Inglaterra en pleno siglo XIX… Salones de té… palacios… delicados vestidos…rígidas normas de etiqueta. La sociedad de la época parece haber estado marcada por la cruenta diferencia en las clases sociales y por esquemas estructurados de comportamiento y roce social. En la época victoriana nace el concepto de esnob, con el que se identificaban todas las personas que asumían comportamientos e ideas nuevas que eran vistos como elegantes, distinguidos o de moda. Ya en Supercurioso te hemos contado en otras oportunidades asuntos muy interesantes de esta época, como las diversiones de los victorianos o sus supersticiones ante la muerte. Pero hoy hemos querido aproximarnos a la realidad de las mujeres en la época victoriana. Costumbres de la moda, zapatos, sombreros y peinados, esconden una realidad mucho más compleja. Acompáñanos a descubrir cómo vivían en realidad las mujeres victorianas.
¿Cómo era la vida de las mujeres en la época victoriana?
La llamada Era Victoriana es el período histórico ocurrido entre 1837 y 1901, cuando la Reina Victoria gobernó Gran Bretaña y todo su imperio. Si bien los inventos curiosos y el progreso científico y tecnológico destacaron durante estos años, la sociedad también estuvo marcada por un exceso de puritanismo y una marcada diferencia de clases sociales. Presas de una férrea represión sexual, las mujeres victorianas eran infravaloradas, considerándolas responsables de todos los males sociales de la época. Pocos períodos históricos evidencian de manera tan clara la doble moral humana. Mientras puertas afuera la sociedad era en extremo puritana y conservadora, en la intimidad, el adulterio, la prostitución, la homosexualidad y la promiscuidad eran cosa cotidiana. Acompáñanos a conocer los principales aspectos de la vida de las mujeres en la época victoriana.
El aspecto doméstico de las mujeres victorianas
Uno de los aspectos más complejos en la vida de las mujeres victorianas era el doméstico. Especialmente en la clase media, las féminas no necesitaban aportar con su trabajo al sustento de la familia, lo que las reducía sólo a las labores domésticas. Pero lo más grave llegaba al tocar la relación matrimonial. Los votos matrimoniales las obligaban a amar, honrar y obedecer a su marido, que era el cabeza de familia. En el momento de casarse perdían todo derecho sobre sus salarios, sus propiedades (excepto la tierra) y los rendimientos de estas. Su cuerpo y lo que éste producía, ya fuera trabajo o hijos, pasaba a pertenecer a su marido. El consentimiento matrimonial daba al esposo el control total sobre su anatomía y la mujer debía entregarse al marido como éste quisiera, además de no poder quejarse si recibía maltrato físico.
Salir de un mal matrimonio era prácticamente imposible para las mujeres en la época victoriana, ya que socialmente el divorcio estaba muy mal visto y las causas para solicitarlo eran muy limitadas. Esto las obligaba a soportar con resignación la violencia sexual, el control total, el abuso verbal, la crueldad e incluso las privaciones económicas. A partir de 1839, empezaron a darse algunos cambios, aunque bastante lentos. Prueba de ello es que hasta 1857 no se reconoció la violencia como causa de divorcio. Hasta 1870 las mujeres no pudieron disponer ellas mismas de sus salarios y hasta 1878 no se reconoció el derecho a recibir una pensión de manutención por parte del cónyuge para ella y los hijos reconocidos.
El acceso a la educación superior y el trabajo
En lo que respecta a la educación, se sabe que las escuelas victorianas marcaron una pauta en el concepto de educación a escala mundial. Fue en esta era cuando se sentaron las bases de la educación pública, a la que tenían acceso tanto ricos como pobres. Pero el beneficio para las mujeres victorianas era extremadamente limitado. El acceso a la educación superior era prácticamente imposible. Lo único que les era permitido, a partir del año 1848, era asistir a la Universidad de Queen, para formarse como maestras.
