Todos hemos sufrido esos desgarros en el centro del pecho, ahí donde nos tocamos para decir “yo”; sabemos lo doloroso que puede ser el “mal de amores”. Cuando decimos: “siento un dolor de muerte, siento que el corazón se me rompe”, tal vez estemos diciendo la verdad, y corramos el riesgo de que en verdad se nos esté rompiendo. ¿Nos acompañas a ver de qué se trata?
Emociones vs Fisiología
Durante mucho tiempo, la cardiología se enfocó sólo en los aspectos físicos del corazón y en los problemas “palpables”, es decir, en lo cuantificable y medible: en la formación de placa arterial, en la rotura de las arterias, en la aparición de trombos y émbolos… Para esta disciplina, lo emocional era un territorio aparte, algo que competía solamente a la psicología o la psiquiatría, pero no directamente a la cardiología como ciencia.
Era virtualmente imposible aceptar que una emoción pudiese modificar el corazón, hasta el punto de dañarlo y generar síntomas de infarto.
Pero las evidencias han sido y son apabullantes. Y lo más curioso es que desde otras ramas de la ciencia, como la biología o la veterinaria, ya se sabía de estos eventos. Ya sabían que el corazón puede literalmente romperse debido a una intensa emoción.
Animales y humanos
Ya los biólogos y veterinarios, a mediados del siglo XX, tenían idea de lo que las emociones intensas podían hacer en los cuerpos, a nivel fisiológico. Persiguiendo para capturar a animales (con la mejor de las intenciones, para fines de preservación o científicos), o en la carrera de vida o muerte frente a un depredador, el capturado sufría serios cambios: la adrenalina llenaba de tal forma el torrente sanguíneo que se convertía en veneno, y dañaba fatalmente los músculos del animal, incluyendo su corazón.
A esto se le llamó “miopatía de la captura”, y llegó a ser tan conocido que ni siquiera se molestaban en aclarar o explicar el término, tal como aparece en una carta publicada en la revista Nature, en 1974, donde veterinarios proponen maneras de evitar el evento.
Se dieron cuenta de que al someter a los animales a una persecución, por más loable que fuese el objetivo, lo que hacían en realidad era matarlos de la angustia. Se les rompía el corazón… Observaron tal comportamiento en una gran variedad de especies no humanas: antílopes, pavos salvajes, bisontes, gacelas, ciervos, alces americanos, delfines, ballenas, perdices, nutrias de río, murciélagos, y notaron que los más propensos a la miopatía de captura son los pequeños mamíferos, los ungulados (como los damanes), aves y primates ansiosos…
Ya hacia la década de los 90 la ciencia médica tenía numerosos registros de personas que aparentemente tenían daños o problemas fisiológicos por estrés, y en 1995 tres investigadores (Jeremy Kark, Leon Epstein y Silvie Goldman) descubrieron un hecho asombroso: el 18 de enero de 1991 murieron más israelíes por problemas cardíacos que en cualquier otra fecha. Ese día comenzó la Guerra del Golfo, e Irak lanzó hacia Israel 18 misiles.
Esa gran cantidad de muertes no se debió a los misiles sino a la angustia generada por ellos. Los investigadores escribieron en el Journal of the American Association:
“La percepción de una situación inminente que amenazaba la vida era generalizada. Para protegerse de un ataque químico, se distribuyeron máscaras de gas y jeringas automáticas con atropina. En cada hogar había una habitación sellada. Las instrucciones de defensa civil fueron emitidas en los medios de comunicación”.
De modo que puedes adivinar el ambiente de angustia, ansiedad y estrés que había en la población, a tal magnitud que literalmente muchos no lo pudieron soportar.
Un caso similar ocurrió en Los Ángeles en 1994, cuando la ciudad fue sacudida por un terremoto de magnitud 6.8. Se registraron numerosas muertes ocurridas por eventos cardiovasculares, no relacionadas directamente con el terremoto sino con la angustia de ser despertados por tal movimiento sísmico.
Varios nombres para un mismo fenómeno
Los japoneses llamaron a los ataques cardíacos producidos por el estrés “cardiomiopatía takotsubo”, aludiendo a la extraña forma que adopta el ventrículo izquierdo del corazón parecida al bote pesquero japonés usado para pescar pulpos, el takotsubo.
No lo vas a creer, pero apenas hace 10 años, en el 2005, la medicina tomó en serio la idea de que las emociones son desencadenantes de problemas fisiológicos, y le puso un nombre un tanto poético: síndrome del corazón roto.
Resulta por lo menos impactante que para la ciencia todo lo relacionado con lo emocional haya carecido de importancia para el estudio de la salud integral y “física”. Afortunadamente, cada vez más médicos enfocan su atención en ese aspecto impalpable que son las emociones, dando tratamientos más adecuados.
Así que ya sabes, si un día sientes que se te rompe el corazón por un amor no correspondido… visita también a un cardiólogo.
Si te interesa saber más sobre cómo funcionan las emociones en nuestro cerebro, no te pierdas nuestro artículo sobre esa extraordinaria película infantil, Intensa mente.