¿Tienes pensado ya qué vas a hacer en Halloween? Si tu bolsillo lo permite y tu curiosidad te arrastra a ello, no lo dudes… La casa a descubrir está justo en Nueva Orleans, en Royal Street.

Si sueles seguir la serie «American Horror Story» es probable que recuerdes el fascinante papel que Kathy Bates nos regaló en su caracterización de una mujer llamada Delphine Lalaurie. Ésta, es su casa, su distinguida mansión, una interesante construcción de tres alturas que ha pasado de dueño en dueño a lo largo de los años desde que esta dama, a la que llamaron «el demonio de Nueva Orleans», cometió una serie de actos… inconcebibles.

Te invitamos a conocer su historia.

La casa del horror de Royal Street, en Nueva Orleans

A día de hoy la casa de la mujer que amaba la violencia, la sangre y la tortura, sigue en pie en Nueva Orleans. Es una mansión distinguida y bien conservada que sigue impactando desde fuera y que inquieta aún más cuando uno se atreve a entrar a su interior. Y ha tenido muchos, muchísimos propietarios:

Detalle. Retrato de Madame Lalaurie por Ricardo Pustano (2007)
Detalle. Retrato de Madame Lalaurie por Ricardo Pustano (2007)
  • Tras que ocurriera el «desastre»en 1834 (que te relataremos a continuación), la mansión quedó en pie pero con varias áreas destruidas por un incendio.
  • Los años siguientes, fue únicamente la casa «manchada» de Nueva Orleans, ahí donde solo los ladrones se atrevían a entrar para saquearla.
  • Entre 1850 y 1888 empezó a ser reconstruida por las propias autoridades. ¿Su finalidad? Convertirla en escuela.
  • No pasó demasiado tiempo hasta que se decidió que era casi imposible dar clases allí. La gente seguía recordando su pasado. El ambiente era incómodo y los niños tenían miedo: se oían voces, los pasillos se llenaban de pronto por corrientes frías… Así que quedó abandonada nuevamente durante un tiempo.
  • Años después, sería utilizada como prostíbulo, refugio para delincuentes, después como tiendas de muebles, hasta que bien entrado el siglo XX, se reconstruyó nuevamente como casa de hospedaje.
  • Siempre quedaba abandonada al poco tiempo… Hasta que en el 2007 Nicholas Cage la compró por 3,45 millones de dólares. Pero solo fue un capricho, o al menos, tal y como dicen las malas lenguas, la casa estaba demasiado «embrujada» hasta para él, porque dos años después acabó vendiéndola a la Regions Financial Corporation por 2.3 millones.

Es la típica casa que nadie puede habitar durante mucho tiempo. Y la razón está en su historia, en ese pasado de sangre que grabó a fuego el demonio de Nueva Orleans: Delphine Lalaurie…

Una dama distinguida de con un reverso oscuro

Hablemos de ella. Conozcamos un poco más a esta mujer de tan buena posición en el Nueva Orleans del siglo XVIII, que tuvo a su disposición todo capricho, toda voluntad que gustara su maquiavélica mente. Se casó tres veces, la primera con un adinerado cónsul español, que murió al poco dejándola en excelente posición.

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Más tarde, contrajo nupcias con un apuesto banquero, que por su puesto, falleció a los pocos años dejándola como única heredera. El tercer matrimonio fue con un médico mucho más joven que ella, un enlace de conveniencia que le ofreció una posición aún más elevada en el Nueva Orleans de la época… y la casa de sus sueños. La situada en Royal Street.

La mansión tenía (tiene) tres pisos y una dependencia para esclavos. justo en la parte superior y en la zona más aislada. Más discreta. En las dependencias de abajo daba grandes fiestas, y criaba a sus cinco hijos. Su esposo, Leonard Louis Nicolas Lalaurie, pasaba muy poco tiempo con ella y en esa casa. Se cuenta que las detestaba a ambas por igual.

