Hemos dado paseos por diferentes épocas históricas, desde cómo se vivía en la Prehistoria hasta la Inquisición, pasando por el antiguo Japón o los ingleses en la era victoriana. En este post hablaremos sobre la vida doméstica en la Antigua Roma, y te darás cuenta de que, apartando algunos aspectos, quienes vivieron en aquel tiempo lo hicieron de la misma manera en que lo hacemos hoy. ¿Te apuntas a este nuevo viaje?
¿Cómo era la vida doméstica en la Antigua Roma?
La alimentación
Comencemos por la comida, un tema que atañe de forma inequívoca a toda la sociedad. Sin embargo, antes como ahora, la posición social determinaba la calidad o el tipo de alimentos que se llevaban a la mesa.
Generalmente, las clases bajas y más pobres comían cosas más sencillas, al contrario de los ricos, que utilizaban muchas veces los almuerzos o cenas como oportunidades para demostrar su estatus.
El pan, por ejemplo, aparece mucho tanto en los desayunos como en los almuerzos. Mientras que las clases bajas añadieron aceitunas, queso y vino, las clases altas gozaron de una gran variedad de carnes y de productos frescos. Los más pobres, o los verdaderamente pobres, comían papillas o sobras.
Las cenas de los romanos ricos llegaron a ser legendarias por la gran diversidad de manjares servidos, especialmente una salsa llamada garo, que consistía en la preparación de las vísceras fermentadas de pescado. La utilizaban del mismo modo en que hoy en día usamos la salsa de soja, y ellos la consideraban afrodisíaca.
¿Y quién preparaba las comidas? Pues por algo se han afianzado los roles de género: las mujeres, o los esclavos de la casa, y la servían los niños. No existían tenedores, y por ello comían con las manos, cucharas y cuchillos.
Incluso por mucho tiempo se creyó que en los grandes banquetes de los poderosos, se utilizaba un vomitorium, un recipiente en el que las personas vomitaban lo que habían comido para seguir alimentándose. Con el tiempo se comprobó que esta costumbre no era real.
La vivienda
La gran mayoría de los romanos vivía en una suerte de edificios, llamados Insulae. Estas insulae podían tener algo más de 7 pisos, pero constituían también todo un muestrario social. En los pisos más altos, que tenían un altísimo riesgo de colapsar, de incendiarse o de inundarse por goteras, vivían aquellos más pobres, que debían pagar alquiler diario o semanal.
Eran literalmente cuchitriles de una sola habitación, sin ventilación o iluminación, y sin servicios de baño, y de los que podían ser desalojados en cualquier momento. Allí vivían familias enteras.
Los dos primeros pisos se reservaban a los que tenían mejores ingresos, como los comerciantes; pagaban sus alquileres anualmente y tenían acceso a muchas habitaciones con ventanas.
Como podrás imaginarte, los ricos no vivían en estos edificios, vivían en casas de campo, o en lo que ellos denominaban domus, que era una casa grande y muy cómoda, que incluía biblioteca, salas, cocina, jardines interiores, y ubicada en la ciudad. Costumbres parecidas a las nuestras actuales, ¿verdad?
El matrimonio
En cuanto al matrimonio, eran uniones arregladas. Las edades para casarse era en los primeros años de la adolescencia, ellas a los 12 y ellos a los 14. Solían ser fáciles y rápidos, y eran producto de dos acuerdos.
El primero era entre las familias de la pareja, donde había un escrutinio mutuo para corroborar si la riqueza del otro y su posición social eran aceptables; si la “revisión” era satisfactoria, se procedía al segundo acuerdo, que era un compromiso matrimonial formal, escrito (las tabulae nuptiales) y donde la pareja se besaba para sellarlo.
El día de la boda se simulaba el rapto de la novia: el novio fingía robársela y la llevaba a su casa. En el trayecto los acompañaban amigos, y a la entrada de la casa, él le preguntaba cómo se llamaba y ella respondía: “Ubi tu Gaius, ego Gaia” (“Si tú Gaio, yo Gaia”). Entre todos la levantaban para que no tocase el umbral de la puerta con los pies, y luego los invitados volvían a sus casas.
Y esto nos lleva al siguiente factor: un ciudadano romano no podía casarse con su prostituta favorita, ni con primas ni con mujeres extranjeras, y el divorcio se concedía fácilmente, bastaba declarar la intención de separarse ante siete testigos. Si ella era acusada de infidelidad, no podría volver a casarse nunca, cosa que no aplicaba al hombre, en caso de ser él el infiel.
