Para quienes amamos los libros, las bibliotecas medievales son el paraíso. En ellas se crearon y copiaron las obras más importantes de la cultura occidental, y hacerlo antes de la invención de la imprenta no era cosa fácil.

Ahora no nos podemos imaginar el gran esfuerzo físico que significaba hacer un libro (los escribas o copistas vivían inclinados sobre sus rodillas o sobre su scriptorium –mesa para escribir–), pero ciertamente no era algo sencillo.

Las maldiciones que protegían las bibliotecas medievales

Hacer un libro para cualquiera de las bibliotecas medievales podía tomar años. Debían aprovechar al máximo la luz natural para realizar las copias, pues las velas eran un riesgo para todo el trabajo, aunque también trabajaban con este tipo de iluminación. Pasaban horas dibujando letras con sumo cuidado, ya que si cometían un error debían comenzar de nuevo.

Las maldiciones que protegían las bibliotecas medievales

 

Un copista escribió acerca de su trabajo: “Apaga la luz de los ojos, se dobla la espalda y aplasta vísceras y costillas, trae gran dolor a los riñones y cansancio a todo el cuerpo”. Frente a esto, es lógico que estos abnegados monjes –que eran los protagonistas de tan ardua labor– consideraran los libros como sus hijos, como parte casi indisoluble de sí mismos, y quisieran protegerlos a toda costa. Por ello, se regó por las bibliotecas medievales una forma de resguardo: las maldiciones.

Las maldiciones que protegían las bibliotecas medievales

Al principio o al final de cada libro, era común encontrar ciertos párrafos que hoy en día pueden parecernos graciosísimos y sumamente ingeniosos, pero que en aquella época debían surtir el efecto deseado: evitar que se llevasen los libros. Resulta obvio que si no crees en lo que te dicen, una maldición hará poca mella en tu ánimo; pero si las supersticiones te dominan, la religión y las amenazas serán un medio muy poderoso de control.

Así lo atestigua Marc Drogin en su libro ¡Anatema! Escribas medievales y la historia de las maldiciones de los libros, publicado en 1983, donde recoge un compendio bastante completo de esta curiosa práctica, que se extiende hasta la antigua Grecia e incluso a la biblioteca de Babilonia. No en vano los libros son los depositarios del conocimiento.

Los escribas de las bibliotecas medievales redactaban maldiciones verdaderamente dramáticas, plasmando castigos tan severos y dolores tan profundos que nadie se atrevía a doblar siquiera una página escrita (¿será de allí que nos viene ese respeto sagrado por los libros?). Las maldiciones, por tanto, fueron la manera más efectiva que consiguieron para proteger el ingrato trabajo de copiar y copiar y copiar libros, tarea interminable y, como hemos visto, físicamente dolorosa.

Las maldiciones que protegían las bibliotecas medievales
Ilustración de un escriba del siglo XV en su scriptorium

Algunas de estas maldiciones eran muy gráficas y explicativas, y surtían efectos más inmediatos si se describía con detalle lo que podría pasarle a quien osara robar un libro; éstas que transcribimos darán la idea:

  • “Si alguien roba este libro, que muera hasta la muerte; que se fría en una sartén; que la epilepsia y la fiebre lo dominen; que se quiebre en la rueda y sea ahorcado. Amén”.
  • “Aquel que robe, tome y no devuelva este libro a su dueño, que su brazo se transforme en una serpiente que lo muerda y rasgue. Que de él se apodere la parálisis y sus miembros queden malditos. Que desfallezca de dolor llorando por piedad, y que no haya descanso para su agonía hasta que él mismo cante en su disolución. Que los gusanos de los libros roan sus entrañas sin morir jamás, y cuando por fin se vaya a su castigo final, que las llamas del infierno lo consuman para siempre”.
  • “Que la espada del anatema caiga sobre quien robe este libro”.
  • “A quien robe o aliene este libro, o lo mutile, será asimismo cortado del cuerpo de la iglesia y mantenido apartado”.
  • “En el infierno, quien de este libro una hoja doblare, se tostará; quien una marca o manchón hiciere, se rostizará, y quien este libro robare, en el infierno se cocinará”.

Las bibliotecas medievales se veían, así, libres de los ladrones, y contribuían a la visión del libro como algo valioso, importante y, claro, como un objeto de lujo que no todos podían costear.

Te invitamos a leer Lo que muchos libros antiguos ocultan en su lomo, La biblioteca con los libros más extraños del mundo y los libros de cintura del medievo.