Seguro que más de una vez te ha puesto en un aprieto. Ese sonido repentino en el estómago, ese ronroneo descarado que retuerce tus tripas en el momento menos adecuado: un ascensor, una reunión, en el cine, o simplemente, cuando todo el mundo está casualmente en silencio… ¿por qué nos ocurre, qué provoca esa protesta biológica de nuestro estómago?

Cuando ruge nuestro estómago

Suenan como el agua que escapa de las tuberías cuando nos duchamos ¿verdad? De algún modo, y aunque no lo creas, se trata casi del mismo mecanismo: este sonido lo origina  el movimiento de los intestinos cuando impulsan la comida a través de ellos. Ocurre siempre en dos ocasiones, cuando tenemos hambre y cuando estamos haciendo la digestión.

Curiosamente es precisamente cuando tenemos hambre el momento en que suele protestar más nuestro intestino, cuando el sonido es más alto. Por lo tanto, deberemos dejar a un lado el responsabilizar solo estómago el responsable de tal descaro. Están también los movimientos peristálticos de nuestros intestinos, estas pequeñas tuberías por las que transcurre la comida. Son ellos quienes a través de estos movimientos obtienen los nutrientes, amasan, mezclan y vierten compuestos químicos para poder hacer la digestión. Un cúmulo de procesos químicos donde es habitual liberar gases y aires a modo de burbujas sonoras.

Pero aún hay más. Cuando el estómago está vacío, después de dos horas emergen unas hormonas que nos hacen despertar la sensación de hambre, estimulando de este modo los nervios del estómago que hacen llegar una señal al cerebro, para que de este modo inicie la contracción de los músculos de sus paredes, con el fin de recoger los restos que puedan quedar de las comidas anteriores tanto en el propio estómago como en los intestinos.

Estas contracciones generan sonidos, y lo harán cada 10 ó 20 minutos por cada hora hasta que volvamos a sentarnos frente a un sabroso plato, o a que lo engañemos con snack para pasar el rato y «engañar al hambre». Añadir además que la razón por la que suenan de modo más intenso cuando tenemos el estómago vacío, es precisamente por que los intestinos están huecos y el sonido, obviamente, se propaga mejor. Basta con oler, ver o imaginar algo que nos apetece devorar, y, al instante… nuestras tripas empezarán a «rugir».