El sexo forma parte del ser humano desde su propia existencia. Numerosas representaciones demuestran la importancia que ha tenido el sexo en todas las épocas. Siguiendo con artículos sobre el mundo antiguo como «La historia de Sumer», ahora haremos un repaso por la historia de la sexualidad en la Antigüedad.
El sexo en la Antigüedad
Empecemos por Mesopotamia. Apenas se conocen imágenes eróticas de esta civilización, pero a quien sí conocemos bien es a Inanna, la Diosa de la Fertilidad y el amor, siempre representada sujetándose sus pechos. Esta deidad irá pasando de civilización en civilización con distintos nombres, Isthar para los acadios, Astarté para los fenicios, Afrodita para los griegos y Venus para los romanos.
En cuanto a los egipcios es curioso cómo una civilización que ha acaparado la atención de tantos y sobre la que tanto se ha escrito, apenas cuente con trabajos sobre la forma en que vivían su sexualidad, la cual conocemos a través de numerosos textos y poemas romanos que demuestran que esta cultura eran bastante desinhibida. Cabe destacar que, sin embargo, eran todos monógamos excepto el faraón. El adulterio tal y como se explica en el Libro de los muertos estaba duramente castigado. La explicación está en que la monogamia en Egipto era una forma de mantener la cohesión social.
El sexo en la cultura grecorromana
Si en la mente de todos nosotros existen imágenes eróticas sobre el mundo antiguo sin duda alguna pertenecen a la cultura grecorromana. Una de las estudiosas del tema es Carmen Sánchez que en su libro «Arte y erotismo en el mundo clásico» nos pone de manifiesto algunas ideas bastantes interesantes de cómo vivían la sexualidad estas civilizaciones.
En primer lugar habría que decir que la mujer tenía un papel marginal respecto al sexo. Las hetairas se dedicaban a dar placer, las concubinas se hacían cargo de las necesidades corporales de los hombres y las esposas se dedicaban a dar hijos y guardar el hogar. La mujer siempre debía ser fiel y como contrapartida, para paliar un tanto su frustración, empezaron a prodigarse los perfúmes, cosméticos e incluso consoladores. En las representaciones más puramente sexuales, en el coito, la mujer siempre tiene una actitud pasiva; la mujer se limita a dar placer al hombre, no a recibirlo.
Era una sociedad en la que no existía la noción de pecado, pero sí el deber de atenerse a estrictas leyes que penaban cualquier tipo de libertinaje. Sin embargo, la sexualidad se veía con total naturalidad. El pene se podía exhibir en los gimnasios, en la palestra y se exhibían esculturas fálicas en las calles y algunos santuarios.
De hecho, la sociedad griega se ha calificado de «falocracia», hecho que pasaría a Roma, donde el falo era un amuleto muy común que aparecía en las pinturas de las casas romanas, en las encrucijadas de los caminos, en las entradas de las ciudades y en las termas, así como en la decoración de algunos utensilios domésticos.
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