El conocimiento científico y sus tácticas, tal y como las concebimos hoy día, ha ido evolucionando a través de la historia, pero en este largo camino, basado en la experimentación, no todo han sido éxitos llegando incluso a derivar en verdaderas tragedias como ocurrió en los siguientes experimentos psicológicos.
3 Experimentos psicológicos que fueron demasiado lejos
El pequeño Albert
El primero de estos escabrosos experimentos es el que se llevó a cabo en 1920 y fue dirigido por el doctor John B. Watson de la Universidad de Johns Hopkins, que pretendía certificar el Condicionamiento Clásico por el que se condiciona la conducta de un sujeto mediante el “aprendizaje por asociación”. Dicho así no suena del todo mal pero para demostrar esta teoría el doctor Watson se valió de un bebé de sólo 11 meses, que como cualquier bebé no tenía prejuicios con los animales, al que asustó una y otra vez con fuertes golpes metálicos a la vez que le mostraba un animal hasta traumatizar totalmente al pequeño, que tras el experimento, sufrió fobia hacia cualquier cosa que tuviera pelo.
El experimento facial de Landis
En 1924 el doctor Landis pretendía ponerle un “rostro” a los sentimientos como el miedo, la alegría, el asco, etc. Para ello reunió a un grupo de personas de distintos sexos y edades, entre las cuales un niño de 11 años, y los sometió a distintas experiencias con las caras pintadas para hacer más evidente los gestos que hacían y luego las fotografiaba para compararlas posteriormente. Entre estas experiencias el científico quiso probar el sentimiento asesino para ello les ordenó decapitar un ratón, la mayoría se negó pero un tercio del grupo cedió ante la presión del doctor, que para convencerlos llegó a explicarles cómo debían hacerlo.
Tras este último experimento las personas necesitaron tratamiento psicológico. El experimento no logró establecer asociación alguna entre gesto y sentimiento, ya que cada persona siente y exterioriza de un modo distinto. Lo que sí consiguió fue demostrar en qué grado está presente el “morbo” en todas las personas y la vulnerabilidad frente a la coacción.
El estudio del monstruo
Esta investigación se desarrolló en la Universidad de Iowa a cargo del reconocidísimo psicólogo Wendell Johnson, especialista en patología del lenguaje, y su colaboradora Marie Tudor, en 1939. Oficialmente pretendía probar unos tratamientos para la tartamudez y con tal fin seleccionaron a un total de 22 chicos de entre 5 y 15 años todos ellos huérfanos, diez de los cuales diagnosticados como tartamudos y el resto sin desórdenes del lenguaje. Si no eran tartamudos, ¿por qué fueron seleccionados? Porque extraoficialmente el estudio en realidad buscaba demostrar una antigua creencia según la cual el origen de la tartamudez está en una crianza llena de recriminaciones y ridiculizaciones infringidas a los niños. ¿Y cómo podría demostrar tal hipótesis? Pues dividiendo a los chicos en varios grupos. A los afortunados que estuvieron en un grupo positivo recibieron un tratamiento basado en premiar, elogiar y reforzar la autoestima, los que por desgracia estuvieron en un grupo negativo fueron ridiculizados, recriminados, etc. tal y como se suponía la antigua teoría.
El resultado fue desastroso en sólo 5 meses de tratamiento los chicos del grupo “negativo”, tanto tartamudos como no, demostraban ansiedad, miedo, aislamiento, angustia y frustración, resintiéndose gravemente su rendimiento escolar.
Por todos estos tormentos el Tribunal Supremo de Iowa en el 2007 concedió una indemnización de 925.000$ por los daños permanentes ocasionados tanto a nivel psicológicos como emocional.
Por lo que respecta al objetivo real del experimento demostró que el origen de la tartamudez no radica en los malos tratos sufridos durante la infancia, pero que estos sí provocan toda una otra serie de trastornos psicológicos con carácter permanente.
Todo esto porque hasta hace relativamente poco no existían límites éticos en la ciencia ya que se consideraban implícitos. Esta claro que no lo eran tanto. ¿Tú qué opinas?
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