Genie vivió sus 13 primeros años de vida en una habitación, aislada del mundo y sentada prácticamente todo el día sobre un orinal. Su nombre real era Susan M. Wiley, y a día de hoy tiene ya unos 58 años. No obstante, el mundo la conoció como «Genie», porque ése, era el nombre con el que solía llamarla uno de los especialistas que la trataba.

Genie era como ese pequeño genio escondido en una lámpara mágica, un ser especial confinado en su propio cerebro y en su propia soledad, alguien que nunca pudo en realidad emerger de sus tinieblas y de esa cárcel donde la introdujo su familia, y seguidamente, la propia sociedad. 

Conozcamos su caso.

Genie, la niña «feroz» de California

Genie no se crió en un bosque ni fue abandonada por sus padres. Este es un caso singular de los que en ocasiones, se dan en nuestras mismas ciudades, casos incomprensibles que, por las razones que sean, pueden estar ocurriendo en muchas de esas casas que desde fuera, parecen tener una apariencia normal. La historia de Genie aconteció a finales de los años 50, en California.

Para entender mejor lo lamentable de este relato, debemos empezar hablando de sus padres.  Irene Wiley era una chica joven que padecía ceguera progresiva. Había dado a luz a un niño y a una niña, pero además, también había sufrido 4 abortos. A sus problemas de salud, se le sumaba también un marido agresivo y autoritario. Muy autoritario.

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Se decía de Clark Wiley que odiaba en extremo a los niños, que sufría una depresión muy grave tras el fallecimiento de su madre en un accidente de coche, y que era uno de esos hombres que se enfrentaba a la vida con violencia, descargando su rabia ante los más débiles, ante esa mujer 20 años menor que él, y hacia sus dos hijos pequeños. No obstante, su carácter se oscureció aún más cuando un pediatra les indicó que su niña, que la pequeña Susan, además de una dislocación congénita de cadera, sufría también un pequeño retraso mental. De ahí que no hubiera empezado a hablar a pesar de tener casi 2 años.

Clark Wiley dedujo que aquello no podía más que significar una cosa: que el estado les iba a retirar la custodia de la niña. ¿Y qué hizo entonces? Apartarla de la sociedad, esconderla, dejar en un rincón a esa niña con deficiencias para que la sociedad no viera sus imperfecciones y para que además, tampoco se la llevaran de su lado. ¿Lo hizo por «amor»? ¿Por una extraña e incomprensible misericordia? Es difícil en ocasiones entender la mente humana, pero lo que sí sabemos, es lo que ocurrió después.

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Genie se paso los 13 primeros años de su vida encerrada en una habitación, vestida con un pañal y atada a su vez a una «silla orinal». Se le prohibió hacer ruidos, y por tanto, se le vetó con ello la posibilidad de aprender a hablar. Por las noches, su padre la introducía en un saco de dormir y a su vez, en el interior de una jaula hecha de madera. Si Genie cometía la imprudencia de hacer ruidos, su padre la golpeaba o incluso le ladraba como a un perro para atemorizarla. La niña, pasó sus 13 primeros años de vida en una habitación cerrada donde sólo podía observar 5 centímetros de cielo, el que le aportaba un pequeño y «mágico» respiradero.

Puede que llegado este punto te preguntes ¿y su madre? ¿Y su hermano? Bien, no fue hasta que pasaron 13 años cuando Irene Wiley, tuvo la oportunidad de escapar. Y lo hizo gracias a su madre, llevándose con ella a Genie y a su hermano. No obstante, su situación económica era precaria, sin contar además que estaba casi ciega, con lo cual, tuvo que pedir ayuda a los asistentes sociales. Y fue cuando el mundo, supo de la existencia de una niña que se movía como un animal, que no hablaba, y que tenía la mirada suspendida en un punto invisible e inalcanzable, como si ahí, se abriera una ventana que sólo ella podía ver. De inmediato, la niña fue puesta bajo custodia del estado, y los padres, acusados de negligencia.

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¿Qué fue de Genie a partir de ese día? ¿Encontró la felicidad? ¿Pudo desarrollar algún avance cognitivo con el cual poder integrarse en la sociedad? La verdad es que no. La historia de Genie fue triste durante su infancia, y fue el claro ejemplo de dejadez e incompetencia por parte de la sociedad. La trataron durante unos años en la «Asociación de Salud Mental de los Estados Unidos», donde pudo aprender a decir frases simples, palabras aisladas…pero se dictaminó que los avances no eran muy destacables y que la inversión económica invertida en ella era demasiado elevada. ¿Solución? Enviarla de vuelta con su madre, la cual, ya se había operado de su problema visual.

Sin embargo, Irene Wiley no sabía cómo atender las necesidades de Genie. Daba «demasiado trabajo». Así pues, los años siguientes fueron una lamentable sucesión de hogares adoptivos donde encontró más maltratos y una clara involución en sus destrezas y equilibrio emocional. Se sabe que a día de hoy, esta mujer de pasado triste, a la que nunca se le dio la oportunidad de aprender, de desarrollarse dentro de sus capacidades y de disponer de una vida con todas sis competencias, reside en una institución de cuidados para adultos en Los Ángeles.

Decían de ella que era una niña preciosa, que desprendía luz en su mirada curiosa, suspendida siempre en un punto imaginario donde seguramente, tenía su refugio personal.

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