Los llamaban «The Bomb Chroniclers«, fotógrafos a los que contrató el gobierno de E.E.U.U. para inmortalizar todas las pruebas atómicas que se vinieron realizando entre 1946 y 1962. Lo que se captó en sus cámaras, no fue nada en comparación con lo que almacenaron sus ojos, su mente y sus cuerpos de por vida.

Porque no hay imagen más representativa del horror humano que una bomba nuclear. En ella, en esa forma de hongo terrorífico, se contiene sin duda la arrogancia más incomprensible del ser humano por hacer daño a su propia raza y al planeta que nos refugia. Incomprensible e irracional. Los «Bomb Chroniclers» registraron todas aquellas imágenes, guardando riguroso secreto de todo lo realizado en aquellos años, hasta que en 1997 la información empezó a ser desclasificada.

Para entonces, muchos de aquellos fotógrafos ya habían muerto de cáncer. Peter Kuran fue uno de esos últimos supervivientes y quien nos dejó su testimonio con el libro «Cómo fotografiar una bomba atómica».

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Los cronistas de la bomba atómica

George Yoshitake, era uno de esos fotógrafos que a finales de los años 40 recibió una llamada de su jefe diciéndole que el Gobierno de E.E.U.U. lo necesitaba para tomar testimonio gráfico de las primeras pruebas atómicas. George, preguntó si debía llevar algún tipo de protección. Le dijeron que no, así que llegó al escenario donde lo habían citado con sus vaqueros de siempre y su gorra de béisbol. Al cabo de unos años, ya les fueron dando un tipo de monos de plástico con los que protegerse, pero no eran demasiado cómodos para manejar las cámaras.

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Se llegaron a rodar cerca de 6.500 películas donde se veían gigantescas explosiones en el desierto de Nevada y en los atolones del Pacífico. Materiales básicos para que los científicos pudieran recabar más información y mejorar así su capacidad de destrucción. El trabajo de los «Bomb Chroniclers» fue pues, esencial, pero sus protagonistas, lo recuerdan como una auténtica pesadilla que jamás pudieron olvidar.

Se realizaban todo tipo de pruebas en escenarios muy diferentes: En subterráneos o fuera de la atmósfera. Se destruían pueblos enteros que previamente desalojaban para llenar con maniquíes, camiones, coches, zepelines e incluso con animales vivos. Lamentable, sin duda. Una época de oscuridad más en la historia de Estados Unidos, esa historia que nos horroriza y que nunca debió haber ocurrido. Los fotógrafos lo recogieron todo con sus cámaras, pero almacenaron mucho más en sus mentes, puesto que jamás pudieron olvidar el olor, la sensación que se quedaba en sus pieles cuando las bombas explotaban, el color de la tierra, o ese viento extraño que se pegaba a la boca y que les dejaba un sabor ácido, extraño…

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Los  «Bomb Chroniclers» no eran los únicos que realizaban aquella tarea, el gobierno contaba también con la ayuda de cerca de 250 personas de Hollywood, desde productores, hasta cámaras y directores, todo un ejército del cine que les cedió un terreno y unas instalaciones cercadas por alambres de espino, donde editar en riguroso secreto las imágenes, analizarlas y catalogarlas. A día de hoy, son muchas las imágenes y los vídeos que se han desclasificado, de ahí que se esté intentando recuperar todos aquellos documentos audiovisuales para mostrarnos lo que se llegó a hacer. Un material no muy agradable, todo hay que decirlo, pero que, de algún modo, forma ya parte de la historia de la humanidad.

¿Y qué fue de los fotógrafos que colaboraron a lo largo de todos esos años? Obviamente ya lo puedes imaginar: la mayoría de ellos fallecieron de cáncer debido a toda la radiación que recibieron, sesión tras sesión arriesgaban su vida casi sin saberlo cumpliendo el contrato de trabajo y de silencio, para el cual, habían sido elegidos. Te dejamos con algunas pequeñas muestras de sus rodajes, imágenes que esperemos, nunca vuelvan a repetirse.

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