A lo largo de la historia han ocurrido cosas supercuriosas, como la del año en que en muchísimas partes del mundo se vieron auroras boreales, hasta en sitios inusuales.
Hoy, te hablaremos de un año particular en el que no hubo verano en el hemisferio norte de la Tierra, y el invierno duró por lo menos año y medio. Sigue leyendo y te enteras de esta interesante historia que, según algunos, incluso tuvo otro tipo de consecuencias, más allá del clima y de las hambrunas.
El año del invierno más LARGO: 1816
Este largo invierno fue producto de tres factores. El primero, el final de la Pequeña Edad de Hielo, un periodo frío que corrió desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX; el segundo, una histórica caída de la actividad solar, conocida como “Mínimo de Dalton”, y la tercera, y más importante, fue la erupción del monte Tambora de 1815.
Este volcán forma la península de Sanggar, al norte de la isla Sumbawa, al este de Java. Luego de tres años de actividad progresiva, el 5 de abril de 1815 hizo la primera erupción, que tuvo una duración de 33 horas y una columna de cenizas y humo que alcanzó los 33 kilómetros de altura.
Sin embargo, nadie abandonó el sitio, a pesar de los ruidos extraños que salían de Tambora, que llegaron a escucharse a más de 1.000 kilómetros de distancia. En Java, en la ciudad de Yogyakarta, pensaron que eran cañonazos, y se movilizaron tropas previniendo algún ataque, hasta que la caída de cenizas los convenció de que no era una guerra.
No fue sino hasta el 10 de abril, que la mayor erupción de la historia se hizo realidad: a las 10 de la mañana hubo tal explosión que formó una columna de 44 kilómetros, y se registró que el sonido de aquellas terribles explosiones se escucharon en Sumatra, a más de 2.500 km de distancia. Comenzó a caer una lluvia de piedra pómez en bloques de hasta 20 cm, y densas cenizas. Contaron algunos testigos que tres columnas de fuego que bailaban encima del volcán se unieron y luego la montaña se convirtió en “fuego líquido” arrojando gases volcánicos y un río de lava en todas direcciones, arrasando la población de Tambora y la península de Sanggar; esta masa volcánica cubrió el mar hasta una distancia de 40 km.
La inmensa nube de cenizas llegó hasta Java el 12, y era tan densa que el resplandor del sol no se vio sino hasta las 10 de la mañana. Todo terminó el 15 de abril, y el 17 las lluvias cesaron, las cuales lograron una distancia de 1.300 km. Con la erupción, el monte Tambora se hundió y lo que antes fue una de las montañas más altas de Malasia, con 4.300 metros de altura, ahora se redujo a 2.851 metros.
Esta terrorífica erupción, mucho más grande que la de Krakatoa en 1883, mató directamente a 11.000 personas, pero su influencia no quedó allí.
Producto de esta terrible catástrofe se produjo lo que se convino en denominar “el año sin verano”, “el año de pobreza”, “el verano que nunca fue” y “mil ochocientos y helados a muerte”, que ocurrió en 1816.
Una gravísima escasez de alimentos se generó en todo el hemisferio norte. Se destruyeron las cosechas del norte de Europa y del sur de China, así como las del nordeste norteamericano.
Las consecuencias en toda la tierra fueron desastrosas, pues el volcán arrojó 1.500.000 toneladas de polvo a la atmósfera, haciendo que las temperaturas mundiales descendieran drásticamente por la reducción de la luz solar. Durante dos días seguidos hubo la más negra de las noches, y luego una niebla seca, rojiza y anaranjada, tiñó el atardecer de aquellos años. El gran precursor impresionista, el pintor inglés William Turner, así lo dejó plasmado en muchos de sus cuadros.
La hambruna y la escasez de alimentos se combinaron e hicieron que el precio de los granos aumentara de golpe, hubo revueltas en muchos países, y las epidemias se llevaron a más de 200.000 almas. En 1816 las condiciones meteorológicas fueron espantosas en Europa y Asia, la lluvia y el granizo no dejaron de caer, e incluso en Italia y Hungría cayó nieve roja y marrón, gracias a la mezcla de la nieve con la ceniza volcánica.
En China, el frío y las inundaciones malograron las cosechas, en la India, las lluvias empeoraron la epidemia del cólera que azotaba al país y la extendieron casi hasta Moscú, en Rusia. El hambre debilitó a la población, y las personas morían de inanición y de frío.
Verdaderamente terrible. Pero algunas otras cosas surgieron de la tragedia. Se atribuye a la escasez de la cebada lo que impulsó al inventor alemán Karl Drais a buscar un medio de transporte que sustituyera al caballo, y así inventó la dresina, una especie de ancestro de la bicicleta, de dos ruedas y manillar aunque sin pedales.
Y en el arte podemos encontrar cosas muy interesantes. Sabemos que el romanticismo, ese movimiento cultural y artístico que puso los sentimientos por sobre la razón, surgió para romper con el neoclasicismo de épocas anteriores, con las reglas que apresaban la libre expresión del artista.
Los románticos eran idealistas, y como buenos idealistas, al enfrentarse a la realidad caían en lo que se llamó “desaliento romántico”, que hacía que se desesperaran y hasta se suicidaran. Los sentimientos de soledad, el adecuar el paisaje al estado de ánimo y la rebeldía son algunas de sus características, así como la extremada fantasía, el misterio, la subjetividad y la sensibilidad.
Pues bien, este larguísimo invierno, que en el verano de 1816 juntó a un grupo de amigos, todos escritores: Lord Byron, Percy Shelley y su para entonces amante Mary Shelley, y John Polidori, produjo en el ánimo cultural una exaltación de la fantasía y de los relatos de misterios y fantasmas. Hay quien relaciona estos últimos siglos de frío y la oscuridad reinante por las cenizas del Tambora con las características románticas, atribuyéndole al clima los cambios culturales e incluso políticos desatados en el siglo XIX. De aquella reunión en la Villa Diodati salió nada menos que Frankenstein de Mary Shelley, el célebre poema de Byron, “Oscuridad”, y El vampiro de John Polidori, obras ineludibles en la historia literaria.
Como teoría resulta por lo menos curiosa y fascinante. La falta de luz solar determinó, según esto, un movimiento artístico donde las tinieblas, las lluvias y la niebla encauzarían la sensibilidad y la percepción del mundo. El “año en que no hubo verano” se transformaría entonces en el germen de un cambio radical (social, cultural, personal) que aún hoy vivimos. ¿Qué piensas tú?
Y para que no cierres nuestra página tan rápido, quédate leyendo la leyenda del vampiro del castillo de Alnwick o cómo matar vampiros según las fórmulas clásicas.