La última guerra mundial se va desdibujando en la memoria histórica, a medida que van muriendo los últimos testigos y surgen nuevas generaciones desconectadas de los grandes conflictos del siglo XX, que aún laten detrás de algunas rivalidades internacionales y siguen vivos en simpatías y antipatías entre ciudadanos y naciones.

Parte de esta historia sobrevive en la biografía de escritores y ensayistas que se vieron afectados de tal manera por este conflicto y sus consecuencias, que fueron llevados al suicidio como respuesta última y definitiva. Son los casos de Walter Benjamin (1892-1940), Stefan Zweig (1881-1942) y Yukio Mishima (1925-1970).

Una frontera al más allá: Walter Benjamin

Filósofo, crítico, ensayista, locutor y narrador, el berlinés de ascendencia judía Walter Benjamin es considerado uno de los pensadores más importantes del siglo XX y también uno de los padres de la Escuela de Frankfurt, de la que formó parte su amigo Theodor Adorno, quien en 1940, en plena guerra y persecución nazi, le consiguió visa de entrada a España y Estados Unidos.

Benjamin llegó a Portbou, Cataluña, donde se encontró con que su tipo de visa había sido suspendida por las autoridades españolas, y creyéndose en manos de agentes nazis, sin más se suicidó tomando una sobredosis de morfina.

La estación de Portbou
La estación de Portbou

Pocos días después las visas fueron revalidadas y todos los que acompañaban a Benjamin en la fuga lograron entrar a España. En años recientes se ha especulado con la posibilidad de que no haya sido un suicidio sino un asesinato, pero eso no cambia la suerte de este intelectual.

Stefan y Charlotte Zweig

“Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra”.

Con estas palabras escritas poco antes de su muerte, el dramaturgo, poeta, biógrafo, ensayista y novelista austríaco Stefan Zweig se despidió de una vida y un mundo que creía condenados a caer bajo el dominio de los nazis.

Aún hoy es recordado por novelas como 24 horas en la vida de una mujer, por biografías como Fouche y por su ensayo Momentos estelares de la humanidad.

Stefan Zweig y su esposa Charlotte
Stefan Zweig y su esposa Charlotte

Debido a su ascendencia judía, se vio obligado a salir de territorio germano y a vagar por el mundo hasta establecerse en Petrópolis, Brasil, donde junto a su segunda esposa, Charlotte Elisabeth Altmann, tomó la decisión de quitarse la vida, poco después de la caída de Singapur en manos japonesas y ante la creencia de que los nazis eran imparables y terminarían apoderándose del planeta.

Yukio Mishima, una víctima del lado contrario

En el lado opuesto del mundo, y veinticinco años después de haber finalizado la guerra, otra víctima perteneciente al mundo literario se inmolaría buscando el retorno al Japón imperial destruido en agosto de 1945 con dos bombas nucleares y la rendición incondicional ante los Estados Unidos y sus aliados.

Con más de 60 textos narrativos, entre cuentos y novelas, 18 obras teatrales y una veintena de ensayos, Yukio Mishima, cuyo verdadero nombre era Kimitake Hiraoka, es uno de los escritores japoneses más conocidos en el resto del mundo y uno de los autores más importantes de la literatura del siglo pasado.

mishimaSu fascinación por el suicidio se remonta a sus años juveniles, que coincidieron con la Segunda Guerra Mundial. Quería ser piloto kamikaze, pero cuando se presentó ante las autoridades militares los síntomas de una gripe que estaba atravesando lo hicieron pasar por tuberculoso, y fue descartado.

En 1966 produjo, codirigió y protagonizó un cortometraje basado en uno de sus cuentos, Yukoku (“Patriotismo”), en el que escenificó un seppuku, suicidio ritual, similar al que cometería cuatro años después.

El 25 de noviembre de 1970 Mishima y un compañero ocuparon el despacho de un general en un cuartel desde donde arengaron a la tropa, incitándola a rebelarse y recuperar los valores del imperio japonés. Al fracasar, cosa que probablemente esperaban, Mishima procedió a hacerse el seppuku, apoyado por su compañero, que se encargó de decapitarlo, convirtiéndole en una víctima más de las locuras imperiales del siglo XX.

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