Esto se debía a que estaba bien para los hombres tener relaciones sexuales fuera del matrimonio –con parejas de ambos sexos, incluso–, pero debían ser con esclavos, prostitutas o hasta concubinas. ¿Adivinas el papel de las esposas? Quedarse tranquilas, tener hijos y permanecer fieles a sus maridos. Claro que no siempre se cumplían estas leyes.
Se suponía que los hombres podían disfrutar de una mejor vida sexual que las mujeres. Era común que un hombre acudiera a sus esclavas, y como no eran dueñas de sus cuerpos, la violación de una no era ningún delito.
La diversión
La vida doméstica en la Antigua Roma incluía, cómo no, diversión y esparcimiento. Por lo general, a partir del mediodía, la clase superior dedicaba su tiempo al ocio; la mayoría de las actividades eran públicas y compartidas por ricos y pobres, hombres y mujeres; asistían al circo a ver las luchas de gladiadores, las carreras de carros o al teatro.
Los baños públicos romanos fueron muy populares para pasar el tiempo de ocio: normalmente tenía espacios dedicados al ejercicio físico (lo que podríamos considerar un gimnasio), una piscina y un centro de salud; en algunos hasta ofrecían prostitutas.
Los niños también tenían sus actividades: a los chicos les gustaba más la vida al aire libre, volar cometas, practicar la lucha libre o juegos de guerra, y a las chicas, aparentemente, les gustaba más los juegos de mesa o las muñecas. Aunque quién sabe.
La educación
Por supuesto, la educación dependía de la posición social y el género. Si eras un varón, y de clase alta, tenías el privilegio de acceder a una educación formal; y si eras una niña sólo aprendías a leer y escribir. La madre era quien enseñaba la lectura y la escritura, latín y aritmética, hasta los 7 años, y a partir de esta edad recibían un maestro.
Las familias acomodadas tenían profesores particulares, o esclavos educados para ello; también enviaban a los niños a escuelas privadas. La educación masculina, en la vida doméstica en la Antigua Roma, incluía el entrenamiento físico para prepararlos para el servicio militar.
En cambio, los niños del campo o los esclavos recibían poca o ninguna educación, pues era más práctico que aprendieran el oficio de sus padres, y las niñas a limpiar. Para ellos no existían escuelas públicas, lo más cercano era que algún esclavo liberto diera lecciones esporádicas e informales.
Había una ceremonia especial al momento de la transición de niño a adulto, y dependía de su destreza física y mental que su padre (el pater familias) decidiera su mayoría de edad –generalmente entre los 14 y los 17–. Las mujeres pasaban su mayoría de edad de manera casi desapercibida.
La ceremonia masculina incluía un sacrificio y descartar la toga infantil. Luego el padre lo vestía con la túnica típica de hombre: blanca; si el padre tenía rango, se reflejaba en la túnica: con dos rayas anchas de color carmesí si era senador, o rayas delgadas si no. Lo último que el muchacho vestía de la nueva ropa era la toga virilis o toga libera, usada sólo por los hombres adultos.
Después el padre reunía una gran cantidad de gente y acompañaba a su hijo al Foro, donde el nombre del chico sería registrado y así se convertiría oficialmente en ciudadano romano.
Las mascotas
¿Y puedes adivinar qué mascotas gustaban en la vida doméstica en la Antigua Roma? Pues había muchos animales, pero el perro era uno de los favoritos entre la clase alta, aunque también el gato estaba presente. Abundaban las aves domésticas, como los loros verdes indios o los ruiseñores, pero también garzas, cisnes, gansos, codornices y patos se mantenían en las casas romanas menos privilegiadas. Uno de los favoritos, casi a la par del perro, fue el pavo real, originario de la India. Los animales eran profundamente amados por los romanos.
Ser mujer
Y para terminar, aunque sabemos que se nos quedan muchos detalles interesantísimos por fuera, una acotación: ser mujer y vivir la vida doméstica en la Antigua Roma no debía ser nada fácil.
Las niñas eran educadas para parir y quedarse en casa, y había pocas oportunidades de que desarrollaran sus destrezas o sus gustos. Pero debido a la altísima mortalidad infantil, el Estado recompensaba a las esposas romanas por dar a luz, y si lograba tres nacimientos de niños vivos, se le otorgaría un premio: ser independiente como persona.
Sólo así la mujer tenía la esperanza de no ser propiedad de un hombre, aun siendo romana, y de asumir el control de su vida y sus asuntos.
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