Que los libros sean considerados peligrosos no es una idea exactamente nueva. Prueba de ello es la existencia del antiguo Índice de libros prohibidos, que contenía la lista de aquellas cosas que cualquier cristiano debería evitar leer, so pena de severos castigos.
El Índice de Libros Prohibidos. Descubre qué incluía
El Index librorum prohibitorum, como se diría en latín, fue proclamado formalmente y a petición del Concilio de Trento, por el papa Pío IV, en marzo de 1564. Pero mucho antes existía ya la censura en la cristiandad latina vinculada a la imprenta, pues en el V Concilio de Letrán se había prohibido imprimir libros sin la debida autorización obispal (nos situamos, más o menos, entre 1512 y 1517). No es gratuita la prohibición, pues surgió a raíz de la Reforma protestante liderada por Martín Lutero en Alemania, que encontraría en la imprenta una aliada insospechada de formidables alcances.
Por eso, en 1523 Carlos V prohibió los libros de Lutero en toda la extensión de su imperio (que abarcaba la monarquía hispánica y el imperio germánico), y al año siguiente, 1524, el papa Clemente VII le daría la venia papal y ratificaría tal prohibición en todo el mundo católico.
Así, algunas instituciones y autoridades católicas comienzan a catalogar y a hacer listas con aquellas obras consideradas como heréticas –es decir, que contuviesen conceptos en conflicto con el dogma cristiano–, siendo el primer índice ordenado por el rey Enrique VIII de Inglaterra, antes de su ruptura con Roma, que se publicó en 1529.
A su vez, Carlos V encarga esta labor a la universidad de Lovaina, que publica su índice de libros prohibidos en 1546; en 1542, ya la Sorbona de París había hecho lo mismo, y en 1542, la inquisición española asume el índice de Lovaina como propio y lo edita con un anexo incluyendo libros escritos en castellano.
Para 1559, el papa Paulo IV decreta el Índice de libros prohibidos de la inquisición romana y en 1564 se establece el que abarcaría a toda la cristiandad católica, el de Pío IV.
A pesar de que la imprenta no tenía un nivel elevado de publicaciones, aquel trabajo era arduo, y por ello se creó la Sagrada Congregación del Índice, que se encargaría de catalogar las obras prohibidas y publicar el Índice regularmente. De hecho, se hicieron más de 40 ediciones del Índice de libros prohibidos, aumentando notoriamente, de siglo en siglo, autores y obras. Era la respuesta de una institución de poder frente a la libertad del pensamiento, pues es notable el hecho de que el Índice haya surgido en la época en que comienza el Renacimiento, y de todos los descubrimientos científicos que paulatinamente van haciéndose.
En cuanto a qué incluía, pues casi que de todo. Quien debía dar el visto bueno y la aprobación final era el papa de turno, que podía indultar a autores o a obras, o incluirlos. La Congregación tenía noticias de los libros a través de denuncias, y la Inquisición, a su vez, también podía censurar y corregir. A partir de la reforma en 1908, la Congregación del Índice estaba obligada a examinar todos los libros publicados, y decidir cuáles quedarían prohibidos y cuáles permitidos.
En el Índice había 3 listas:
- Todas las obras de un autor prohibido
- Libros particulares de un autor prohibido
- Escritos específicos de autores no necesariamente prohibidos.
Entre los autores cuya obra completa estaba prohibida podríamos mencionar a Erasmo de Rotterdam, François Rabelais, Giordano Bruno, René Descartes, Thomas Hobbes, Denis Diderot, David Hume, Honorato de Balzac, Émile Zola, Anatole France, Henri Bergson, Maurice Maeterlinck, y en los años 50 del siglo XX, André Gide y Jean Paul Sartre.
Y entre los libros específicos –no nombraremos todos, es una lista muy larga–, estaban De revolutionibus orbium coelestium, de Copérnico, los Ensayos de Montaigne, El contrato social y Emilio o de la educación, de Juan-Jacobo Rousseau, Crítica de la razón pura, de Kant, Justine y Juliette, del Marqués de Sade, Rojo y negro, de Stendhal, Los miserables y Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo; las novelas de George Sand; algunas de Alejandro Dumas padre; Madame Bovary, de Gustave Flaubert; el Prólogo de Emilio Castelar a la Historia general de la masonería, de G. Danton; el Lazarillo de Tormes (anónimo) o las novelas de Gabriele D’Annunzio.
Como podemos ver, no todo era por religión; los temas abarcaban política, y también sexo. Por supuesto, los autores declaradamente ateos no figuraban en el Índice porque ya un cristiano debía saber que su lectura estaba prohibida naturalmente; eran los casos de Karl Marx, Friedrich Nietzsche o Arthur Schopenhauer, entre muchísimos más.
En algunos países católicos y otras regiones, el Índice de libros prohibidos se hacía sentir con inusitada fuerza, pues durante mucho tiempo fue muy difícil conseguir ejemplares de los que estaban incluidos, como en España, Italia o Polonia, sobre todo más allá de las grandes ciudades.
Felizmente, después del Concilio Vaticano II en 1965, Pablo VI reorganizó el Santo Oficio, y lo transformó en la Congregación para la Doctrina de la Fe, y en junio de 1966 (¡hace tan sólo 50 años!) se notificó que no habría más ediciones del Índice de libros prohibidos, aunque “siguiera siendo moralmente vinculante frente a obras que pudiesen poner en riesgo la fe y la moral”. También se declaró que no habría más penas como la excomunión.
Sin embargo, para muchos católicos practicantes el Índice aún sigue vigente, y aunque ya no existe el riesgo de ser castigado, muchos optan por pedirle permiso a su párroco. Pero para que veas que no sólo la Iglesia prohibía libros, te recomendamos este artículo, para que te asombres, y este otro de 10 obras censuradas, aunque te parezca mentira.