El primo de Delphine era el alcalde de Nueva Orleans, y ello le permitía poder recibir a personalidades de todo el mundo y relacionarse con las clases más elevadas. Tenía poder. Mucho poder, era respetada, pero ese respeto se basaba también por el temor a su carácter fuerte, a su personalidad violenta.

Toda Nueva Orleans sabía cómo era su genio, y cómo se desahogaba maltratando a sus esclavos. Todo el mundo lo sabía pero nadie se atrevía a denunciarlo, hasta que en un momento dado los hechos ya fueron demasiado graves. La denuncia llegó por parte de sus vecinos después de que vieran lo siguiente:

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Una mañana, mientras una de sus esclavas de 12 años le cepillaba el cabello, Delphine se enfureció porque la muchacha le había hecho daño. La persiguió por todo el balcón exterior del segundo piso, golpeándola hasta el punto que provocó su caída y posterior muerte. Ahora bien, hubo una investigación y se concluyó que fue un accidente.

Después de aquel día, la gente empezó a declinar las invitaciones a la casa de Madame Lalauri. Los comentarios sobre las historias de maltrato flotaban cada día, y si había algo que de verdad inquietaba a los vecinos, era el flujo constante de esclavos que entraba a aquella casa. Siempre necesitaba personas nuevas para atenderla… ¿A dónde iban las anteriores?

La respuesta a esa pregunta era algo que nadie deseaba saber. Hasta que llegó el día del incendio. La distinguida y bonita casa de Delphine Lalaurie empezó a quemarse una noche de 1834. No tardaron en llegar los servicios de emergencia y los voluntarios para apagar el fuego, pero… todos se preguntaban por qué no salían los esclavos a ayudar.

¿La respuesta? No podían. Cuando pudieron entrar a las cocinas, encontraron a una mujer negra con grilletes en los tobillos sin poder moverse. Declaró al instante que era ella quien había mandado inicar el incendio por una sola razón: para que el mundo supiera lo que allí ocurría, para evitar ser castigada por la señora Lalaurie y ser llevada a esa habitación donde todo el mundo entraba… pero nadie salía jamás.

Mientras esto ocurría Delphine se aseguró, mediante el pago a unos voluntarios, a que le sacaran todos los objetos de valor de la mansión. Tras esto, escapó. Y lo que encontraron en aquella sala, justo en el piso de arriba y en la amplia dependencia para sus esclavos, fue simplemente horrible e inconcebible a la comprensión humana.

Los muertos se mezclaban con los vivos en un caos perturbador y espantoso. Y no, aquello no era simple tortura, simples castigos. Lo que vieron allí era el resultado de una mente enferma que disfrutaba amputando, cortando, experimentando y provocando el máximo dolor posible.

Un desastre que olía a pestilencia, a lágrimas, terror y locura. Aquella sala estaba revestida por gruesos muros, de ahí que los gritos no fueran percibidos desde el exterior. Aunque en realidad, eran muchos los que sabían que lo que allí ocurría no era nada normal. ¿Qué podía hacer entonces tras ver aquella calamidad humana? Los vecinos pensaron que lo mejor que podía hacerse dejar quemar que la casa terminara de quemarse.

Liberaron a los esclavos que estaban con vida (se hallaban sujetos con un collar de púas afiladas para mantener sus cabezas en posiciones estática), y después, procedieron a buscar a la responsable de aquello.

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Ahora bien, la casa no llegó a destruirse. Se mantuvo en pie. El marido de Delphine huyó de nueva Orleans a toda prisa aquella misma noche, y ella, madame Lalaurie, huyó a Francia, donde según dicen, vivió tranquilamente hasta los 67 años. Era conocida en la capital parisina por su pasión por la caza de jabalíes.

Y así se asegura que vivió, en tranquilidad, sin saber que su casa seguía en pie, y que los fantasmas, las almas desgarradas que torturó y mató le gritaban desde la lejanía en aquella mansión que aún huela a sangre y desgracia.

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