La enigmática tierra del Japón es un crisol cultural en el que la antigüedad y la más alucinante modernidad conviven y permanecen. Entre las tradiciones de Japón más longevas y las leyendas japonesas, encontramos historias de ancestros, templos, dioses y amores. Pero algunas de ellas se apartan de lo convencional y apuestan a despertar el más profundo terror. Una de estas aterradoras leyendas de reciente data es la de Hachishakusama. Se trata de un mito urbano que se popularizó en Internet a partir del año 2008, pero que parece encontrar su origen en experiencias antiguas. El hecho es que esta aterradora mujer se cuenta entre esos demonios a los que los niños tienen auténtico pavor. Hoy en Supercurioso nos hemos animado a explorar la historia de la mujer de los ocho pies. ¿Nos acompañas? ¡Comencemos!

¿Quién es Hachishakusama?

Quienes han explorado los matices de esta curiosa leyenda, dicen que Hachishakusama significa algo similar a “la dama de 8 pies de altura”. En efecto, el término Hachi es el número 8, Shaku se refiere a una antigua unidad de longitud japonesa –aproximadamente 2.5-3 metros–, y Sama es el equivalente a “señora” o “dama”, usado como título de respeto. En las versiones online de este mito urbano, que son los que han tomado pronta popularidad, se habla de un joven de unos dieciocho a veinte años, que relata en primera persona un oscuro encuentro que habría tenido con esta mujer en su infancia.

La leyenda de Hachishakusama nos presenta a una mujer que camina con un largo vestido blanco, emitiendo un espectral sonido de risa… Po…po…po…po… Bajo este raro cántico se desplaza buscando a un niño que sea de su agrado. Cuando lo encuentra, lo secuestra y muchos dicen que lo devora. Si acaso el pequeño lograra escaparse de las garras del espectro, no debe volver jamás al lugar donde ha tenido el primer encuentro con Hachishakusama, pues de hacerlo, la mujer insistirá en su acoso hasta lograr llevárselo.

El origen de Hachishakusama cuenta que el espectro fue encerrado en cuatro pequeñas estatuas Jizo. Se trata de representaciones del bodhisattva Jizo Bosatsu, guardián de los viajeros, de los niños y la maternidad. Estas figuras tienen el simbolismo de cuidar las almas de los niños que no pudieron nacer o que murieron muy pequeños. El tener al espectro encerrado en estas estatuas, mantenía a Hachishakusama lejos del alma de estos pequeños. Pero una de ellas se rompió, liberándose así el espíritu. Se cuenta también que, según la persona ante la cual se aparezca, la mujer puede mostrar un rostro hermoso, o también una cara vacía, sin facciones.

La historia del sobreviviente a Hachishakusama

Hachishakusama

La historia con la que se popularizó el espectro de Hachishakusama fue difundida en Internet por un joven que aseguró haber sobrevivido a un encuentro directo con la mujer de los ocho pies, en los años de su infancia. Según el relato, sus padres todos los veranos lo llevaban a casa de sus abuelos, en un pueblito rural de Japón, donde se sentía querido y libre de las presiones urbanas. Una calurosa tarde, mientras descansaba sobre el césped del patio, oyó un extraño sonido. Le fue difícil ubicar el origen. Aguzó sus oídos… era el po po… po po po… po po, que retumbaba con una voz grave y repetitiva. Buscó la identidad a quien pertenecía la voz. Sus ojos fueron a dar a los altos setos que forraban la pared trasera, donde se encontró de golpe con una imagen aterradora.

Un sombrero de mujer se balanceaba a una altura completamente fuera de lo normal. Se acercó un poco y vio la figura de una mujer huesuda, vestida de blanco y extremadamente alta. Por muy poco tiempo la contempló, hasta que desapareció. Al volver a la casa encontró a sus abuelos tomando el té en la cocina y les contó lo que había visto. No estaban particularmente atentos al cuento del nieto, pero cuando mencionó la extravagante altura de aquella mujer y el sonido que hacía, los dos se pusieron mortalmente pálidos y la abuela contuvo un grito. Ambos sabían que se trataba de Hachishakusama. Su abuelo lo tomó del brazo y le hizo repetir cuán alta que era y todos los detalles: dónde estaba, cuándo sucedió, qué hizo él y lo que vio exactamente.

El viejo salió de la cocina precipitadamente y llamó por teléfono a alguien desde el pasillo, y al quedarse solos, el niño, muy asustado, vio que su abuela temblaba de miedo. El abuelo volvió y le pidió a ella que se quedara con el chico, pues tenía que salir por un momento, y que no le quitara los ojos de encima. Cuando el nieto le preguntó, llorando, qué pasaba, el señor contestó con tristeza: “Le has gustado a Hachishakusama”. El fantasma buscaba con especial ahínco a los niños, porque le resultaban fáciles de engañar. Cuando elegía alguno que era de su gusto, el pequeño estaba automáticamente condenado a morir. El espíritu lo raptaría y nunca más se sabría sobre su paradero.

¿Cómo se salvó aquel niño?

El único sobreviviente conocido de Hachishakusama logró escaparse del espectro gracias a la rápida acción de sus abuelos. Éste fue en búsqueda de una bruja que fuera capaz de hacerle frente a aquel demonio. Llevaron entonces al pequeño a su habitación, colocaron cuatro tazones de sal en cada esquina y una imagen de Buda, ante la que debía hincarse a rezar cada vez que sintiera miedo. También la bruja le dio un trozo de pergamino, que debía mantener en sus manos, pasara lo que pasara. Luego lo encerraron, prohibiéndole que saliera de allí hasta las siete de la mañana del día siguiente.

El pequeño pasó aquella noche en completa soledad, escuchando por la ventana los aterradores ruidos y cantos de Hachishakusama, que insistía en hacerse presente y deseaba llevarlo consigo. De un momento a otro escuchó la voz de su abuelo, que le decía que si tenía miedo podía salir a reunirse con ellos. Pero al parecer era una jugada sucia del espectro. El niño recordó las instrucciones firmes de la bruja y sólo se dedicó a rezar a los pies de Buda. Al tiempo que pasaban las horas, la sal en los cuencos se iba volviendo cada vez más oscura. Al amanecer de aquella terrible y eterna noche, cuando dieron las siete de la mañana, el niño salió de su encierro y fue recibido con algarabía por sus abuelos.

A plena luz del día salieron todos de la casa. En un vehículo de nueve puestos iban el pequeño y varios hombres del pueblo. La bruja conducía. Los hombres, todos parientes, le dijeron al niño que no alzara la cabeza, que aún el peligro no pasaba. Pero no lo pudo evitar. Asomó la mirada hacia la ventana y allí vio a Hachishakusama, ondeando con su espectral vestido blanco. Al encontrase con la mirada del pequeño acercó su rosto, ahora aterrador. El niño cerró fuertemente los ojos y estrujó el pergamino que aún conservaba entre los dedos. El canto del demonio aumentó su volumen. Solo el niño y la bruja lo escuchaban. Entonces ésta empezó a rezar tan fuerte que pronto estuvo gritando. El canto desapareció. Al fin sacaron al niño de la ciudad, y de esta forma logró escapar de las aterradoras fauces de Hachishakusama, con la condena de no poder volver jamás a casa de sus abuelos.

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Y tu, ¿conocías la leyenda de Hachishakusama? ¿Has leído sobre otros casos de supervivientes? Déjanos tus opiniones en un comentario. ¡Estaremos deseando leerte!