Supercurioso trató hace algún tiempo el tema de por qué nos gustan las películas de terror. Ahora queremos ahondar un poquito más no sólo en el miedo producido por el género cinematográfico, sino en por qué somos adictos a esa sensación de angustia que el horror crea en nosotros.

¿Te has hecho alguna vez esa pregunta? ¿En medio de una película de horror te tapas los ojos y los oídos y exclamas “¡por qué diablos estoy aquí!”? Sí. El miedo, ese impulso básico que nos ayuda en nuestra supervivencia.

Pero no hablamos de “ese” miedo. Hablamos del gusto morboso que el ser humano siente por los relatos macabros, las películas de horror, y los cuentos de terror, ancestralmente contados alrededor de una fogata, de noche, en un bosque umbrío y alejado de la comunidad… ¿Qué puede haber más tentador que quedarse a escuchar?

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¡Qué miedo!

Supercurioso ha tocado en diversas ocasiones temas que tienen que ver con el miedo, pero en este post hablaremos sobre esa “atracción fatal” que ejercen sobre nosotros las historias de zombis, de espíritus, de posesiones demoníacas, de muñecas o casas embrujadas.

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¿Qué es lo que causa que hagamos clic sobre ese artículo que habla del caso real de El exorcista, o que paremos el zapping al ver una oscura mansión en medio de una tormenta y objetos volando por los aires, o a inocentes huyendo de un loco asesino, escondidos en un cementerio en la madrugada?

La ciencia, como siempre, adelanta explicaciones

Nos gusta sentir miedo porque la emoción que experimentamos al ver, oír o leer historias de terror es algo que podemos controlar: cerrar los ojos, cerrar el libro, apagar la televisión o salir del cine. El estímulo desaparece, junto con la emoción. Es decisión nuestra seguir.

Sobre todo, es controlable porque sabemos que va a terminar, y cuando termina llega una sensación de alivio que relaja la extrema tensión vivida, y eso causa placer. He allí el truco, el placer.

El miedo estimula la misma zona cerebral del placer y, por ello, al mismo tiempo que sentimos miedo también lo disfrutamos y queremos repetirlo.

Hay estudios que sugieren que el procesamiento de la información recibida es clave para entender el miedo. Las imágenes son captadas por la amígdala, donde procesamos las emociones primitivas, y lo que sentiremos será absolutamente real. Pero al mismo tiempo, el neocórtex también está procesando esa información, la analiza y llega a la conclusión de que la situación de peligro no es verdadera y nuestra vida no está en riesgo, lo que sin duda es satisfactorio.

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La adrenalina corre por nuestro cuerpo, igual que si nos lanzamos en paracaídas. Ésta es otra explicación de por qué hasta el 60% de los que ven una película de terror la disfruten, y vuelvan a por otra.

Según Glenn Sparks, científico con más de veinte años de investigaciones sobre el tema (y director asociado de la Escuela de Comunicación Brian Lamb de la Universidad de Purdue, en Indiana), la sensación que perdura después del estímulo es lo que nos tienta. Y, curiosamente, no es la de miedo.

¿Nos gusta o no nos gusta?

El miedo es un fijador de recuerdos. En un porcentaje importante, lo que recordamos luego del estímulo controlado del miedo es el contexto, la compañía, las risas, los comentarios compartidos, aunque después, a solas, revivamos las escenas y el pánico surja al menor ruido… Sobre todo si no hay nadie que nos acompañe.

Las historias de terror funcionan principalmente para no aburrirse. Si sintiéramos un miedo verdadero no iríamos al cine a verlas ni leeríamos relatos que nos asustaran. En palabras de Francisco Claro Izaguirre, profesor de psicobiología de la UNED, de España:

«(…) lo que producen es cierta fascinación al observar el sufrimiento, el miedo o la muerte desde una posición a salvo.»

Miedo y… ¿atracción física?

Un experimento muy curioso se realizó en 1986, bajo la dirección del célebre neurocientífico norteamericano Joseph Ledoux, y consistía en que adolescentes de ambos sexos vieran películas de miedo. Uno de cada pareja era colaborador del experimento y seguía instrucciones. La idea era probar que la adrenalina liberada en situaciones arriesgadas (reales o no) aumentaba la dopamina, sustancia decisiva en el enamoramiento.

Las conclusiones fueron reveladoras: los chicos encontraron más atractivas a las chicas que sentían miedo, y las chicas a los chicos que no se asustaron. Aparentemente, las mujeres tienden más a la cercanía física cuando sienten miedo, y de allí que los hombres las abracen para “protegerlas”.

Otro dato interesante del experimento social fue que los resultados apuntaron a que los hombres disfrutan más de estas películas que las mujeres, y una posible explicación es que ellos son educados para no sentir miedo.

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Por otro lado, según los datos recogidos por Sparks, apenas un tercio de las personas busca entretenerse con este género; otro tercio lo evita sistemáticamente y el resto tolera la angustia que les produce si ésta no es muy extrema, o si les gusta la compañía.

Y a ti, ¿te gusta sentir miedo? ¿A qué tercio del público perteneces?