Desde la legendaria momia de Tutankamón, hasta otras menos conocidas pero igual de aterradoras, como las momias al aire libre del Perú, las momias de sal de Irán, las momias Guanches de Tenerife, o las momias animales egipcias, el ritual de la momificación ha capturado el terror y la admiración de curiosos e investigadores durante siglos. Pero aunque Egipto es el líder histórico indiscutible en esta clase de embalsamamientos, en la bella Italia también encontramos los restos mortales de seres que vivieron en épocas muy antiguas, y que hoy se mantienen vivos en la cultura popular italiana. Se trata de las misteriosas momias de Palermo.
Si te gusta explorar en destinos que te quiten el habla, Italia destaca por los más variados motivos. Pero uno en especial está dotado de misticismo y terror. En Palermo, la capital de Sicilia, reposa una estructura antigua en la que la vida y la muerte conviven y se rozan. Se trata del Convento de los Capuchinos, en cuyas catacumbas se dejan ver los restos mortales momificados de los habitantes de la ciudad, en el lejano siglo XVI. Acompáñanos en Supercurioso a conocer la escalofriante historia de las momias de Palermo.
El Convento de los Capuchinos, un museo de la muerte
Palermo es una de las ciudades más lindas de toda Italia. Sus rincones y paisajes dan muestra de una cultura antigua, que convive con la modernidad tratando siempre de ganarle la batalla. Pero más allá de su belleza, un misterioso edificio palermitano esconde un verdadero museo de la muerte, donde se mantienen los restos mortales de más de ocho mil personas. En las catacumbas de este monasterio nos encontramos con salas que van aumentando los niveles de horror, a medida que avanzamos. En ellas se aprecian dispuestos como obras de arte, los cadáveres y momias de Palermo.
Estas momias se encuentran en muy diversos estados, pues fueron sometidas a procesos de conservación muy distintos, según las épocas en que llegaron a las catacumbas. Unas reposan en estanterías, otras en cajas abiertas y otras colgadas o apoyadas sobre las paredes. Se mantienen gracias al clima frío y seco que se respira en aquel tenebroso subsuelo. La historia de las catacumbas palermitanas se remonta al lejano año de 1599. Fue en aquella fecha cuando los frailes capuchinos decidieron que los subsuelos del convento eran el mejor lugar para el descanso eterno de sus hermanos difuntos. Cuando quisieron ampliar el recinto, se encontraron con la sorpresa de que ya reposaban allí unos cuarenta cuerpos, en muy buen estado de conservación.
No fue más que la confirmación de que las corrientes de aire, la química del suelo y la sequedad ambiental de aquel lugar, eran el espacio ideal para el reposo de los fallecidos. Pero, aun así, los monjes decidieron emplear procesos más elaborados para embalsamar los cuerpos. Entonces habilitaron un área de lavadero para los cadáveres y unas celdas donde los ponían en reposo durante ocho meses, hasta que se secaban en su totalidad. Acto seguido, los bañaban en vinagre y los exponían al aire libre durante varios días. El paso final del embalsamamiento de las momias de Palermo, era vestirles con sus ropas más lujosas y guardarles en cajas de madera, a lo largo de los corredores de las catacumbas.
Las Momias de Palermo, entre frailes y ciudadanos
Cuando los monjes capuchinos exploraron en el subsuelo de su monasterio, tomaron la decisión de convertirlo en el cementerio de sus hermanos. Durante siglos, solo frailes fueron momificados y depositados en estos predios. Pero con el transcurrir de los siglos, los palermitanos pudientes solicitaron ser «enterrados» en las catacumbas conventuales. Esto les permitía conservar los cuerpos y visitar a sus difuntos siempre que quisieran. Los monjes accedieron y se convirtió en una costumbre.
Fue en el año 1732 cuando las catacumbas del monasterio alcanzaron su tamaño definitivo. Y a partir de 1783, las personas destacadas de la sociedad civil empezaron a ser enterradas o momificadas en estos espacios. Las familias con más recursos económicos pedían expresamente la momificación de su familiar fallecido. Entonces, los corredores y las salas empezaron a llenarse con los cuerpos de hombres, mujeres y niños, ataviados con sus mejores galas para su viaje espiritual al más allá.
Las momias de Palermo se disponen, bien sea de pie, o tumbadas en sus ataúdes sin tapas. Todas tienen un letrero que da cuenta de la identidad del fallecido. Y especialmente las personas pudientes, antes de morir, dejaban establecido en su testamento cuál era la ropa con la que querían bajar a las catacumbas, e incluso si deseaban ser cambiados de vestuario cada cierto tiempo, por los familiares que acudieran a visitarles.
Uno de los casos más sonados entre las momias de Palermo, es el de la niña Rosalía Lombardo, una de las últimas personas depositadas en las catacumbas, en el año de 1920. La pequeña falleció de neumonía poco antes de cumplir los dos años. A su cuerpo se inyectó un líquido para embalsamarla, y el resultado fue tal, que aún hoy parece que estuviera dormida. Es el cadáver más famoso y mejor conservado del lugar, e incluso hay quienes dicen que se trata de la momia más bella del mundo.
Las Momias de Palermo en la actualidad
Quienes se animan a explorar en los terrenos de las momias de Palermo en la actualidad, se encuentran con una experiencia, por lo menos, estremecedora. Una docena de peldaños habrán de descender los visitantes, hasta llegar a los corredores en cuyo recorrido se despliegan las seis cámaras subterráneas. Todos los muros están repletos de cadáveres, pero aún así, existe cierto grado de organización.
Los difuntos se encuentran divididos en diferentes cámaras, según las características de su accionar en vida. Hay cámaras que se dividen según la edad, el sexo o la actividad. Cadáveres de hombres, mujeres y niños van separados. Y lo mismo si se trataba de frailes, sacerdotes o profesionales. Las últimas investigaciones hechas sobre este tenebroso lugar, arrojan la increíble cifra de más de ocho mil cadáveres, de los cuales unos 850 serían las momias de Palermo, sometidos a diferentes procesos de embalsamamiento.
Fue hasta el año de 1880 cuando las catacumbas del monasterio de los capuchinos recibieron de forma abierta a los difuntos, para conservar allí sus restos. En ese año las autoridades locales prohibieron nuevos entierros en el lugar. Sólo hubo dos excepciones. La primera fue con el cónsul de los Estados Unidos Giovanni Paterniti, fallecido en 1911. La segunda, con la pequeña Rosalía Lombardo, cuyo padre, un oficial de infantería, logro que admitieran el cuerpo de su pequeña hija, y que fuera embalsamado con métodos sorprendentes de conservación.
Para el año de 1950 las catacumbas se abrieron al público, y las momias de Palermo se convirtieron en una atracción turística que mezcla el terror con la reflexión de lo que encontramos después de la muerte. Unas cuarenta mil personas cada año, se arman de valor para descender en los escalones del convento, tolerar el frío seco de sus subsuelos e impactarse con la visual de miles y miles de cadáveres, que desde debajo de la tierra, siguen acompañando a los vivos.
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