sin mucho éxito. Su otra pasión eran las mujeres, que lo llevó a huir y cambiar su nombre varias veces para evitar a los maridos celosos. Pronto se pasó a la guitarra, pero su carrera era más bien discreta hasta que vendió su alma.

El nacimiento del mito

La leyenda cuenta que esperó hasta la medianoche, guitarra en mano, en el cruce de la autopista 61 con la 49 en Clarksdale (Mississipi). Allí, Robert vendió su alma al diablo, y cuando este le devolvió la guitarra, sus manos solo tenían que deslizarse por el mástil para tocar blues como nadie lo había hecho antes. Sus conocidos pronto sospecharon de la espectacular mejora de Robert a la guitarra, una mejoría que solo se podía alcanzar con la ayuda del mismísimo diablo.

Sus letras sobre desesperación religiosa y diablos interiores cautivaron al público, pero Robert no se quedaba nunca en el mismo lugar, como si siempre huyera. El público dice que tenía una mirada poseída, que se oían dos guitarras, varias voces… y así hasta que un promotor se topó con él. Grabó 39 canciones entre noviembre de 1936 y junio de 1937; el único testimonio musical que ha dejó.

Grababa de cara a la pared, según el estudio para que no se vieran sus ojos poseídos (otros músicos dicen que porque la acústica así era mejor), siempre con su guitarra Gibson medio destrozada de la que jamás se separaba. A medida que su fama aumentaba, se volvía más excéntrico: tocaba en la penumbra para que no vieran su técnica, desaparecía a media actuación… siempre sin repetir lugar.

Mientras tocaba, seducía a la señorita correspondiente, hasta que sedujo a la dueña del Three Forks, el local donde tocaba. Pese a las advertencias, Robert bebió de una botella de whiskey abierta que le dieron, y a mitad de la actuación desapareció, dejando abandonada su guitarra. Tras tres días de delirio, murió envenenado a la edad de… 27 años, como si el diablo se hubiese cobrado su alma y la del resto de miembros del club de los 27. Por si fuera poco, hay tres tumbas donde supuestamente está enterrado.

¿Conocías la historia del guitarrista que vendió su alma al diablo?