En la región montañosa del sur de Sulawesi, en Indonesia, los Toraja aún hacen un rito funerario que podríamos considerar extraordinario. Es verdad que no somos quién para calificar las costumbres de otros grupos, pero sin duda estas prácticas no son corrientes, y dejan a los turistas boquiabiertos.
Un rito supercurioso: lo que los Toraja aún hacen en Indonesia
Los Toraja son un conjunto de pueblos indígenas de mayoría cristiana (protestantes 65,15% y católicos 16,97%) y algunos musulmanes, que sin embargo profesan una creencia animista llamada Aluk (o el camino); tan fuerte y arraigada está que el gobierno la ha reconocido oficialmente como Aluk To Dolo, que vendría a significar “camino de los ancestros”. En 1969, su fe fue legalizada por el gobierno indonesio como parte de Agama Hindu Dharma, como llaman al hinduismo en este país. El hecho de tener una mayoría cristiana responde solamente a la lucha por repeler el movimiento separatista musulmán que pretendía instaurar un estado islámico en 1965, tras la independencia indonesia.
Sulawesi fue colonizada por los holandeses en el siglo XVII, pero en las montañas, por ser de difícil acceso y de poco valor productivo, la presencia occidental fue más tardía; sólo cuando el avance del islam se hizo evidente, ya hacia los siglos XIX y XX, los holandeses propiciaron expediciones misioneras protestantes. El gobierno abolió la esclavitud en esta región e impuso impuestos locales, y ya en 1946 se les concedió un estatus de regencia, permitiéndoles continuar con sus costumbres y cultura.
Toraja quiere decir “pueblo de las tierras altas”, y son más conocidos por sus prácticas funerarias, que han devenido en impresionantes eventos sociales de varios días de duración. De hecho, se dice que el momento más importante de la vida de una persona es cuando muere; la elaboración de este rito funerario es costosa y laboriosa.
Dentro del Aluk, su fe animista, sólo los nobles tienen el derecho a un banquete de celebración; en todo caso, si no se es rico, pueden pasar semanas, meses o años hasta que la familia consiga los recursos económicos para cubrir los costos del funeral. Incluyen, siempre, una gran matanza de búfalos para un enorme banquete.
Para los Toraja, cuando alguien muere y no se le han hecho los funerales, la persona no ha muerto, sino que está enferma. Para ellos, el funeral y el sacrificio de los búfalos son lo que permite que el alma salga no sólo de su cuerpo sino de la casa. Hasta entonces, se le llevará comida, bebida y se le visitará, dándole los cuidados como si de alguien vivo se tratase.
Por lo tanto, lo más importante es preparar el regreso a Puya, la tierra de las almas o el mundo de los ancestros. En esta preparación es fundamental degollar búfalos, pues según su creencia, estos animales ayudan al muerto a ganar el paraíso; como seguro adivinarás, la cantidad de búfalos degollados dependerá del estatus económico del difunto: tres para los más pobres, y hasta 24, para los más pudientes.
Los Toraja aún hacen estos rituales porque dentro de su ciclo de vida y dentro de su fe, la muerte es vista como algo natural y sumamente importante; de hecho, cuesta más que una boda: los búfalos cuestan una enormidad, desde 2.500 euros hasta incluso 66.000, en el caso de ser los animales negros con ojos cristalinos –los más buscados–. Por ello, como mencionamos más arriba, suele guardarse el cadáver hasta que la familia haya reunido lo suficiente.
Se guardan los cuerpos en la propia casa, dentro de los ataúdes, y en una habitación separada; si pasan menos de tres meses se tratan con formol y se les amortaja, pero si es más tiempo es preciso usar otros métodos: ungüentos naturales a base de hojas que evitan el proceso de descomposición y el mal olor. Una vez que se ha hecho el ritual funerario, que puede durar hasta 3 días, los cadáveres no se entierran, se introducen con su ataúd en huecos excavados en las rocas de las montañas circundantes, adornados con tallas de madera simulando gente asomada a los balcones.
Pero el ritual no acaba aquí. Cada tres o cinco años, en agosto, los Toraja sacan a sus familiares de sus ataúdes, les cambian la ropa y limpian la caja. A esta parte le llaman Ma’nene, o segundo funeral. Escogen con mucho cuidado lo que habrán de vestir, les colocan collares, corbatas, sombreros y hasta anteojos, para que luzcan lo mejor posible en la nueva fase de su descanso; incluso los asean y los peinan. Y los sacan a pasear, hecho que les ha valido una gran afluencia turística nacional e internacional.
La muerte, para este pueblo, no significa el término de una vida sino la continuación de la misma, más allá de una concepción biológica. La vida permanece, aún en un cuerpo que ya no respira. ¿Quieres conocer otros rituales sobre la muerte? Lee los 3 ritos funerarios más escalofriantes, y estos otros 4, los más extraños.