Cuando hablamos de literatura, de primeras o fundacionales obras que inauguraron géneros como la poesía, el teatro o la novelística, tendemos a pensar en escritores, en hombres. Inclusive, al tratarse de célebres libros de leyes, el Código de Hammurabi es el que se nos viene a la cabeza.
El arte siempre ha existido, si lo entendemos como una forma de comunicación y transmisión de sentimientos. Las pinturas rupestres, hechas en la edad más primitiva y oscura de nuestra prehistoria, dan muestra de ello. ¿Pero acaso sabemos quién las hizo? ¿O quién diseñó las magníficas ciudades de la antigüedad?
La primera autoría
En Sumer comenzó la historia, así es. Pero también, y es un dato importantísimo, se dio el hecho de la correspondencia entre una obra de arte y quien la hizo, por primera vez. Y era mujer, ésta es la parte más curiosa e interesante del caso.
Antes de Enheduanna existía el arte, por supuesto, pero con ella se inaugura la autoría.
De gran linaje
Enheduanna era aristócrata y tenía un alto cargo en el imperio. Fue hija de Sargón I de Acadia, a quien se le da el mérito de unificar las ciudades-estado de la Alta y la Baja Mesopotamia en un solo imperio. En la batalla de Uruk, aproximadamente en el año 2271 a.C., Sargón venció las últimas resistencias y desde ese momento controló una enorme región, desde el Mediterráneo hasta el Mar Rojo, hasta el día de su muerte, que ocurrió en el 2215 a.C.
Pero antes, a una de sus hijas, Enheduanna, la nombró Sacerdotisa del Dios-Luna Nanna, conocido también como Sin, en la ciudad de Ur.
Ur era una de las ciudades más importantes de Sumer, al sur de Mesopotamia, y precisamente allí estaba uno de los principales santuarios de Nanna-Sin.
Las funciones de esta notable mujer eran, entonces, tanto políticas como religiosas, y seguramente fue extraordinariamente hábil en desempeñarlas, pues a raíz de su muerte el cargo se institucionalizó. Después de ella, lo ostentaron las hijas de la familia real.
Su propio nombre puede traducirse como “suma sacerdotisa adorno del dios”. Y un dato supercurioso: ella vivió tan solo 300 años después de que se desarrollara la escritura en Sumer.
Su existencia histórica está probada por el hallazgo de un disco de alabastro encontrado en el área más secreta del templo de Nanna en Ur.
La pasión de Enheduanna
Si bien era la sacerdotisa del dios Nanna, su pasión y por quien sentía una verdadera devoción era la hija del dios, Inanna, la diosa de la guerra y del amor, la adolescente rebelde del panteón de la época. Algunos historiadores la asocian a la más nueva diosa Ishtar, a la Afrodita griega y a la Astarté fenicia.
Inanna no sólo reinaba en el amor y en la guerra sino también sobre las reglas de conducta, los “Me”, sobre esas normas necesarias para la civilización humana (que robó al dios Enki tras emborracharlo): los oficios de la agricultura, la herrería y la escritura, las dignidades de los sacerdotes, los descensos y ascensos hacia el inframundo o la incidencia del diluvio.
Inanna era una diosa fuerte que ayudaba a los humanos, robándoles el conocimiento a los otros dioses para dárselos a la humanidad.
La literatura de Enheduanna
Como es natural suponer por su cargo, el tema más recurrente en esta escritora era el religioso, componiendo numerosos poemas y cantos o himnos en honor a los dioses, y directamente dirigidos a Inanna.
De sus himnos se conservan 42, en los cuales se aprecia la exaltación de diversos templos en ciudades de Acadia y Sumer, como Eridu, Sipar y Esnunna; y se han recuperado 37 tablillas procedentes de Ur y Nippur, lo que demuestra su uso histórico en las devociones posteriores. Esta colección es conocida como “Los himnos de los templos sumerios”.
Uno de sus himnos conservados, llamado “Exaltación de Inanna”, no sólo está dedicado a la diosa sino que es una narración de su propia expulsión de Ur y su regreso posterior y triunfal a la misma ciudad, pues ocurrió que una revuelta sacó del poder a su sobrino Rimush (quien sucedió en el trono a Sargón) expulsando a todo el gobierno tras saquear las ciudades. Una vez dominada la insurrección, Enheduanna fue reinstaurada en su cargo.
La primera escritora y la primera mujer conocida
El caso de Enheduanna es doblemente curioso: porque antes de ella no hubo autores a los que se les adjudicara alguna obra, y porque fue la primera mujer cuyo nombre se conoce.
Ese hecho ha llevado a los historiadores de la antigüedad a replantearse el tema de la educación femenina en Mesopotamia. Es evidente que las mujeres gozaban de derechos que no recuperaron hasta entrado el siglo XX, eran dueñas de su dote y de las riquezas obtenidas con ella, podían dejar testamento y heredar, estudiar y trabajar sin el permiso del marido.
Es claro que solamente en una sociedad de tales características pudiera surgir una figura como Enheduanna. Además, los especialistas en literatura mesopotámica indican que un 80% de la poesía encontrada parece escrita por mujeres…
Queremos darte una pequeña muestra de la calidad poética de esta mujer, con un fragmento de su “Exaltación de Inanna”:
“Reina de todos los poderes concedidos / Develada cual clara luz / Mujer infalible vestida de brillo / Cielo y tierra son tu abrigo. / Eres la elegida y sacrificada, oh, tú, / Grandiosa por tus galas. / Te coronas con tu bondad amada, / Suma sacerdotisa, eres justa, / Tus manos se aferran a los siete poderes fijos. / Mi reina, la de las fuerzas fundamentales, / Guardiana de los orígenes cósmicos y esenciales, / Tú exaltas los elementos, / Átalos a tus manos, / Reúne en ti los poderes / Aprisionándolos en tu pecho. / Esculpes cual depravado dragón, / Con tu veneno llenas la tierra, / Aúllas como el dios de la tormenta, / Cual semilla languideces en el suelo. / Eres río henchido que se precipita bajo la montaña. / Eres Inanna, / Suprema en el cielo y la tierra”.