Sin embargo los avances en materia educativa fueron abriéndose con el paso de los años. En muchos lugares de Gran Bretaña se abrieron escuelas para chicas. La formación allí recibida, les permitiría a esas mujeres acceder a empleos como secretarias, vendedoras, cajeras o mecanógrafas. Incluso hubo quienes se afianzaron en la medicina, haciendo labores de enfermeras, parteras u obstetras. Las mujeres de clase trabajadora se ocuparon en las minas, junto con los niños, hasta la promulgación de la Ley de Minas de 1848. Trabajaron también en la agricultura, pero por sus bajos salarios fueron abandonando el campo y empleándose en la industria.
Si estaban embarazadas, las mujeres en la época victoriana trabajaban hasta el momento del parto y volvían a su puesto en cuanto podían. No fue hasta 1891 cuando se dictó una ley obligando a que las mujeres que habían dado a luz se tomaran cuatro semanas de descanso. Esto no se cumplía nunca, ya que no había remuneración durante este período y necesitaban el dinero. Para evitar los embarazos fuera del matrimonio, se dictó una ley que las obligaba únicamente a ellas a mantener al fruto de la relación.
La actividad deportiva
Otro aspecto particular en la vida de las mujeres victorianas era la posibilidad de hacer actividad física. Hasta mediados del siglo XIX se consideraba que la niñas y mujeres no debían practicar deportes para preservar su anatomía para la reproducción. En este sentido hubo un giro de 180º a partir del estudio más profundo de la anatomía. Pasada la mitad del siglo, los médicos aconsejaron que las chicas hicieran deporte, ya que esto fortalecía sus cuerpos preparándolos para la futura maternidad. Los deportes preferidos por las féminas de la época fueron el golf, el ciclismo, la esgrima, el hockey, el tenis y la natación. Naturalmente este tipo de actividades únicamente estaba al alcance de las clases medias y altas.
Los tratamientos de belleza de las mujeres victorianas
El concepto de la estética era un asunto fundamental en esta época histórica. Tan particulares eran sus cánones de etiqueta, protocolo y distinción, que sobre los vestidos de la época victoriana se decía que «una dama nunca está mejor vestida que cuando no puedes recordar qué vestía». Se trataba de una auténtica oda a la más extrema delicadeza. El prototipo de belleza de las mujeres en la época victoriana, perseguía una imagen de debilidad y vulnerabilidad. En aquellos años miles de personas murieron a causa de la tuberculosis, pero lejos de generar temor, la imagen pálida de los moribundos se consideró de hermosura extrema.
Entonces, entre los tratamientos de belleza que usaban las mujeres victorianas, se popularizó la purga de la sangre. Gracias al consumo de carbono de amonio y polvo de carbón, las victorianas se provocaban vómitos de sangre que, según creían, liberaban al cuerpo de las impurezas y les hacían tomar un color tan alucinantemente pálido como el de la porcelana… o el de un enfermo terminal. También, obsesionadas por lucir una cintura minúscula, las mujeres victorianas no solo se torturaban con corpiños y corsés ajustados hasta la asfixia, sino que además consumían píldoras con lombrices solitarias, que les ayudaban a bajar de peso. Una vez terminada la dieta, tomaban otra pastilla para matar al parásito, o se inducían al vómito para expulsarlo por esa vía.
En definitiva, la era victoriana estuvo marcada por logros interesantes y grandes avances científicos, tecnológicos e incluso políticos y de derechos. Pero las mujeres victorianas padecieron en carne propia las limitaciones de las que la era no logró desembarazarse por completo. Obligadas a una belleza etérea y antinatural, a estrictas normas de etiqueta social, a las más variadas expresiones del maltrato doméstico y a una férrea represión sexual, las féminas de la era vivieron en un mundo de doble moral. Si quieres conocer un poco más sobre ese segundo rostro de los victorianos, no te pierdas este artículo sobre las prostitutas en la época victoriana.